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En aquella marea creciente de amargadas ondas, en aquel continuo sacu- dir de tristezas desatadas á veces ni la razón era señora de sí misma: desalojada de su puesto por los empujes del dolor, absorvida por la fiebre, el vivir concentrábase todo en el sentimiento, y el sentimiento no piensa ni ra- Digitized by Google j 1 IV ciocina: sólo llora ó canta, sólo impreca 6 ben- dice. Dicen que en la adversidad es cuando la razón discurre más fría y serena, y vigorízase el corazón y toma temple de acero el espíritu. Pero ¿quién se atreverá á negar que en la ad- versidad acontecen ciertos desmayos, en los cuales, acometida el alma de iq|grDviso por rachas bruscas de dolor, semi-aliénáse el pen- samiento y hasta el sentido íntimo desaparece, ó por mejor decir, truécanse uno y otro en vértigo y locura? Y en esos plazoS' de desa- liento ¿habrá de parecer extraño que se esca- pen sollozos y gem.idos donde alguna fibra desgarrada palpite? Al ver cuan á vuela pluma tocamos ciertos puntos, acaso alguien anhelara que profundizásemos algo más y descorriésemos el velo que nos esconde las intrigas y trabajos de zapa que prepararon y desenvolvieron arta truhanesca revolución. Aun no juzgamos lle- gada la propicia coyuntura: las heridas abiertas aun están chorreando sangre; todavía las pa- siones no se han calmado. Dejemos que los telares de las logias sigan adelante con sus tramas y urdimbres, donde por despiadada manera ha comenzado á cebarse la carcoma. Cuando la revolución concluya su obra mal- Digitized by ' y Google L .... . - . ....,..tíáf" V dita, cuyo objetivo, dirfase que es el acaba* miento de una raza, no faltarán bien cortadas ; pluntias que tracen la verdadera filosofía de la ■ historia de este alzamiento separatista que arrió de estas bellísimas playas la más noble y vic- toriosa de todas las banderas. Entre tanto confórmese con esta prosa de la desgracia, que ningún interés puede ofrecer á sus ojos; como no sea el despertar la simpatía que inspira el infortunio ajeno, y que hace que en lo profundo de nuestro ser vibre esa cuerda — la más harmoniosa de cuantas componen la lira del corazón humano — de amor ardiente hacia el que süíre, de compasión profunda ha- cia el que llora. No dudo que, haciendo más de conteur de fantaisie que de rígido narrador, haya podido exornarlas con 'cierto arte melodramático, muy propio para excitar pasiones y sentimientos; pero ¿á qué derrochar filigranas retóricas, en un drama, cuyas escenas son de suyo tan trági- cas y sugestivas? Harto habremos hecho, si al modo que la haz tersa de un río trasparenta el pedregoso cauce, estos desgarbados apuntes traslucen con claridad aquel cúmulo de priva- ciones y tormentos; aquel estado angustioso de tantos infelices que, nuevos Damocles, por espacio de tantos meses vieron colgada de un Digitized by Google VI hilo, pendiente sobre su cuello, la espada asesina. Quizá alguien, al través de los anatemas con que abomino de esta menguada revolución, espantajo caricaturesco donde el espíritu de secta parece haberse complacido en sacar á la vergüenza pública los engendros y vaciedades del más necio de los separatismos, se maraville de sorprender cláusulas encendidas por el amor hacia este paraíso, desolado por sus muchas serpientes; arranques de simpatía que arrebata á un corazón generoso el ensangrentado lienzo de la ajena desgracia. Quizá alguien se escan- dalice, pareciéndole cuasi monstruoso que aun en las entrañas de un ex-cautivo lata un sen- timiento de compasión hacia este país, cuyo pecado contra España, tan madre y tan buena, para estos desnaturalizados hijos, ni un mar de arrepentimiento borraría. Quien así sienta y piense, tienda conmigo una mirada por la sobrehaz de este suelo. De distancia en distancia, al lado de un convento y una iglesia espaciosos, surge la torre cris- tiana con la enseña de la Cruz en la frente. En torno de estos monumentos, petrificaciones eternas del apostolado de cien generaciones religiosas, extiéndese el caserío, que hoy acaso llora reveses y desventuras; pero que Digitized by Google VII ha vivido luengos años próspero y sonriente bajo la santa egida de la Cruz redentora. Pues bien, todos esos pueblos son fruto del trabajo de nuestros mayores: tras de costosí- sima labor evangélica, tras de grandes derroches de abnegación y heroísmo, consiguieron arran- carlos á lá barbarie en que vejetaban en el fondo de sus rancherías. Cuando la Cruz y la espada, desposándose en los patrios altares, se internaron, animadas ambas del misnno espí- ritu, por el bosque virgen de estas tierras re- motas, sinnúmero de reyezuelos, jefes de las diversas tribus^ hacíanse mutua y continua- mente la guerra más implacable, embriajc; ; i^ dose los vencedores en la sangre de los ven- cidos. El campo que se desplegaba ante ios ojos de los primeros varones apostólicos, casi todos ignorados para la historia, era vastí- simo y de conquista difícil. Mas ¿cuándo co- noció la Cruz arredramientos ni cobardías?,.,. Desde entonces acá la historia de las Corpo- raciones religiosas es un poema de oro, cu- yas brillantes estr las ^ ^n todos esos pueblos que ya no viven la vida salvaje de sus mayo- res, y saben que tienen su destino en la socie- dad, su bienestar y grandeza en la virtud, su porvenir y su gloria en el cielo... ¿Cómo no hemos de sentir amor profundo hacia esa Digitized by ' y Google vm grande obra clásica de la religión y el patrio- tismo? Que esto mismo agranda y horroriza la monstruosa ingratitud, recientemente por esos pueblos cometida; que la dejadez y ¡acaso la impasibilidad! con que miraron á la revolu- ción, gozándose en nuestra desventura, los hace aparecer más punibles é indignos ante el veredicto de toda conciencia honrada ¡Ay, es verdad, verdad que no tiene vuelta de hoja! Pero; ¿no podría hallarse en las con- diciones etnológicas del país y de la raza algo que atenúe y disminuya lo nefando de seme- jante proceder? Esos fenómenos bruscos que con harta frecuencia arrastran á los indígenas, de una vida pacífica y religiosa á un exaltamiento tal de las pasiones, que los fuerza á perpetrar y aplaudir los más espantosos crímenes, ¿no podrían tener su clave en algo ingénito y como ineludible, que induzca á perdonarles la historia de estos últimos dos años? Esa ti- midez, atributo consustancial al indio, que lo induce á ponerse siempre del lado del poderoso: lo contrario de lo que sucede con nuestra estirpe, la más hidalga y caballerosa de cuantas pueblan el mundo; (pues no sé qué ley psicológica, tan civilizadora como simpática nos pone siempre de parte del des- Digitized by Google IX valido) ¿no podría desennegrecer un tanto el borrón de ignominia que hoy tizna y afea la frente de esta raza? Donde no, esperémoslo todo del Jordán del arrepentimiento, y haga Dios que esa esperanza no sea de las que dice el Sabio que afligen el corazón. La reacción re- ligiosa comienza, aunque todavía no trasciende del seno de los hogares ^ fiscalizada y perse- guida — ¡pequeneces humanas ! — por quienes más la debían favorecer. Si después de tan vergonzosos escándalos, el triunfo le sonríe; si lo que hoy no pasa de tímida aurora, logra tornarse eti día vi- vido y luciente, las Corporaciones religiosas acaso reanuden el poema roto de sus grandes é ignorados sacrificios. Ninguna granjeria les auguro, como no sea la de aumentar el ca- tálogo de sus mártires anónimos, regando una vez más con olas de sangre inocente la su- perficie de este suelo; pero ¡ganarían tanto, tanto estos malhadados indfgenas! El AUTOR- Digitized by Google Digiti izedby Google i UáMáéMM _ ..^_. CAPITULO I Prel ná i qs de la d e s^r a c i a . — La P ro vi de nciu no o í v í d a . — G raa- deza de nuestra raza, — Pueblos así^ na rauerea. Ya liastá los más optimistas vislumbraban en lontananza nubes anunciadoras de grandes infortunios. Las risueñas esperanzas que, al rumor de imaginarios triunfos coi]se¿ru¡dos por nuestras armas, habían bro- tado en nuestro espíritu , iban se poco á poco disi- pando, como tenues espirales de humo. Con febril impaciencia esperábase el amanecer del día siguiente por sij más venturoso que los pasadosj colmaba de quietud y alegría los corazones intranquilos con la confirmación oficial de alguno de los prósperos suce- sos que, ecos de generales rumores^ halagaban nues- tros oídos j lisonjeando nuestro orgullo patrio. Y los días deslizábanse, unos en pos de otros, con la misma monotoníaj con las mismas ilusionesj si bien cada vez más borrosas; y una angustiosa perplejidad, una impía zozobra extendíanse por el azul de la imaginación en forma de tupida niebla, queriendo como envolver de una vez todos los en- sueños de gloria y de grandeza que pudiesen aún anidar en nuestras almas. I Digitized by VjOOQIC 2 MEMORIAS La correspondencia epistolar — sin la periódica y telegráfica estábamos hacía ya meses — era devorada por nuestros impacientes ojos que siempre choca- ban con los mismos sucesos optimistas; pero cuya base era im «se dice», un «se cuenta», un «alguien que ha llegado de tal parte asegura». Nunca una noticia fehaciente j nunca la realidad. Y es que la realidad era aterradora, es que su soplo huraca- nado había de ahuyentar para siempre, de los pe- chos españoles toda esperanza de porvenires glo- riosos: y esa realidad parecía tener conmiseración de la desgracia y resistíase á surgir ante nosotros, por no cubrir de luto tanto corazón esperanzado, tantos espíritus, llenos de ilusiones, que solazábanse en inquirir la manera más digna de celebrar la cuasi milagrosa victoria de nuestra bandera que se había desplegado para Kichar con un coloso. ¡Do- nosa victoria nos había dado el cielol La tarde del lo de Acjosto un hombre sudo- ríento y jadeante, que acababa de apearse de un caballo^ puso en mis manos un volante urgentísimo. Todavía en mí alentaba la ilusión y pensé un mo- mento, que allí vendría la tan suspirada nueva que había de ser el colmo de nuestras esperanzas y el desbordamiento de nuestras alegrías. Leí con an- siedad y.,, sentí como que moría algo muy querido dentro del alma, como que se desgajaban pedazos del corazón, y permanecí algunos instantes inmóvil y como presa de un síncope; aunque me parecía ser arrebatado por un torbellino de tristezas. Aque- Digitized by Google íj DEL CAUTIVERIO. 3 líos instantes fueron siglos. Por mi fantasía rodaron sin número de imágenes abrumadoras, flotando en- tre los girones de mis ensueños desgarrados y de- jando en pos de sí huellas de desolación suprema, jPobre España! ¡En qué apostura se representaba á mi imaginación! Parecíame verla sentada sobre una roca del Pirene, dormido, casi muerto á sus plantas el león simbólico; caída de su cabeza la -corona, de la cual con las perlas de Cuba y Puerto- Rico, estaba desengarzándose el hermoso florón magaHánico; apoyada su abatida frente en aquella diestra que vibraba en no remotos días el cetro de dos mundos. ¡Sus hijos rotos y vencidos en tierra, •extrañas y ella sumida en pesadillas de muerte! Desde aquella escarpada cima tal vez engolfaba sus tristísimos ojos al través de las brumas de los mares, y veía los despojos de sus deshechas es- cuadras y los cadáveres de sus heroicos marinos, bogar de playa en playa, cantando, ó mejor dichos llorando la ruina de nuestro colonial imperio. |Sfl Ya en aquella Cuba, empapada mil veces en es- pañola sangre, ondearía para siempre advenediza bandera; ya en ^1 rico Archipiélago filipino no se- ría más acatado nuestro nombre; ya todas nuestras tierras del mar no servirían al mundo de remem- branza de nuestras pasadas glorias. No extrañé no, que derramase arroyos de lágrimas y mesara des- consolada sus cabellos y sintiese fibra por fibra desgarrarse todas las de sus entrañas. Digitized by Google i 4 MEMORIAS jDesventurado el pueblo que no tiene por juez de sus acciones á la conciencia colectiva! Para pue- blos así, hay un tribunal inexorable, el de la Pro- videncia. He pensado muchas veces coa honda me- lancolía: esa Providencia que con fuerza y con sua- vidad encauza é impulsa todos los acontecimientos humanos á la realización de sus justos designios, no envía jamás sobre un pueblo sino el castigo que se merece. Las grandes catástrofes son hijas de los grandes delitos; y la historia del pueblo es- pañol, desde aquella epopeya titánica que tiene por prólogo el Dos de Mayo, casi sólo registra en sus páginas una cadena continuada de crímenes y pre- varicaciones. El «gran pecado de sangrex), como un ilustre pensador francés apellida á la matanza de religiosos del aflo 35, no se ha expiado aún; aún claman al cielo las mil revoluciones que se tramaron para derribar el alcázar de nuestras tra- diciones venerandas; aún la sangre de nuestras gue- rras fratricidas humea sobre nuestros valles y nues- tros montes; aún, al ver su gran unidad católica rota y barrenada, los manes de Recaredo conmué- vense en su tumba.... Teníamos algo grande que purgar, y el cielo derramó en nuestros párpados soporífero beleño y nos echamos á dormir, creyendo soñar prosperi- dades y grandezas; y he aquí que al despertar nos vemos maltrechos y rotos, nuestras colonias per- didas, mancillado nuestro honor, blanco de las befas y desprecios de los que nos temblaron un día. jPo- Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 5 bre España! |A qué extremo de postración y de- cadencia ha sido arrastrada por las torpezas y desa- ciertos de sus gobernantes; de aquellos á quienes €n mal hora confió la prosperidad de su pueblo y sus grandes destinos en el concierto de las nacio- nes! ¿Para que sirvió toda aquella efervescencia de amor patrio, cuando en vísperas aún de la rup- tura de hostilidades con los pérfidos Estados Uni- dos, los españoles todos sin distinción de clases, le ofrecieron incondicional mente su cooperación al feliz éxito de la guerra? Cuando el rico le. abrió las arcas de sus tesoros y el pobre corría afanoso con el holocausto de su vida? cuando el anciano le consagraba sus postreros esfuerzos y el joven las primicias de su juventud y sus amores; cuando, en 4a ciudad y en el suburbio y desde el llano á la montaña, resonaban mil gritos de bendición y mil explosiones de ardimiento, que, concertados en gi- gante harmonía, formaban un himno patrio de sen- timiento y grandeza, como pocas veces había reso- nado en los españoles ámbitos? Cúbrese el alma de vergüenza y estremécese de indignación al ver cómo se sustrajeron á nuestro cetro en tan cortos días nuestras prósperas y flore- cientes colonias. Por lo que á Filipinas respecta, (en cuyas prisiones trazamos estas desgarbadas páginas, á veces con llanto amargo humedecidas,) todo el mundo sabe que nuestros soldados fueron entre- gados [hasta por miles! á las filas insurrectas. (Qué ardor patrio el de sus caudillos! ¡Qué convencí- Digitized by Google 6 MEMORIAS miento del deber sagrado de vencer ó morir, im- puesto á nuestras tropas, más bien que por códi- gos y reglamentos militares, por fuerza secreta, pero imperiosa y tradicional de nuestra bélica es- tirpel Mas ¿qué podía esperarse de quienes jamás, sintieron el fuego del patriotismo en sus corazones? Cuando en los altares de Vesta extinguíase el fuego sagrado, peligraba la salud de la gran República: y extinguiéndose en los pechos españoles la llama santa del amor patrio ¿no habían de correr inmi- nente riesgo la honra y el honor de España? (Ma- nes divinos que pusisteis el valor ibero sobre las más altas cumbres del heroísmo: bien hacéis en no alzar la frente del fondo de vuestras tumbas; que parece como que ya se ha extinguido vuestra raza, y ya no arde en nuestras venas aquella san- gre, ávida de derramarse, fecundando pródiga las palmas de las lides! Ya hemos olvidado los rum- bos de la gloria, por donde en otros días nos en- señasteis á caminar; y hoy andamos á tientas y á oscuras por los derrumbaderos del deshonor y los precipicios del envilecimiento. Lánguida ó casi muerta -aquella fe ardentísima que, fundiéndose con el sentimiento patrio, como en el rayo se funde el calor con !a luz, alentaba potente en vuestras almas; olvidándonos adrede de nuestra unidad de creencias, de intereses y de aspiraciones, los que nos llamamos herederos de vuestras mitológicas hazañas y vuestras inmarchitas glorias; sin aquella fuerza de cohesión que en ter- Digiti izedby Google DEL CAUTIVERIO. 7 ribles crisis hacía un solo hombre de nuestra com- plexa raza, á veces en mis largos insomnios se ofrece á mi fantasía el mutilado cadáver de la in- fausta Polonia, y casi llego á creer en la muerte de nuestra gran nación, la avezada á cobrar tributo de otras naciones y á hollar con sus pies los cen- dales de extrañas banderas. Y su ble van se de súbito contra tan pesimistas delirios todos ]os alientos del alma, porque repugna la muerte á una nación donde en páginas de oro fulgece eterno el idioma más grave y majestuoso que hablan los hombres; en cuyos gloriosos fastos brillan, como las constelacio- nes en el fondo de los cielos, acciones y epopeyas que asombran al mundo; donde el valor para los combates rayó á cien codos sobre las cimas de la espartana bravura y donde duermen, al arrullo de los himnos que la posteridad les entona, las vene- randas cenizas de mil mártires de la religión y de mil paladines de la patria. Una nación así no puede morir. Estará condenada á vivir de las añoranzas ée \p pasado; de los recuerdos de antiguas glorias; pero, vivirá. (La tierra toda sería pequeña tumba para tanta grandeza! Y agitóme y revuélvome con* vulso y furioso contra los que no aciertan á herir con la varilla mágica de nuestros antiguos gober- nantes las fibras de nuestro gran corazón donde, como el grano comprimido en el seno de la tie- rra, duermen los gérmenes de titánicas empresas, de fecundos desenvolvimientos, de trascendentales evoluciones. Digitized by Google 8 MEMORIAS ¡Líbreme Dios de llevar con estas páginas pesi- mismos ni desalientos á ninguna alma española! Duélome hondamente- de los reveses con que Dios nos castiga; dejo escapar algún desahogo que re- vela el silencioso martirio que todo buen hijo sufre ante las desventuras de su madre; pero aún no ha señoreado mi pensamiento la duda de que esa madre adorada se reponga y regenere. Algún aviso han de sacar nuestros gfobernantes de las enseñan- zas de la fortuna. De algo nos han de servir á todos las aplastantes lecciones de la experiencia. Nuestro sentimiento de patria es muy garande. En el naufragio donde han desaparecido muchas de nuestras mejores creencias, de nuestras más sa- nas costumbres, de nuestras más robustas institu- ciones, el sentimiento de nación sigue aún viril y triunfante, tan fuertemente arraigado en nuestras entrañas como los robles en la sierra. Y mientras €se gran sentimiento no se extinga, hayamos fe viva y ardiente en la patria. No nos persuadamos nunca de qué hemos degenerado de tal modo, que no quepa la esperanza de reconstituimos. Ni demos en la flor de cacarear demasiado nuestra grande senectud y nuestra escasa valía. En el plan cura- tivo de un enfermo, debe entrar para muy poco el hablarle de su postración y enfermedad. De lo que sí debemos persuadirnos, es de que necesitamos fe, mucha fe en los grandes destinos 4e la Nación y en los favores augustos del cielo. Cuando esa fe alentaba poderosa en nuestras almas Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 9 nuestros prestigiosos generales eran videntes de la guerra que no cosechaban en los campos de Marte sino victorias y laureles. En los más terribles apu- ros, cuando ya en las mermadas filas de nuestros soldados iba á declararse la derrota, hasta bajaban paladines del cielo, que combatían y lidiaban de nuestra parte, hasta que el triunfo nos sonreía. Tornemos á aquella fe, precioso legado de nuestros moyores; y si 1^ antico valore negl' ispanici cor non é ancor morto, nuestro gran sentimiento de patria hará prodigios, recobrando nuestra hegemonía en el mundo, y res- taurando ante las naciones atónitas la España de los días antiguos. Porque no es España, por más que haya quien lo diga, yerto cadáver cuyos miembros sea pre- ciso galvanizar. Por las arterias de nuestro gran pueblo circulan aún torrentes de plétora de vida. De lo que se ha menester es de una providencia acertada que explotando esas grandes fuerzas vita- les y distribuyéndolas sabiamente por ramas, tronco y raices haga que el árbol secular de nuestras glorias, tome á retoñar en pompas y lozanías, proyectando otra vez su benéfica sombra hasta los últimos lin- dleros de la tierra. No somos no, edificio en ruinas cuyos ciclópeos muros sea imposible reparar: arrán- qiiese la yedra que brota de grietas y desmante- iaduras, esa yedra de vividores de oficio, de polí- ticos de merodeo que merma su robustez y abate Digitized by Google lO MEMORIAS SUS altiveces y el vetusto alcázar de nuestra gran- deza, adquirirá consistencia por sí solo, y besando los cielos su peregrina frente irradiará de nuevo sobre el orbe esplendideces épicas y legendarias valentías. Vibra la pluma irritada en la mano al recor- dar el cuadro histórico de esta agonizante centuria. Desde que el verbo «libertad» resonó con ecos de revolución en los ámbitos de nuestro pueblo; desde que los nuevos dogmas políticos empezaron á soca- var nuestras robustas instituciones, desde que, arran- cando á nuestros reyes el heredado cetro de oro^ se les puso en la mano una caña irrisoria; desde que las leyes mal aguisadas en la arena del par- lamento han venido á sustituir á las pragmáticas y ordenamientos antiguos, donde encarnaba y res- plandecía el eminente sentido práctico de un gran pueblo; desde que la verdadera democracia caste- llana que nunca necesitó de revolucionarios atavíos para ornarse de lauros y palmas mucho más glorio- sos que los de Platea y Salamina, se vio suplan- tada por esa peste de liberalismo satánico que todo lo corroe y desconcierta; en suma, desde que se les arrebató á nuestros monarcas las riendas del Estado para hacer que las llevasen gentes impías dadas en cuerpo y alma á las exigencias de las logias no hay que preguntar por la historia de España; no tenemos historia ó es un montón de ruinas, un río de lágrimas, que aún está pasando, cada vez más desbordado y crecido. Digitized by 'k!: Google DEL CAUTIVERIO. II ¿Cuándo será que esa España adorada, tan digna de mejor fortuna, recapacite y pese atentamente las desventuras sin cuento que le ha acarreado ese impúdico liberalismo que tanto tiempo há, no sirve para otra cosa que para malversar las ener- gías y virtudes patrias, ahogándolas en un piélago de abusos y desafueros? Cuándo será que España rompa las cadenas, ya casi seculares, con que aher- rojan su cerviz las mal entendidas libertades mo- dernas y enquiciando su gobierno y administración haga que sus hijos tornen á respirar los aires de gloria que en áureos días respiraron? Haga el cielo que ese día amanezca pronto, dando á la patria el puesto que le pertenece por el lugar donde la na- turaleza la ha colocado, por su grandiosa historia y por la regia alcurnia de sus heroicos hijos. Mas |ay! mientras, no haciendo efectivo el prin- cipio de la responsabilidad, permanezcan impunes los autores de tantos desastres, quienes acaso si- gan apercibiendo nuevos y más grandes infortunios á la patria; en tanto una política inepta é irrisible siga desrobusteciendo nuestras veneradas institucio- nes; en tanto un verdadero espíritu económico, na^ tural exigencia de los estados pobres, no escatime los derroches y despilfarros que postran y desangran aún á los ricos; mientras no proporcionando los gastos del fisco á las fuentes de la riqueza, con- tinúen desequilibrados impuestos y capacidad con- tributiva, y en todos los organismos del Estado no torne á imperar el sentimiento del deber, como Digitized by Google 12 MEMORIAS se implora á grito herido desde todos los ángulos de la española tierra, apuremos hasta las heces la copa de la indignación divina que al volcarse so- bre la patria^ cubre con brumas de oprobio nuestras enaltecidas frentes. I i. Digitized by f->¿5!^'^^^^»M-^-K' ;...^i»Í i¿fc Google t*ií:lt±**Mií^±±^4 t±^±±^it* * **» CAPÍTULO II Vergüenzas y Despedidas. — Al través de la montaña. — De un Pueblo catipunesco. — D. Enrique Polo de Lara en escena. No es para dicha la amargura que nutrió mi pensamiento, al leer aquel volante de marras. Jamás tan cortas palabras me sugirieron tan profundas tristezas. Y es que son horriblemente dolorosos los primeros ecos de la desgracia. «Si quieres poner en salvo tu vida — se me decía — no lo retardes un punto. La bandera insurrecta arrollando do quíer nuestras escasas tropas, ondea ya triunfante en las fronteras de la provincia. La Colonia de Bangued ha huido ya en pos de la de Vigan con dirección á Lauag. Dícese que nuestra escuadra fué toda deshecha en las aguas de Cuba... Huye á toda prisa y jDios sobre todo!» Cuando salí del paroxismo desconsolador en que me había sumido tan infausta noticia, el caballo esperábame impaciente á la puerta. Monté y sin fijarme en los barrancos y fangales que en tiempos de lluvias forman el camino desde la Paz á la Ca- becera, salí á todo galope, atravesé el río Abra que, á causa del baguio de los días pasados, venía crc^ Digitized by Google 14 MEMORIAS cidísimo, y á la media hora de jornada, pasaba por delante del cementerio de Bangued. Al dete- nerme un puntOj como solía siempre^ á hacer la señal de la Cruz y rezar un pctíer¡msUr\ ¡qué pe- queño me pareció aquel cementerio comparado con el que acababí de surgir dentro de mí alma! Al verme cruzar á escape tendido, los niftos y mujeres feran los únicos que se habían quedado en casa) agolpábanse á las ventanas y dejaban caer sobre mí sus ojos preñados de lástima y de simpatía. Yo me sentía anonadado. Cuando di vista á la plaza que se extiende entre el convento y la Casa-gobierno, la impresión fué abrumadora. Hervía allí un gentío inmenso. Delante del cuartel, en for- mación y dispuestos á emprender alguna marcha, había unos veinte soldados de infantería. La Guar- dia civil, también con todos los avíos de guerra revolvíase agitada como preparando los últimos pertrechos. Unos y otros, al pasar, me saludaron cariñosamentej dirigiéndome palabras sugestivas de ánimo y confianza. En uno de los ángulos de la plaza j á la sombra de árboles añosos, y donde había pasado amenísimos ratos, departiendo amistosamente con la colonia so- bre la situación crítica del país; donde se habían for- jado hermosas ilusiones sobre el porvenir de España y donde nos reuníamos á fantasear acerca del ban- quete que el elemento español pensaba costear, con- vidando á toda la Provincia; sentados en sendas buta- cas, contemplando el hervoroso ondular de la muche- Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. í5 dumbre que se disponía á morir en nuestra defensa, estaban cinco ó seis españoles que se apresuraron á estrechar mi mano con la frente envuelta entre sombrías pesadumbres. En sus miradas latía toda la inmensa desgracia que acababa de estallar sobre nosotros. Allí me enteré de todo; allí supe que Manila, sitiada por mar y por tierra, estaba en vías de rendirse acosada como se veía por el ham- bre y sin esperanza de recibir auxilio de ningún género; que en casi todas las provincias de Luzón daba al viento^us pliegues triunfadores la bandera del catipunan; que toda resistencia de nuestra parte era un desatino, y que iríamos todos á Lauag en busca de una embarcación que pusiere á salvo nuestras vidas. Allí supe que en Vígan no quedaba más que D. Mariano Arques, Comandante déla Guar- dia civil, quien á retaguardia con un par de docenas de fusiles protegería la fuga de las colonias de llocos, — ¿Y el Gobernador? les pregunté. — En Telégrafos, conferenciando con D, Ma- riano. Le acompañaremos á V, allá.^En aquella casa no se sentía otro ruido que el producido por el aparato, borrajeando las tirillas de papel azul, donde el telegrafista iba leyendo lo crítico de la situación. Entramos, nos saludamos con los ojos y con una inclinación de cabeza y nos pusimos á escuchar. De punta se nos ponían los cabellos^ al ver que, según el juicio de D. MarianOj al cabo de tres ó cuatro horas podían estar tomadas por los insurrectos las riberas del río^ imposibilitando Digitized by Google 1 6 MEMORIAS nuestra bajada á Vigan; razón por la cual debía- mos atravesar la cordillera de montañas entre Abra é llocos Norte. Molina, como llamábamos todos al simpático Capitán de la Guardia civil de Ban- gued, exclamó con arrojo. «Yo con los pocos núme- ros que tengo á mi mando bajaré á Vigan. Me abriré camino á balazos si es menester. Yo no abandono á un comandante amigo que, si bien no me llama, comprendo que me necesita». Nos despedimos de D. Mariano, mandándole un abrazo estrecho de parte de todos. — Y yo, Molina bajaré con YV.} — De ningún modo. Tiene V. que volver al pueblo, preparar la maleta y cuando V. regrese ya quizá no estemos aquí. Debe V. tomar por las sierras de Dingras, y ver si en Lauag alcanza á sus compañeros que ya van todos por delante. Sin embargo, V. comprenderá que en circunstan- cias como esta, un consejo acertado es muy difícil. Por un punto y por otro puede tropezar uno con el sepulcro». Determíneme á seguir el parecer del Capitán. Despedíme de todos profundamente conmovido y emprendí la vuelta á la Paz, á disponer el viaje. Serían las ocho de la noche. En el camino se me juntaron otros dos Padres que como yo, ha- bíanse rezagado por falta de oportuno aviso. Durante mi ida á Bangued, ignoro por qué con- ducto, cundió por el pueblo la para él infausta noticia de que su misionero había marchado para Digitized by VjOOQIC DEL CAUTIVERIO. 1 7 no volver; asi que no bien se notó estaba de re- greso, fué la casa-convento invadida de gente. Re- nuncio á pintar aquella triste escena, aquella angus- tiosa despedida. El corazón embargado de pena ni sabía qué decirles. De muchos labios brotaban espontáneas promesas á la Virgen de la Paz por- que volviese pronto. De muchos ojos, como el último tributo de afecto que se me ofrecía, roda- ban lágrimas abundantes. ¡Cuánta gratitud en aque- llos pobres indios! — Pero de veras VV. se van? se nos pregun- taba con extrañeza. — ¿Qué va á ser entonces de nosotros? añadían al saber nuestra determinación irrevocable. — Quédense VV. replicaban con ansie- dad suma; quédense y verán de lo que es capaz nfiestra fidelidad no desmentida. Moriremos todos juntos. — ¡Imposible, imposible! Nuestra suerte está echada. Vuestro desamor nos arroja. Y aquella buena gente protestaba de nuestra dura expresión con mal veladas lágrimas y mal re- primidos sollozos... Pasarán los días, cubriendo de canas y desilusiones nuestra frente; llegará, pre- ñado de tétricos barruntos ese supremo instante en que se confunden las indecisas sombras del crepúsculo de la vida y de la aurora de la muerte, y aun en nuestro corazón palpitará pujante el re- cuerdo de aquellas demostraciones de sincera leal- tad. No significaba duda ni desconfianza la dureza de nuestra expresión: queríamos sí, herir aquellos pechos ilocanos en sus fibras más hondas, porque 3 Digitized by Google I S MEMORIAS sabíamos que habían de responder unísonos y ansiá- bamos que sus vibraciones envolviesen en ecos de amor el costoso sacrificio de una despedida eterna. Los ojos humedecidos de lágrimas y el alma henchida de tristeza, dimos á todos nuestro amargo adiós. Aquellos apretones de manos que nos daban, al besárnoslas, nos inundaban de consuelo. Sentía- mos que se nos quería^ que se lamentaba nuestra suerte^ que no sería pronto olvidado nuestro nom- bre, Séanos permitido lisonjearnos un poco al ver- nos tan rodeados de aprecio. El reloj marcaba ya la mitad de la noche. Cuando la aurora comenzó á bañar las nubes con sus tintas rosadas, ya nosotros íbamos muy entrados en los montes. No era aquella sazón opor- tuna para dar libre curso á los sentimientos de la natural eza, y abrir el corazón á impresiones gratí- simasj explayando la mirada por las ondulaciones de aquellas sierras j coronadas á trechos de pinares vírofei^es, á trechos cubiertas de abundantísimos her- bazaleSj sin huella alguna de humano viviente. Lo que importaba era ir dejando tierra detrás de noso- tros, á lo cual no se mostraba nada propicio aquel sendero de venados, lleno de derrumbaderos, pre- cipicios y hondonadas de donde había que apartar la vista porque causaban vértigo. La sed que hu- bimos de padecer fué tanto más penosa, cuanto que, nuevos Tántalos, íbamos escuchando continua- mente los rumores de las cascadas que desde lo alto de inaccesibles cimas despeñábanse platea- 1 Digitized by Google r ilm; DEL CAUTIVERIO. ig : Santa es la válvula de seguridad de Vigan,* Efectivamente los moradores de aquel pueblo, henchidos del me- jor ánimo y orgullosos con la confianza que en ellos se tenía, (muestra patente de la cual eran los cien fusiles y los muchos miles de cartuchos que les habían confiado, distinguiéndoles honrosamente de todos los demás pueblos de la Provincia,) á per- cibíanse de herramientas y utensilios necesarios para trabajar en el atrincheramiento de Picdet; paraje sumamente estratégico desde donde podíase conte- ner á las huestes insurrectas. Pues bien, el mismo día en que el P. Prada por consejo del propio D. Enrique, se preparaba para ir á las trincheras con mil hombres que hervían de entusiasmo en torno de su Cura, el ínclito Go- bernador fugábase de Vigan sin tener la amabilidad de enviar al P. Prada, no obstante pregonarse muy su amigo, un despachero que lo avisase. Acciones son estas en las que huelga todo comentario; pues harto trasparentan de suyo la pequenez y la falsía. Bien sabido es también lo que sucedió con el joven misionero P. Jesús Delgado, encargado acci- 4 Digitized by VjOOQ IC _ J 26 MEMORIAS dentalmente de la parroquia de Tagudín, quien con- fiado en las palabras del Gobernador, recorría el pueblo, levantando el espíritu decaído, y animando en su convento al puñado de valientes que lo guar- necían. Después de mucho tiroteo, las avanzadas catipunescas tomaron la Iglesia, trabándose enton- ces entre esta y el convento reñidísimo combate en que el capitán Sr. Almaraz y el teniente señor Montero, junto con el P. Jesús, realizaron prodi- gios de bravura, hasta que al día tercero de ataque continuo, cuando ya el convento se desplomaba á los disparos de dos piezas de artillería emplazadas á la puerta de la Iglesia, y el bravo Sr. Montero, bañado en su propia sangre, amagaba exhalar el último suspiro, (i) cayeron con honra en manos de las desarrapadas turbas sitiadoras. — Con la escapatoria á la sordina de la autoridad un pánico horroroso sobrecogió al elemento es- pañol. Algo muy grave y muy inminente ocurría. Y sin cuidarse para nada de intereses, dióse prisa todo el mundo á meter cuatro trapos en la maleta y salir á marchas forzadas* tras de las huellas del gobernante. Y ¿porqué no se habían embarcado aún? Nuevo cuadro de miserias que el egoísmo individual iba pintando de relieve aquel vergonzoso día del sábado» Todos habían salido de Lauag, con intento de darse (i) Mario este héroe en el convento de Tagudín, al tercer día de haber sido atravesado por una bala. Digitized by Google ir^4-i/',iWLn*.tet'f! DEL CAUTIVERIO. 2^ á la vela enseguida; mas una serie de órdenes y contra-órdenes de D. Enrique y del Capitán del puerto, compinche suyo, los retuvieron todo el día en la playa, recibiendo tranquilamente los abrasa- dores rayos solares. Las menudas arenas, refleján- dolos en mil direcciones, hacían casi irrespirable el ambiente, á pesar de las constantes emanaciones salinas. Cuando ya se avecinaba la noche, llega un volante del Gobernador, mandando que se embar- quen inmediatamente el Sr. Obispo, los Padres y las Monjas: que para el servicio de ellos está el Pontín San José y que no se demore por más tiempo la salida. Efectivamente ya estaban todos á bordo con su correspondiente equipo, cuando el Cabo de mar recibe una orden del Capitán del Puerto en que le conmina con la pena de muerte si admite en el barquichuelo á alguien más que el Sr. Obispo y las Monjas. Y vuelta los Padres á desembarcar y á hallarse en la playa á la intem- perie. Mísera trama era la que se estaba urdiendo, indigna, no ya sólo de españoles, sino de todo hombre que abrigase un sentimiento noble y gene- roso. Si algún soplo de confianza se tenía aún, después de lo acaecido en Vigan, en la Autoridad, disipóse aquí completamente, desecho entre el chu- basco de tantas ruindades. El grito de « ¡sálvese el que pueda!» no dado aún al viento, acababa de resonar en todos los corazones. Por eso de aquella facha tan lastimosa iban llegando los ' padres al Digitized by Google 28 MEMORIAS tonvento, lo mismo que los particulares á sus res- pectivas casas, lanzando pestes contra los autores de tan villana jugarreta. El tiempo era oro que no había que desperdi- ciar. Decidimos marchar á toda prisa á Dirique, pueblo, más de 20 kilómetros al Norte de Lauag y en cuya playa se decía estar el pontín, donde el Gobernador pensaba embarcarse. La dificultad era la carencia de vehículos suficientes para trasla- darnos al referido punto; pues mientras se perpe- traba la inmunda treta de la playa, D. Enrique estaba acaparando todos los medios de locomoción, dándose hasta el caso de que al mismo Cura le arrebatasen los caballos de su propia caballeriza. Ante villanías tantas el digno párroco hizo un llamamiento á los principales, poniéndose comple- tamente en manos de ellos, é inmediatamente em- pezaron á venir quites y carretones, tanto que hu- bieron de sobrar; pues algunos, no teniendo ya paciencia, habíamos salido en el caballo de S. Fran- cisco, con la esperanza de encontrar en el ca- mino algún carretón que nos condujese al lugar deseado. El que esto escribe y otro compañero tuvie- ron la suerte de hallarlo á la salida del pueblo. Nos embanastamos allí como pudimos, y recosta- dos en las maletas, llegamos á Dirique á la caída de la tarde. Ya muchos españoles se habían ade- lantado en la jornada. Dirigímonos á la playa, lla- mada de Nagabungan, desde donde se daba vista Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 39 al pontín Ntra. Sra, del Rosario; y allí nos fui- mos reuniendo hasta ciento y tantas personas, anhelosas de que llegase D. Enrique, sin orden del cual nadie podría irse á bordo. Llegaría dicho señor como á las siete de la tarde. Todos esperába- mos se emprendiese el embarque á su llegada; pero húbose de esperar todo el lujo de carreto- nes atestados de equipaje, que él y ciertos congé- neres suyos traían. Tal fué la causa porque no pudimos hacernos á la vela con el viento próspero del siguiente día, circunstancia que ruego se tenga muy en cuenta por la cola de desgracias que trajo consigo. No cerraremos este capítulo sin consignar un dato; de trascendencia suma, que deberes de jus- ticia y reconocimiento nos vedan omitir. ¿Qué im- porta que sea un borrón más en la pérfida conducta de D. Enrique? Es una gloria y una alabanza jus- tísima del digno gobernadorcillo de Lauag, D. Aguedo Agbayani, quien haciendo ante todos los españoles reunidos en aquella cabecera, fervientes protestas de españolismo sincero, suplicaba al Go- bernador, que no nos marchásemos; que era una vergüenza para llocos, que huyésemos de aquella guisa; que él, D. Aguedo en persona, saldría con diez mil indios, y los cazadores que hubiere, á im- pedir el paso á las hordas catipunescas; y que no temiésemos hasta tanto que, tras de aquellos diez millares de indios, fuesen también cadáveres otros diez mil que se comprometía á reclutar en pocos días. Digitized by Google 30 MEMORIAS Los arranques generosos de este hombre sin- cero fueron despreciados por D, Enrique. Mas, sepa el digno Sr, Agbayanij cuyo afecto á España mos- tróse aún más puro durante el período álgido de la revolución, y sigue mostrándose todavía á mal grado de persecuciones y vejámeneSj que hay espa- ñoles que no echarán nunca en olvido su nombre; antes bien lo acariciarán en su memoria, como se acaricia el recuerdo de lo que más se aprecia y se quiere. % Digitized by Google í US CAPITULO III Las Lindezas de á bordo. — Caricias de un bag^uío. — ^[Ala mar I La noche habíase cerrado húmeda y negra. En* tráronse cuantos pudieron en las tres ó cuatro mí- seras chozas, que allí se levantaban á la sombra de los cañaverales, y los más tuvimos que aguantar en nuestras* espaldas las caricias de la intemperie; pues no hubo otro remedio que tumbarse en la pla- ya, envuelto en el capote — el que lo tenía— y recos- tado sobre alguna maleta ó algún envoltorio de ropa, A eso de la media noche corrió la especie de que el Gobernador no permitiría embarcarse á los padres y á varios castilas que no estaban apadri- nados por el dinero. Bien poco faltó para que aque- lla playa no fuese testigo de un sangriento tu- multo; pues exacerbáronse los ánimos de tal modo que no faltó quien dijo que se embarcaría quien más pudiese; pues se disputaría el billete de pasaje á tiro limpio, si menester era. La inquietud em- pezó á calentar las cabezas y á agitar los corazo- nes, y esperábase impacientemente el alborear del día en que se diese la orden de embarque. Por fortuna los rumores aquellos no se confir- Digitized by VjOOQIC 32 MEMORIAS marón, y el Sr. Polo mandó que se embarcara toda la gente^ por este orden: señoras y niñoSj Padres^ caballeros que tuviesen familia y los últimos quie- nes no la tuviesen. Como se ve, la disposición no estaba mal tomada. Sin embargo algo de funda- mento debió tener la especie aquella^ pues no bien nos vimos á bordo ^ le dijo á un religioso un penin- sular^ su amigo: «padres, bien pueden VV. dar gracias al santo del día, porque hasta última hora prevaleció la creencia, fundada en frases de don Enrique, de que VV. no serían admitidos en el pontín». Aquel día era el de Ntra, Señora de la Asunción. El religioso aquel elevó á la Virgen su espíritu en acción de gracias, atribuyéndole la que acabábamos de recibir. No estará demás consignar que el armador del pontín, D. Agustín Távora, había advertido que no consentiría se quedasen los padres en tierra. Como hasta pasadas las nueve de la mañana no se pudo trasladar al barco tanta impedimenta como algunos traían consigo^ no se aprovechó la hora de viento favorable que en aquel lugar sopla periódicamente todas las mañanas^ y que es un requisito sin el que á los barcos veleros les es imposible hacerse á la mar. Hubo que someterse á pasar el día, aguantando la mecha de un sol abra- sador, haciendo mil comentarios diversos sobre los egoismos y miserias humanas en una situación tan crítica en que debiera reinar la harmonía más perfecta. Dicen que la desgracia une en dulce con- t Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 33 sordo á los desgraciados; aquí esta hermosa ley psicológica, grabada por Dios en nuestro ser, bri- llaba por su ausencia. Y es que el ruin egoismo con su corte de instintos plebeyos reinaba á sus anchas en algunos corazones. Hacia las cuatro de la tarde de este día una em- barcación velera apareció en el horizonte con rumbo hacia donde nosotros estábamos. |Qué de negras suposiciones surgieron en un punto en todas las fantasías! Allí venía indudablemente una barcada de insurrectos, con objeto de echarnos el guante. Al- gunos hasta requirieron los fusiles y escopetones que andaban tirados por los rincones del barco, preparándose á hacer fuego sobre los presuntos enemigos. Las señoras llenábanse de desconsuelo y de tristeza y en todos los corazones aumentá- banse por momento los latidos hasta que, ya en- cima de nosotros el barquichuelo, pudimos distin- guir claramente algunos hábitos blancos, ¡A nadie se le había ocurrido que aquella embarcación pu' diera ser el destartalado pontín San José^ á bordo del cual venían el Sr. Obispo, las Madres del cole- gio de Vigan, y varios padres y castilas^ que se ha- bían quedado en Lauag cuando el famoso dispersit! Con la noche de aquel día quince, que iba por grados entenebreciéndose, íbase la gente aco- modando^ como podía, tendiéndose sobre cubierta, alguna maleta por almohada, invocando el picaro sueño que siempre ha gustado de volar muy lejos de tumultos y de comedias. 5 Digitized by Google 34 MEMORIAS Ya ni un punto de luz brillaba en el cielo. Ya el silencio más hondo reinaba sobre el mundo. De repente bruscas rachas de viento huracanado, acompañadas de abundante lluvia, despiertan á lo» dormidos. Amanecía. El barómetro acusando una enorme depresión atmosférica, intimidó un tanto los ánimos^ hacién- donos temer algún desastroso frangente. Veíase á la exigua dotación del barco tender amarras con toda premura á diversos puntos de la costa, sujetan* dolas á haces de arbustos que arraigaban espesos en la marisma. Arriáronse á prisa todas las lonas que pudiesen ofrecer alguna resistencia á los recru- decimieritos del vendaval, y no bien terminada la faena, dejóse ya sentir el baguio con imponentes y tremendas acometidas, ¡Imposible! imaginar de dónde saca el viento la enorme cantidad de fuerza que se desarrolla en sus furibundos aletazos. No andaban muy desorientados los griegos antiguos en poner en una deidad el imperio de íos vientos; deidad que los ataba ó desataba á su merced, ora convirtiéndolos en aquilones de destructoras em- bestidas que dejaban arrasados llano y montaña, ora en refrigerantes brisas que, besando las fren- tes con aromados ósculos, llevaban á los espí- ritus los encantos de una placidez deliciosa* Solo un Dios puede imperar á la atmósfera que ruede y destruya en borrascosos torbellinos ó bese y acaricie en céfiros regalados. Los cordajes de los mástiles crujían y chas^ *\ Digitizedby Google L DEL CAUTIVERIO. 35 queaban imponentes. La frágil embarcación, arron- zando á veces de sotavento, reaccionaba tan rá- pida de vabor á estribor que sepultaba sus bordas en el hervor de las aguas, amenazando volcarse entera en uno de los horrorosos sacudimientos. Las olas, convertidas en hirvientes cordilleras, es- trellábanse terribles y majestuosas contra los cos- tados de la nave, como queriendo hacerla añicos <> envolverla en sus cóncavas sinuosidades. De súbito estalla un chasquido colosal, como si una roca, herida por un rayo, se hendiese. Y el bar- quichuelo finge correr vertiginoso á hacerse peda- zos en el arrecife. «|A la mar!» grita el Arráez á los grumetes — «|á la mar!» «¡anudar de nuevo esa amarra que se ha roto, ó somos perdidos!» Por fortuna no advirtieron las señoras el riesgo inminente que se corría; con lo que pudimos ha- cer todos de grumetes, cobrar la rota amarra, ten- der y atar otra más fuerte, todo en el breve es- pacio de algunos minutos. El peligro quedó por entonces conjurado si bien el temporal siguió azo- tándonos con furia hasta que á las nueve de la mañana las rachas empezaron á ser menos bruscas, cesaron las nubes de mandarnos aguas y -el mar iba enronqueciendo su desesperado rebra- mar. A las diez la calma era abrumadora. A no ser por las revueltas olas que arrollábanse aún espumantes por las caricias del baguio, dijérase ^ue ningún trastorno atmosférico acababa de de- satarse sobre la tierra. Los que tenían alguna ex* Digitized by Google 36 MIMORIAS periencia en achaques de baguios, temblaron ante aquel reposo tan profundo. «El temporal repetirá por la tarde redoblando sus furores* — decían. Así sucedía siempre que repentinamente cesaba el ba-^ gnio.> Tomáronse pues todas las precauciones posi- bles para evitar una catástrofe, y anudáronse las murmuraciones y bisbíseos que no tenían otro ob-- jeto que roer los zancajos del eterno D, Enrique de la mariera más despiadada. ¿Cómo sino se iba á matar el tiempo? Algunas señoras, temiendo eómo era natural los augurios del segundo baguio, queríanse ir á tierra y esperar allí que pasara la tarde. Súpose enton- ces que el Gobernador lo prohibía; que él sólo pensaba desembarcar y acompañándole los ya sa- h'dos congéneres. Las sospechas de que trataba de fugarse por tierra, cundió rápidamente como cunden todas las malas noticias, «Este, se decían todos, ha sabido que los insurrectos están encima^ prevee que no podremos salir de este arribaje y trata de evadirse, dejándonos á los demás en la ratonera. [Qué caiga también ya que tiene la culpa de todOj* — decía el Sr. Luna^ uno de los emplea- dos en el Gobierno de Vigan. Montaron los ánimos tan en cólera que todos preveíamos no llegaría la noche sin algún inci- dente dramático. Con efecto cuando el Gobernador se disponía á bajar, ciérrale el paso una señora cuyo marido toma en seguida cartas en el asunto 'y ^ Digitized by Google j DEL CAUTIVERIO. 37 mientras ella le increpa rudamente por su ruin com- portamiento, este echaba centellas, dispuesto á co- gérselo y tirárselo al mar. Hasta que interviniendo D. Ricardo Ricafort, Presidente de la Audiencia de Vigan, hizo ver con su autorizada palabra al bueno de D. Enrique lo desacertado de su con- ducta. Huelga decir que, durante la reyerta, de los diversos grupos de señoras surgían cada re- proche y cada grito de ira que debían levantar ampollas en las entrañas del Gobernador, quien concluyó por retirarse al camarote, agriado y fu- rioso ante el poco caso que se hacía de sus ín- fulas y mirlamientos. Al poco rato de pasadas estas miserias llama á su camarote á la gente de más viso entre el pa- saje y les dice que hay que pagar por el viaje del pontín siete mil pesos. ¡Tocábamos á setenta y tantos cada uno! ¡Nada! que aquel hombre se había propuesto tomarnos el pelo y por eso no tenía fre- nillo en la lengua. ¡Setenta y tantos pesos por un viaje que en tiempos normales se hacía con dos solamente! La maledicencia semejó entonces un desbordamiento: «¿cómo era posible que tantos pe- ninsulares juntos sufriesen tantas cabronadas de un mandria infame? Pero todo se quedó en murmura- <:iones: y dióse el escándalo de que varias fami- lias que no tenían aquella desmedida cantidad, optaran por bajarse y que Dios dispusiese de ellas como le placiese en sus altos juicios. Y aquellos que veíamos irse á tierra eran españoles! y los que Digitized by VjOOQIC 4 3$ MEMORIAS quedábamos en el barquichuelo éramos españoles^ [Cosas veredes el Cid... Y llegó la tarde y deslizóse tan tranquila sin que el meteoro repitiesej sorprendiéndonos la noche en muriTiuraciones y cuchicheosj en chismes y pe- queneces, El día 17 y á la hora de costumbre, sopló un viento hermoso que no pudimos aprovechar por ser tantas las amarras tendidas y tener que emplear varias horas en la tarea de recogerlas- Y vuelta la chismografía á entretener en todos los corrillos el ocio y el aburrimiento. En tanto que á bordo éramos á la vez prota- gonistas y espectadores de tan bochornosas come- dias, en donde á la perfección ejecutaban su papel los más villanos sentimientos^ dos españoles que se dirigían huyendo á Bangui, trajéronnos la noticia de que D. MaríanOj con las exiguas fuerzas que le acompañaban, había llegado ya á Lauag y estaría acaso en Bacarra. Desde este pueblo á la playa de Nagabungan no había más que un pueblo inter- medtu: el de Pasuqum. Dicho se está con esto que no había que esterilizar un minuto, que era for- zoso partir á todo trance. Es el lugar en que estaba anclado nuestro pon- tín una reducida ensenada, fronteros á la cual se veían diseminados aquí y allá por entre las espe- suras de los cañales, los pobres calapaos que com- ponen el barrio de Dirique. A un lado y otro en sedimentos madrepóricos, que inúndanse en las al- Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 39 tas mareas, alzan sus pequeñas copas, oreadas por las brisas marinas, millares de arbustos de distin- tas clases. Y mirando mar adentro, extiéndese de Norte á Sur, casi formando línea recta, una como crestería de rompientes, cortada en la mitad por un canal estrecho, por donde las embarcaciones se in- ternan en alta mar. Viento muy próspero se nece- sita para que una embarcación por pequeña que sea, se haga á la vela, sin exponerse á ser estre- llada en las rompientes. El que en la tarde del 17 reinaba favorable nos era por cierto; pero soplaba tan blando que apenas henchiría levemente las lonas. Así y todo era preciso salir. No había que esperar nos jsorprendiese el enemigo. Desplegáronse pues las velas, levóse ancla, di- rigióse la prora á la pequeña garganta que forman las rompientes y comenzó á moverse lentamente el pontín. A medida que á las escolleras nos aproxi- mábamos, crecía el balanceo brusca y violentamente Nunca se ofreció á nuestra vista espectáculo de la naturaleza tan majestuoso, como el que por espacio de diez minutos que se tardó en atrave- sar el bajo, se desplegó á nuestras miradas. Los pequeños remolinos de espuma que en la dilatada exter^ón de los mares, blanqueaban hirvientes, re- velaban bien claro que los tremendos empujes da- dos por el pasado temporal al líquido elemento, estaban aún produciendo sus influjos alborotado- res. Las maretas bramaban, chocando contra las rompientes con vehemencia tan espantosa, que, rom- Digitized by Google 40 MEMORIAS piéndose en bullidoras cascadas, subían al cielo en lluvia de argentadas perlas. Las túrgidas olas azo- taban á veces tan reciamente la nave, que arro- jábanla con ímpetu á las nubes; en tanto que otras veces creyérase como que desaparecían de- bajo de la quilla, despeñándola hasta profundida- des que daban vértigo. | Magnífica perspectiva para soltar las riendas de la imaginación y remontar á Dios el espíritu^ cantando los esplendores de su poder y las magnificencias de su gloria! Muy atónitos debíamos andar algunos, sumer* gida la mente en ese adormecimiento de los sen- tidos que produce la contemplación de las gran- des cosasj cuando apenas nos percatamos del in- minentísimo riesgo que se había corrido, de ha- llar sepulcro entre las olas. Habíamos sí, oído algunos alaridos de dolor, lanzados por alguna señora invocando la protección de lo alto; veíamos al armador que forcejando por sujetar una de las escotas del velamen, miraba sin cesar con ojos un tanto extraviados, ya á proa, ya á la rompiente, exclamando con grito que arrancaba del alma í ¡viento! Señora! jNtra. Señora del Barco, viento! ¡viento!» y esta breve plegaria, henchida.de espe- ranza y amor me estremecía; pero ni un momento imaginé que aquellos turbiones embravecidos que hacían dar á la nave tan vertiginosos tumbos, tu* vieran otro final que embebecernos en aquella como inmersión del alma en lo sublime. Así que nos admiramos grandemente cuando, pasada ya la Digitized by Google -.^dúCsU. DEL CAUTIVERIO. 4 1 barra, nos contaron que había habido un momento en que el arráez, convencido de que el barco se hacía añicos entre las rocas, había exclamado con honda desesperación: tjAquí morimos todos», y que sobre la cubierta del otro pontín veíase al Señor Obispo dándonos la que él creía postrera absolución mientras á su derredor los padres y las monjas, puestos de rodillas, imploraban sobre nos- otros las misericordias del cielo. ¡De tantos apuros debió sacarnos la Estrella de los mares, prestando atento oído á los ecos de aquellas plegarias! Lejos ya de la barra, hendíamos lentamente las olas, dejándose por lo mismo sentir más violento el balanceo producido por la mar de fondo. En vano los indios que componían la dotación del barco con supersticioso silvar invocaban el viento para que con soplo bienhechor hinchese las velas. Sordo á los conjuros, el viento negábase á sernos propicio. Ya tendida la noche sobre los horizontes del mar, allá á lo lejos con rumbo contrario al que nosotros llevábamos, roja columna de fuego y humo, esparciendo en torno suyo siniestra claridad, dejaba ver la silueta de un vapor. Nuevos sobre- saltos al corazón y nuevo apresuramiento de la- tidos. ¡Teníamos á los yankees encima! Apagáronse todas las luces del pontín con ob- jeto de hacernos invisibles en el seno de la os- curidad, y no nos abandonó el miedo hasta que, ya detrás de nosotros la columna aquella de humo Digitized by Google 42 MEMORIAS enrojecido, vimos que el vapor desaparecía al tra- vés de las nocturnas sombras. ¡Y aquel, según supimos más tarde era el vapor Triunfo que ha- bía de recogernos en Aparri, si los desaciertos del Gobernador no nos hubiesen detenido tanto tiempa en la playa de Nagabungan! Durante los días pasados á bordo nadie se acordó de limpiar el pontíiij echando unos cuantos cántaros de agua; bien que era casi imposible por ir materialmente atestado de bártulos y equipajes. Así que toda la cubierta era un asco. Asfixiaba aquel am- bientCj casi falto de oxígeno, y saturado en cambia délas mefíticas emanaciones de tanta porquería coma se iba aglomerando por los rincones^ donde, efecta del calor y del agua, pasaba en seguida á vías de putrefacción. No he visto nunca lugar más hedionda y más apto para el desarrollo de una peste que nos inficionase á todos en breves horas. Contribuirían sin duda á la formación de aquella deletérea atmós- fera las quinientas ó mil tinajas de bagan que lie- yaba el pontín en sus bodegas. Lo cierto es que aquello no era para resistido varios días. Y no huba otro remedio que pasar de aquella traza hasta la madrugada del día 20 en que hicimos tierra en Aparri; pues si bien se llegó á este puerto la tarde- precedente, tan sumo interés se tomó el Sr. Polo y y con tanta fortuna, que no hubo modo de sacarnos sino con la dicha tardanza, de aquel inmundo pu- dridero. ¡Con qué alegría abandonamos aquel sucí- simo barco donde, entre un puñado de españoles que Digitized by VjOOQIC DEL CAUTIVERIO. 43 debió unir muy estrechamente la común desgracia^ se desenfrenaron tan ruines sentimientos, tan pér^ fidas falsías y tan desencarados egoísmos! Digitized by Google CAPÍTULO IV Por huir de Escita.... — Rendiciun de Aparri. — Los mausers He nueatroa soldados. — Pesadillas j realidades. Y hétenos ya en Aparri^ en ese pueblo de co- merciantes y pescadores que en arenoso ángulo formado por el río y la mar, alza su entreverado case- río de hierro y nipa^ indefenso á los furores de tormentas y tempestades. Muy honda debió ser la impresión pesimista^ experimentada por aquel vecin- dariOj al ver cruzar á tantos castilas^ casi en traje de pordioseros, por aquellas calles^ á hora en que ya en aquella atmósfera se caldea el ambiente y mendigando j como quien dice^ una sombra de te- jado donde cobijarse. Sin embargo todas aquellas fatigas soportábanse con paciencia porque todos abrigábamos la ilusión de que fueran efímeras. De un día para otro vendría un vapor de Hong-kong á recogernos á todos y llevarnos á puerto seguro. Pasaron varios días y el barco no llegaba. La inquietud nos traía á todos desasosegados y harto natural era. Estábase jugando la vida ó la muerte. Los jóvenes particularmente nos indignábamos al ver la irresolución de los llamados á ponernos Digitized by Google DEL CAUTIVERIO, 45 cuanto antes fuera de todo riesgo. ¿Por qué no s^ compraba un pontín, pagando el doble de lo quQ valiese, si era preciso, para hacernos á la vela la más pronto posible? Nos dirigiríamos á las Islas Batanes, nos aprovisionaríamos allí y partiríamos después con rumbo á cualquier parte, donde pu- diésemos juzgarnos en salvo. Pero éramos jóvenes y por inexperiencias juveniles fueron tomados todos nuestros clamores. Debíase dejar obrar á los sesu- dos y provectos, quienes estaban tan confiados d^ que no había porqué apurarse, que hasta llegó á ocurrírseles la idea de celebrar en aquel pueblo 1^ solemnidad de N. P. S. Agustín, y tomar alguna^ piedidas para que hubiese en ella algún lucimiento» jY que no iba á haber poca solemnidad aquel día! No diré yo que no se hizo absolutamente nada para evadirnos de la desgracia que se nos echaba encima. Sé que hubo conatos de ajuste con el dueño de un pontín; pero entonces no había quQ fijarse en triquiñuelas de ochavo más ó menos. La vida vale más que todo. Mientras tiempo tan precioso se esterilizaba, amaneció el día veinticinco. En las lejanías del mar divisábase claramente la columna de humo de un vapor cuyos contornos esbozábanse cada vez mái5 distintos entre las brumas marinas. La inquietud de los espíritus empezó á calmarse: aquel vapor era sin duda por el que tanto se suspiraba. Efec^ tivamente: la bandera española arbolada en el palo mayor ondeaba juguetona á las caricias del viento^ Digitized by VjOOQIC 46 MEMORIAS {Cuántas ilusiones, muertas ya, renacieron á la sola vista de la enseña patria! ¡Cuántos ensueños, ya inhumados en el fondo de la desventura, resucita- ron radiantes de vida, al ver que nuestra bandera atrevíase aún á desplegarse ufana en la inmensi- dad de los mares! Todos sentimos dentro del co- razón como un rompimiento de alegría y nos im- pacientábamos con la tardanza de aquel vapor, á la vista del cual, habíamos abierto el alma para recibir grandes sensaciones. Así sucedió en efecto: las sensaciones no pu- dieron ser más grandes, cuando después de abor- dar á él la barquíchuela del práctico, arrió nuestra bandera^ izando otra cuyos colores hasta para el Capitán del Puerto eran desconocidos. Sobre cubierta bullía un hervidero de gente de atezado rostro, en cuyo vestuario divisábanse muchas bandas encarna- das. Aquel vapor era el Compañía de Filipinas. Aquella bandera la del catipunan La red ene- miga acababa de hacer una gran presa envolvién- donos á todos en sus mallas opresoras. jPIugolc asi á Dios! Por huir de Escila habíamos caído en Caribdis. Detúvose el vapor, acercándose lo más que pudo hacia la ribera contraria; desamarró dos barquillas y en una media hora desembarcaron cien hombres que arbolaron á la otra parte del río la bandera ca- típunesca. Con ser tantos los que desembarcaron, en la cubierta no se notaba ningún vacío. Aun hervía la gente apiñada. Diríase que hasta las Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 47 bodegas venían atestadas de soldados. El vapor echó á andar pausadamente, río arriba. Veíase claro que iba á hacer otro desembarco para cercar el pueblo en caso de resistencia y arrasarlo entero. A todo esto en el pueblo había un pánico es- pantoso. Emisarios insurrectos habían intimado la rendición so pena de entrar al día siguiente, bom- bardeándolo y pasando á todos por las armas. Las fuerzas españolas que había en Aparri no pasarían de 40 fusiles entre Guardia civil é infan- tería marina. La resistencia juzgábase una barba- ridad. Los españoles iban y venían aquí y allá procurando cerciorarse de la actitud del pueblo que no quería resistir de ningún modo^ no obstante hacer protestas de españolismo. Con esto y con saberse que el pueblo inmediato de Camalaniugan estaba ya tomado, lo mismo que LaMoc, túvose por acertado rendirse, poniendo bandera de parla- mento. Llegó entonces un teniente que se decía, secretario del coronel jefe de las fuerzas revoluciona- rias, y con él un sargento y algunos soldados. Fue- ron á la Casa-Tribunal donde estaban el Capitán del Puerto, D. Mariano Pérez de Guzmán» el teniente de la Guardia Civil, D. Salvador Fiera y varios otros españoles. Discutiéronse las cláusulas de rendición y convínose en que serían entregadas todas las ar- mas de cualquier género que fuesen á las fuerzas sitiadoras; que serían respetadas las vidas, alhajas y haciendas de todos los peninsulares y que á nadie se haría el daño más leve. Hemos visto el Digiti izedby Google 4' 48 MEMORIAS pliego de condiciones y podemos afirmar que es- taba concebida en estos y no en otros términos que susurraba el público de Aparri. Para honra del Sn Fiera debemos consignar que de ningún modo quería rendirse. Todas las súpli- cas de españoles y filipinos no hubiesen obtenida nada de la voluntad de hierro de aquel pundo- noroso oficial j decidido á derramar su sangre, an- tes que consentir en una vergüenza, si un grupo de señoras peninsulareSj inspiradas por el Sr. Polo de Laraj no se lo hubiesen pedido, hasta con lá- grimas en los ojos. *Bien, me rendiré, ya que to- dos en ello se empeñan; pero conste que voy á firmar mi sentencia de muerte.» ¡Tan persuadido estaba aquel valiente de que en su persona se ensañarían ruines venganzas! Quisiera que mi pluma tuviese el don de trasladar al papel, de encarnar en palabras y en ideas lo angustioso de aquella noche infausta, pasada la cual habíamos de ver entrar en el pueblo al ejército re- volucionario. ¡Ni un sentimiento brotó en el corazón que no fuera de congojosa amargura! La cabeza ar- día hecha un volcán de pensamientos desgarradores. ¿Dormir? Era pedir cotufas en el golfo; y además temíamos que los sueños fuesen más horribles que la misma realidad. ¡Mañana! mañana veremos el ho- nor patrio escarnecido; el orgullo español rodará por los suelos; abrumarán nuestra frente la vergüenza y el sonrojo y será hecha girones nuestra bandera y resonarán en el aire mil espantosos gritos, quizá ^ Digitizedby Google DEL CAUTIVERIO. 49 algún ¡muera! aterrador, mil veces más duro que la misma muerte. Batallando con tan terribles presen- timientos; mejor dicho, sintiéndonos arrebatar, á modo de brizna que el viento arrastra, por aquella desencadenada tempestad de imágenes insufribles, sorprendiónos la aurora desmazalados, abatidos, hechos una alheña, como si toda aquella noche la hubiésemos pasado, forcejando por desasirnos de las garras de una euménide. Muy de mañana comenzóse á coronar de ban- deras blancas desde la torre de la iglesia y la es- paciosa casa, techada de hierro, hasta el último casucho, cuyos únicos adornos eran el cogon y la ñipa. ¡Qué espectáculo tan triste para un corazón donde latía potente el santo amor de la patria! ¿Pero qué habíamos de hacer?... Así lo disponía Dios en la alteza de sus inexcrutables designios. Mas cuando el alma padeció más honda amar- gura, cuando llegó á parecerle imposible apurar las heces de cáliz tan acerbo; cuando casi llegó á desear el aniquilamiento de su ser, fué cuando á los ecos so- noros de las bandas de música y al son de las cam- panas que henchían el viento y al clamoreo ensor- decedor de abigarrada muchedumbre, que vitoreaba frenética al «ejército libertador», éste, desplegado en compañías de cuatro en fondo, con aire marcial y victorioso, comenzó á desfilar por delante del con- vento en dirección al tribunal, donde les esperaba entusiasta acogida. ¡Con qué dolor contemplába- mos aquellos mausers, que llevaban al hombro y 7 Digitized by Google 50 MEMORIAS que á costa de tantos sacrificios habíamos adquirido en nación extrañal Y aquellas armas preciosas no ha- bían sido arrancadas de las manos de nuestros solda- dos muertos en el honroso campo del combate; no significaban otras tantas vidas inmoladas en los altares patrios: aquellas armas habían sido entregadas cobar- de ó traidoramente — si es que no andan siempre juntas la traición y la cobardía — por los que tenían en sus manos el honor de Iberia y que lejos de con- servarle ileso, ya que no acrecieren la prez de sus timbres, atreviéronse ¡hijos espúreos! á amasar con sus felonías el cieno de la deshonra que había de salpicar el cielo de la historia patria. Un pelotón de soldados precedidos de un oficial > que empuñaba una bandera, destacóse de una de las columnas y cruzando al través del gentío, subióse á la torre, arbolando, al lado del signo redentor, su victoriosa bandera. Jamás con tanto aceleramiento latió nuestro corazón, temiendo repercutiese en su fondo algún espantoso ¡muera! que hubiese des- garrado sus fibras todas. Y cosa notable y digna, de encomio y ejemplo: aquel muera fatídico no brotó de ningún labio. ¡Nadie por entonces osó manchar tu nombre, madre España! Aquel día 26 de Agosto, comenzaba para to- dos los prisioneros el drama trágico donde, unas tras otras, habían de ir cayendo tantas víctimas, sin que entre la complicación progresiva del enredo fulgurase un solo rayo de luz que nos hiciere ver próximo el desenlace. Bien habíamos menester de Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. SI la ayuda del cielo para sobrellevar con resignación Ja tempestad de desdichas ' que tronaba sobre no- sotros. Una hora después de las escenas que acabamos ^e borrajear, empezó á llenarse el convento de sol- dadesca. Recogieron todas las armas que en él había, é inspiráronnos confianza de que no se haría con nosotros ningún atropello. Lo tenían terminan- temente prohibido — decían — por su Honorable Pre- sidente D. Emilio Aguinaldo. Hemos de decir la verdad: más desmanes y travesuras esperábamos todos de aquellas hordas semi-inconscientcs empu- jadas sin saber á dónde por la traidora masonería. A las cinco de la tarde, vino á visitar al Señor Obispo, el coronel D. Daniel Tirona, acompañado de varios oficiales. Precedíale un soldado tocando á <:ada instante un silbato de igual modo que si anun- ciase el paso de un Gobernador general. Detrás venía apiñada muchedumbre, ansiosa de saciar su mirada sobre aquel hombre que debía aparecer á sus ojos lo menos como un Julio Cesar. Saludónos á todos cortésmente, é indicó que nos retirásemos, pues quería hablar á solas con el Sr. Obispo. Mien- tras duró la. conferencia algunos oficiales nos pi- dieron todos los relojes y joyas que tuviésemos, en tanto que otros hacían un minucioso escrutinio de maletas, robándonos el dinero á título de que todo el de los frailes era dinero del país. La teoría no dejaba de ser muy hermosa para acallar remordí^ mientos de conciencias acorchadas. Digitized by Google 4 52 MEMORIAS Algunos de aquellos oficialetes entreteníanse ha- blando con nosotros, contándonos prodigiosidades inauditas. Para España había concluido todo. Con la rendición de Manila á las fuerzas americanas, que era ya un hecho; con la derrota completa de nues- tra escuadra en las aguas de Cuba y la indepen- dencia de este Archipiélago, habíanse excitado los humos carlistas y, echándose á la calle, habíanse apoderado del Palacio de la plaza de Oriente en muy pocos días. Las huestes republicanas ante la reacción retrógrada que se les echaba encima, lanzá- ronse al combate y expulsaron á D. Carlos de Madrid, haciendo cruel matanza en las casas reli- giosas. £1 pueblo español, fracasado en las espe- ranzas que le habían hecho concebir sus costosos sacrificios, hallábase totalmente poseído de furor, y el puñal y la tea resplandecían por todas partes. En suma, que España desaparecía de aquella fecha. ¡No sería difícil que los filipinos hiciesen en ella un desem- barco! Poco seso era preciso tener en la cabeza para asentir á tan mal fantaseados dislates. No obstante lo del saqueo y carnicería en los conven- tos hubo quien se lo creyó á pies juntillos. Cual si la cultura española hubiese retrogradado por maravilla, nada como quien dice: «sesenta y tan- tos años»; como si el pueblo español no estu- viese ya persuadido de que ningún daño le amaga, desde las soledades de los claustros; como si la reacción hondamente cristiana que se nota en to- das las clases sociales hubiese sido barrida en un Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 53 momento por la grosera calumnia de imputar á los frailes la pérdida de nuestras colonias. Ya han pasado los tiempos de comulgar con ruedas de molino. La sensatez y el buen criterio del pueblo español saben perfectamente que el dominio de Es- paña en estas islas naufragó en el piélago de im- pericias y desaciertos de los que eran llamados á hacer que en este hermoso país ondulase siempre nuestra sagrada bandera. No seré yo quien trace el capítulo de tropelías y desafueros que en estas tierras remotas acarrearon nuestra ruina: no me ha gustado nunca revolver fango, me inspiran demasiada repulsión los pesti- lentes efluvios de las ciénagas. Pero no dudo que alguien lo trace. La materia préstase abundante- mente y está al alcance de toda persona imparcial ^ue conozca, mas que sea solamente á medias, nuestro gobierno y administración en Filipinas. En los altos puestos de esta floreciente colonia, hacía ya tiempo que no se miraba mucho por la honradez tradicional de España. ¿Cómo sino el cáliz 4e las iras divinas rebosase oleadas de cólera en nuestra frente.? Y no se vaya á creer que exima de toda res- ponsabilidad á las corporaciones religiosas. Soy más imparcial que todo eso. Bien que muy poca, alguna culpa les cabe. Viéndose como se veía con luz cla- rísima el sesgo que iban tomando las cosas de algunos años á esta parte por la vista de ciego que respecto de ciertas campañas, tenía la vigilan- I Digitized by VjOOQ IC á 54 MEMORIAS cia pública, las Corporaciones, pensamos humilde- mente, debieron elevar un manifiesto á la Nació» donde, al par que se patentizasen los ataques desem- bozados y las tenebrosas urdimbres con que las. autoridades de aquende empujaban al genuino amante de la patria hacia la sima del descrédito, y la ac- titud amenazadora y levantisca que, en vista de tama- ños excesos y de tan insidiosas cruzadas, iba ta mando el trabajado pueblo filipino, se plantease el siguiente dilema: ó la Nación envía á estas islas hombres decentes que practiquen y hagan practi- car la justicia, ó nosotros estamos demás en el archipiélago. Y ó hubiéranse corregido los abusos,, estabilizando nuestro dominio, ó hubiesen podido los frailes erguir muy alta la firente, pura y limpia de la más leve mancha. Gobernando como se gober- naba aquí, no se necesitaba tener ojo muy avizoc para ver que esto se nos iba de entre las manos. Las dificultades que el susodicho dilema podía acarrear á las Corporaciones, (caso que el Go- bierno, haciendo oídos de mercader á los incesan- tes lamentos del país, optase por el extrañamiento* de los firailes) fácilmente las hubieran resuelto los^ Generales residentes en Roma, buscando en cual- quier rincón de la tierra colocación para sus sub- ditos. El mundo es muy grande y la honradez y el trabajo en todas partes hallan cabida. Por lo- que respecta á los intereses ¿qué importa hubiese» sufrido mermas considerables? En lances de honor^ el honor es lo primero. Lo que importaba era Digitized by Google ,^i DEL CAUTIVERIO. 55 que los gloriosísimos anales de las Corporaciones en Filipinas no hubiesen tenido otra sombra que la tenue é indecisa que dejan en el camino por por donde pasan las groseras calumnias, forjadas por la fiebre sectaria. Si al Gobierno de Madrid se le hubiese puesto en brete con la susodicha al- ternativa, el mundo hubiese admirado nuestra pre- visión y nos hubiese prodigado copiosos plácemes la historia, (i) Al hórrido panorama que durante el día se ha- bía desplegado ante nuestros ojos^ sucedió otro más terrible durante la noche. «¡Qué noche, válgame el cielo! > La imaginación arrebatada por un huracán y envuelta entre negruras, como que se desasía del (i) Escritas ya estas Memorias, hemos sabido que lis Corporaciones Religiosas de Filipinas presentaron al Sr* Ministro de Ultramar una elocuente exposícióti donde después de pintarle la situaciún ruinosa de nuestro dominio en el Archipiélago, y suplicarle dé lectura de dicho documento á las Cámaras, para que sepan é. qué atenerse los repre- sentantes de la Nación, concluyen por pedir que de uua manera clara^ sin ambajes ni paliativos, se les diga, ó que ha terminado yn su mi- sión apostólica en estas islas, ó que por medios prontos y eficaces se procure dar nuevo rumbo á la política desastrosa que aqui se venía si- guiendo. Es imposible decir las durezas que allí se dicen, envueltas en tér- minos más blandos y con más reposados giros. En sus lineas traba- das todas con valentía cristiana, no se nota la mas ligera sombra de ataque ó rebelión hacia el Gobierno y hacia las instituciones. Vése bien claro que, colaboraron en sus páginas la madurez y el buen juicio, el amor entrañable y desinteresado al país, el celo ardiente de k Re- ligión y el sublime sentimiento de Patria. Queja sentidísima que se escapa como sin querer, de nobles pechos heridos al considerar las desgracias que se cernían sobre FiUpinas, re- percutió algo tarde en los ámbitos de España y no pudo conjurar la terrible catástrofe que, españoles é indios » hoy todos lamentamos. Bien es verdad que aun presentada á líempOf no hubiera dado los frutos que eran de esperar; pues el ministro no tuvo valor para leér- sela á las Cortes, previendo sin duda tempestades p árlame ntaríafi, cuy» trascendencia al público pudiera haber ocasionado revueltas y tiastornos. Digitized by VjOOQ IC 56 MEMORIAS alma y tomaba forma y consistencia, trasladándose no sé dónde. Parecía aquello un delirio. Las fuerzas americanas con admirable orden y compostura desem- barcaban en puntos diversos de las playas de Manila, y en medio de un silencio que ponía verdadero es- panto, dirigíanse con paso marcial hacia nuestros cuarteles. Las calles por donde pasaban, aquellas ca- lles donde con tanto frenesí habían sido vitoreadas las tropas españolas ^ yacían tristes y silenciosas como un sepulcro olvidado. Los balcones que otras veces, engalanados con- flámulas y colgaduras habían llovido flores, palo- mas, laureles y poesías, permanecían entornados. Doquiera elocuentes indicios de duelo. Los hijos de América avanzaban ya por el magnífico puente de España, [Y aquel monumento no se hundía y prestaba dócil sus espaldas á las plantas del ex- tranjero que, callado y sombrío, destellaba á un lado y otro del camino , relámpagos de orgullo sa- tisfecho! Llegaron por fíji á sus destinos y ¡horror! nuestros soldados iban saliendo y entregando sus fusiles, aquellos fusiles con que cien veces habíanse batido como leones, ¡Pobres hijos de España! cuan mustios y apesarados, contemplaban á los vence- doresj ir posesionándose de aquellos hermosos edi- ficios, en tanto que ellos se retiraba» á algún silo de una casa, á un bodegón vacío, al sótano de un convento, á cualquier parte donde poder ocultar tanto oprobio y tanta vergüenza. jViéran- los sus madres en aquellas tétricas mansiones, lí- Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. ^^ vidos y macilentos, sin un átomo de fuerza en aquellos sus antes acerados músculos, escapándose <}u¡zá inconscientemente de sus labios, trémulos ^ií^:,^7iíi:4,:f:^:f-^^ CAPÍTULO V Un acta de martirio. — Valentía de la religión. — Farsa dia- bólica. — El primer día de hambre. Las primeras descargas de la tormenta, cuyos estragos tanto se temían, eran ya pasadas, gracias^ á Dios, habiendo dejado en el alma bien hondos surcos. El peligro parecía estar conjurado. Hasta había quien abrigaba esperanzas de que no corre- rían quince días, sin que estuviésemos navegando con rumbo á España. Después de todo, casi tenía uno que congratularse de haber caído en manos de los insurrectos, y haberlos conocido tan á fondo. No hay mal que por bien no venga y lo que estaba acaeciendo á nuestra vista nos había servido para rectificar conceptos errados. Cuántos abrirían un, palmo los ojos, viendo que habían vivido equivo- cadamente durante muchos lustros! El día 27 por la tarde corrió por dentro de convento el rumor de que un padre anciano había tenido la debilidad de no entregar algún dinero eq oro que poseía, habiéndolo escondido en un sitio* que no es del caso mencionar. Disgustónos á todos acción tamaña, temiendo la eventualidad de que lie- Digitized by Google 6o MEMORIAS gara á conocimiento de la gente insurrecta y nos cos- tara la broma algún serio atropello. Muy fácil hubiese sido evitarlo si alguien de nosotros, cerciorando al co- mandante de aquella tontería, íitenuárada lo más que pudiese para que ni al culpable, si es que había cul- pa, le hubiese sucedido nada que lamentar. Pero en aquel entonces, no sé si porque el pánico pasado ha- bía entumecido la sustancia gris en toda las cabezas, la verdad es que ni se pensaba n¡ se discurría. Nada pues se hizo^ y los soldados que husmeaban por todos los rincones y escondrijos del convento, creyendo hallar tesoros escondidos, dieron con al- guna moneda del oro aquel y faltóles tiempo para denunciar á sus jefes lo que á ellos les parecía áureo filón inagotable. Lo sucedido sería tortas y pan pintado respecto de lo que iba á suceder,,. Ellos, los hijos de La- candola, que andaban á caza de socolores y pre- textos para saciar en nosotros la más implacable saña. A la manera de esas cerrazones siniestras que se forman en un instante bajo un cielo clarísimo y prorrumpen enseguida en relámpagos y truenos es- pantosos, formóse sobre nosotros una tempestad horrible, cuyos posibles estragos no era hacedero calcular. Con los consiguientes temores pasamos la no- die, víspera de N, P- S. Agustín y amaneció el día de su solemnidad, que con tanta pompa acos- túmbrase á celebrar por sus amantes hijos todos Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 6 1 los años. Al presente le estaban reservados otro fausto y otra pompa que seguramente habrán sido más aceptos á los ojos del Santo; pues desde la cumbre de los cielos donde se sienta al lado del Altísimo, habrá visto arrebatado de gloria que aún alienta en sus hijos su espíritu gigante y que aún corre por sus venas aquella sangre, caldeada por el sol de África, y tan despreciadora de los tor- mentos y dfe la muerte. Nunca, nunca se borrará de la memoria de los hijos de S. Agustín aquella solemnidad gloriosa. Mientras haya un latido en su corazón, desplega- rase ante su fantasía aquel pavoroso cuadro, tan re^ cargado de sombras, y donde el espíritu religioso, coadyuvado de la gracia, parecía escalar con ban- deras desplegadas las cimas sacrosantas de la virtud. Serían las tres de la tarde, hora en que los religiosos en grupos de cuatro ó cinco, recogíanse en un rincón del coro para rezar las vísperas y los maitines. De improviso sintióse un ruido desu- sado en el umbral del convento. Un pelotón de soldados con mucho estruendo de armas, precipi- táronse escalera arriba, siguiendo á unos cuantos oficiales. Ya en la caída, uno de estos mandó á todos que cargasen los mausers y dio la orden de que todos los religiosos nos reuniésemos en la úl- tima habitación que estaba contigua al coro y donde como éramos tantos apenas de pie se cabía. Cua^ t£o centinelas nada menos nos pusieron á la puerta con prohibición absoluta de permitirnos salir. Digitized by Google 62 MEMORIAS —Donde está el ex-provincial? preguntó uno de aquellos con aire insolente. |Qué venga! — y nuestro P. Zallo, acompaflado de otros cuatro religiosos, que requirieron por sus propios nombresj fué donde le indicaban j escoltado por mucho lujo de bayonetas. Mientras nos retirábamos á la habkacitm aquella, pudimos advertir, que varios otros soldados, tam- bién con los fusiíes á bayoneta calada, se habían dirigido á la habitación donde estaba el Sr. Obispo. Deslizáronse unos cuantos instantes en sepulcral silencio. Nuestros centinelas apenas respiraban, cam- biándose miradas de temor y de extrañeza. De sú- bito la detonación de una descarga nutrida en los sótanos del convento, repercutió por todos los án- gulos, conmoviendo el edificio. «Alguien ha dejado de existir» — pensamos todos. Y quién dejaba es- capar alaridos de dolor; quién caía de rodillas, ira- plorando de sus hermanos la absolución postrera; quién elevaba sus manos juntas hacia una imagen de María que se destacaba en un cuadro, pendiente de la pared; quién murmuraba alguna frase, satu- rada de unción religiosa, enardeciendo los ánimos de todos para sobrellevar con valentía el martirio. Una segunda descarga, quizá más nutrida que la primera, explotó, confirmándonos en nuestros fatales presentimientos. ¡Era de presenciar aquel cuadro sombrío donde en medio del más profundo dolor, reinaban tanta resignación y conformidadl ¿Qué digo: resignación? tanto anhelo de que llegase pronto el dichoso instante en que corriésemos la Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 63 misma suerte, que creíamos habían corrido ya el se- ñor Obispo, N. P. Zallo y los otros cuatro religiosos sus acompañantes. Respirábase allí un ambiente de heroísmo santo que embargaba el alma de todos en espirituales arrobamientos. Y es que la mente rebasando los límites del mundo, veía desplegarse aquel paraíso de gloria que tan de mano maestra nos ha tra- zado S. Gregorio en una de sus hermosas ho- milías. ¿Porqué aquel odio infernal se embravecía sobre nuestras frentes, relampagueando en ansias de nuestro exterminio? No había otra explicación posible. Porque éramos ministros del altar; porque asistíamos al solio del Altísimo; porque éramos sol- dados de la cruz redentora... Viniera cuanto antes la ola sangrienta del martirio y lleváranos en su corriente hacia las playas seguras donde empieza lo que nunca acaba; aquel torrente de gloria que mana fecundísimo, brindando á las almas justas eternos inenarrables goces. |Ah cómo la esperanza dulcísima de una vida futura cubre con sus alas de amor el pensamiento del creyente! Ella alienta pu- rísima dentro del alma, difundiendo en sus ámbitos aromas del paraíso; ella muestra al espíritu en las lejanías del horizonte la puerta diamantina que se abre á los buenos; ella sostiene el corazón que flaquea y esfuerza la voluntad que cede; sonríe y á sus sonrisas fulgura sobre las frentes ínclitas la aureola imperecedera! Pero muere ella en un alma y desvanécese el cielo en los espacios, y cruzan nubes Digitized by VjOOQIC 64 MEMORIAS siniestras el entendimiento y brota el despecho en el corazón y cíñese con la victoria la cobardía del suicidio! En aquellos trágicos instantes, con qué íntima delectación veíamos todas las ilusiones de la vida, todas las esperanzas del mundo^ desvanecerse coma la niebla que vela apenas la cima de los montes,- como los efímeros copos de nieve que no cuajan en la llanura, como el impalpable aroma de una flor, como el aliento vaporoso de un lago! La gra- cia de los cielos derramándose con plenitud sobre nuestras almas^ dotábalas de varonil esfuerzo para batallar vencedoras contra los sentimientos de la carne^ que trataban de sofocar nuestra resolución de abrazarnos con el martirio. Jamás nos habíamos imaginado que la religión pudiera hacernos tan dulce la muerte; que con tanta calma del espíritu y tanta placidez de la conciencia viésemos romperse los más estrechos lazos y desatarse las más íntimas afi- ciones. El alma aceptado ya el sacrificio y derra- mándose como un vaso de esencia sobre lo que iba á ser el altar sangriento de tantas victimas^ parecía sentir ya en sus oídos los cánticos de la gloria, y la fantasía, lanzada á los cíelos, veía bri- llar ante sus ojos asombrados aquellos resplandores eternos, que en breve iban á henchir nuestro espí* ritu, bañándolo en torrentes de bienandanza infinita^ Un poco más, y estaríamos en aquella «alma región luciente» de nuestro Fr. Luis de León viviéndola vida ine&ble de la eternidad, donde no acometerían al Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 6$ alma, ni remordimientos de lo pasado, ni turbacio- nes de lo presente, ni inquietudes de lo porvenir. La escena que acababa de representarse en los sótanos del convento, había durado próximamente una hora. Volvió á percibirse un horrible estrépito? de gritos de rabia, taconeo de zapatos, martillear de^ gatillos y chocar de aceros. Los centinelas que teníamos á la puerta, pusiéronse en aire marcial y precipitáronse en la habitación varios oficiales y algu- nos soldados; uno de ellos con un pistolón enorme en la diestra. Como al entrar, los soldados todos habían cargado sus fusiles, creímos ya llegado el instante supremo. Caímos todos de rodillas, como movidos por un resorte, ante la imagen de María, ofreciéndole el sacrificio de nuestra existencia. Uno de aquellos oficiales, desenvainó entonces su sable y blandiéndolo dijo: «En nombre de Dios Omni- potente, les mando á VV. se callen y se levanten». Levántamenos^ y el que tenía la pistola en la mano «Venga aquí el padre que escondió el oro en la casilla»,— clamó con voz enronquecida por la furia. Presentósele eí pobre anciano, y sin respeto ni á su sacerdocio, ni á sus canas le abofeteó, le acoceó, escarneciéndole y llenándolo de ultrajes. Jamás con tanta vehemencia habíamos oído velipendiar á nin- gún hombre! Nunca escandecida la pantera se ha- brá cebado con más ensañamiento en la inerme víc- tima. Mandóle retirarse á un rincón y que se prepa- rase para ser fusilado á las dos horas, y llamó á 9 Digitized by Google 66 MEMORIAS Otro de nosotros. Presentósele el P. Mariano Ortir con toda la valentía de los antiguos mártires. — Venga el oro que has robado desde tu perma- nencia en el país. — Ni yo tengo oro ni he robado nada en toda mi vida. — Te mato ahora mismo si no me entregas tu oro — repuso, poniéndole los cañones de la pistola en la frente. — Máteme V. cuando guste: ya le he dicho que no tengo ni oro ni plata.— Y aquel hombre que parecía engendrado por una hiena, empezó á mal- tratarle, tirándolo al suelo, acoceándolo por todas partes. Recrudecíase su furor á medida que ator- mentaba á aquel infeliz. El que lea podrá muy bien imaginarse los vuelcos que daría nuestro co- razón dentro del pecho, al ver á un inocente ser tratado como el más indigno de todos los crimi- nales. Más que él quizá padedamos, pues pre- senciábamos su martirio y esperábamos que aun fuese mayor el nuestro. La verdad; muchas veces habíamos oído hablar de la complacencia íntima en que el odio se embriaga, cuando contempla al: sujeto odiado, sumido en un piélago de males. Hasta en páginas de brillantes escritores habíamos leído tan inhumana sentencia; pero siempre habíamos rehusado creer que hubiera en el mundo seres tan malhadados que osaran cifrar su dicha en las des- venturas ajenas. A lo más— pensábamos — habrá un paréntesis de qmcMd^i el desplacer continuo que Digitized by ' y Google DEL CAUTIVERIO. 6/ el odio engendra; mas ante el espectáculo que es- taba hiriendo nuestros ojos donde cebábanse com- placidos los instintos más feroces, casi llegamos á convencernos de que nada había más positivo que aquella máxima aterradora. Sucedieron al martirio del P. Mariano varios otros muy parecidos ó iguales en que dominicos y agustinos revelaron que aun latía muy potente en sus almas el espíritu gigante de sus Fundadores; donde se desarrolló más que emulación santa, un como com- bate de virtud entre unos y otros, que debió ser aceptísimo á los ojos de Dios. Y aunque renun- ciamos á describirlos; pues harto monótona es de por sí la desgracia, hemos de mencionar uno de ellos, en que si hubo exquisitez y refinamiento en la tortura, también hizo brotar en nuestra alma un manantial de consuelo. Nos referimos al martirio de nuestro P. Zallo. Fué el caso que, habiendo hecho mención de él una de las infelices víctimas, encaróse Villa, — que este era el bárbaro atormen- tador, — con los soldados que lo observaban todo desde la puerta, y les dijo: *jqué venga ese pro- vincial», y á los cuatro minutos tuvimos la satis- facción inmensa de que aun vivía y que como el vivirían el Sr. Obispo y los demás religiosos. To- das aquellas detonaciones no habían sido otra coisa que un espectáculo terrorífico para causar en no- sotros la desesperación de la vida y hacer que soltásemos de una vez no sé qué imaginarios te- soros, iMentira [parece que se nos juzgase con L Digitized by Google 6S MEMORIAS tanto apegCf al vil metal, donde con tanta indiftren- cia lo habíamos hollado! Desfallecido aquel hombre de tanto herirj es- carnecer y maltratar dejónos por fin hacia el caer de la tarde. Retiróse con él toda la patulea de oficiales y soldados y nosotros apresúramenos á dar la enhorabuena á los que, como ellos mismos decían j habían tenido la honra de padecer por Je- sucristo. Supimos entonces que con el Sr. Obispo no habían pasado de colmarle de insultos; y que á Nuestro P. Zallo se le había maniatado brutal- mente y arrojado al suelo, boca abajo^ donde sin poderse mover, le habían maltratado horrorosamente^ como asimismo á los cuatro religiosos que le acom- pañaron; que los tiros oídos por todos habían sido disparados sobre ellos, habiendo quitado previa- mente las balas á los cartuchos. ¡Qué entreteni- mientos de gente culta y civilizada, como ellos se proclamaban á voces! Tal es la fiel pintura de aquella verdadera acta de martirio, con que Dios fué servido de templar nuestras almas para sufrir por su amor el sinnú- mero de vejaciones y tormentos que todavía nos aguardaban. Con no haber cenado aquella noche, pues el tribunal que era de donde nos venía el suministro, no se desvelaba por unos cuantos infelices, dur- mióse no obstante tranquilamente, debido sin duda á la quietud interna que la pasada tempestad ha- bía dejado en todas las almas. Es una de las satis- V Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 69 facciones más puras la del cumplimiento del de- ber, cuando éste impone la abnegación y el he- roismo. [Bienvenido aquel huracán que si amagó acabar con nuestra existencia, también templó el acero de nuestros corazones para que no se arre- drasen ante los golpes repetidos de la desgracia! Después de todo, aquella como visita de Dios á nuestras almas, habíalas regalado con rastreamien- tos del paraíso. Al día siguiente tampoco el tribunal trajo soco- rro ninguno *y gracias á los soldados que tenía- mos de guardias y que se enternecían al vernos en tan completo abandono de los hombres, pudi- mos tomar de desayuno un poco de pan y man- tequilla. Aquellos buenos muchachos, saliendo por las tiendas de los chinos, lo habían comprado con su dinero, ó lo habían pedido de limosna para nosotros. Quisiera recordar el nombre de un sar- gento de la provincia de Cavite, que repetidas veces practicó con nosotros esta obra caritativa y á quien en cierta ocasión vimos derramar lágrimas, condoliéndose de nuestra miseria. ¡Cuántas veces oímos de boca de aquellos infelices, á cuyo co- razón generoso aún no había llegado la labor sec- taria, protestas de compasión y de cariño asegu- rándonos que ninguna culpa les cabía en lo que se estaba haciendo con nosotros! Que no tuviése- mos miedo por nuestra vida; que no se daría el caso de que les mandaran hacer fuego sobre no- sotros; pero que si se diese, arrojarían el fusil al Digitized by Google JO MEMORIAS suelo antes de cometer tamaño delito! Y no se crea que estos eran uno ni dos; eran varios de las provincias tagalas y casi todos los de llocos y Pángasinán. Y decíase que el indio nos odiaba y aborrecía con todas las energías del alma! Ah! si la opinión del país, cuya encarnación eran los sentimientos de aquellos soldados, arrancados á viva fuerza de sus hogares, prevaleciese y fuera la directora de la re- volución filipina, |en qué honroso puesto habían de quedar esos odiados frailes ^ contra cuya preten- dida ambición ha forjado la envidia, espoleada por bastardías de secta, tan espeluznantes versiones y tan inverosímiles novelas! Pero volvamos la hoja, y dejemos que mejor tajada pluma se abra paso por entre las pasiones humanas, poniendo Jas cosas en su debido punto y disipando con ráfagas de verdad las manchas y lobregueces de la mentira. Ya hemos dicho que sentimos mucha repugnancia en remover fango y que no sabríamos hacerlo con la serenidad y delicadeza que el asunto requiere, sitfo lanzando á roso y velloso anatemas y maldi- ciones, hiriendo por ventura á determinados indi- viduos. El día 29 de Agosto fué la vez primera en la vida que sentimos hambre. Y hambre tuvieron tam- bién todos los compañeros de desventura, incluso el Sr. Obispo. Ninguna cosa de alimento nos remi- tió el tribunal aquel día, y nada permitió que se nos trajese de casas particulares; antes bien publi- Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 7 1 cose un bandillo, prohibiendo que nadie se acercase al convento. |Día fué terrible! El cuadro del hambre que con tan vivos colores acertó á trazar uno de nuestros poetas, desplegábase ante la fantasía en todo su terrorífico aspecto, excitándola febrilmente; pues no era aquel hambre de las que esperan har- turas. A veces hasta apretaba convulsivamente los párpados, creyendo que por los ojos entraban aque- llas acongojadoras representaciones, y una luz viví- sima las ofrecía entonces á la imaginación en sus más desesperantes pormenores. Compañeros hubo — Recuertio del clatiatro. Permitíase ya, como dejamos dicho, á los pobreí indios acercarse á nosotros con alguna cosilla que agradecíamos infinito por el generoso afán que mostraban en hacer nuestra penosa vida más lleva- dera. Ya por lo tanto el espectro escuálido del hambre que erguíase ante tos ojos de la imagina- ción, parecía haberse desvanecido. Mas hé aquí que una tarde el Comandante de la fuerza intima al Sr. Obispo la orden superior de que nos dispusié- ramos todos para á la mañana siguiente embarcar- nos, con destino á algún pueblo de arriba. |Cuán honda impresión causó en todos la inesperada nueval Sobre todo para los que acariciaban la ilu- sión de poderse embarcar en el «Clara» que era esperado de un día á otro, debió ser dolorosísima. Su castillo de risueñas esperanzas acababa de dar en tierra, socavado por los cimientos. ¿Qué se querría hacer de tantos desgraciados? Todo se volvía conjeturas, á cual más pesimistas, abrevando los ánimos en acibaradas corrientes. Sin Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 75 embargo, así le placía al cielo, y la conformidad sur- ^a entre las inquietudes del alma, llevándonos hasU Á bendecir aquel cúmulo de tribulaciones y pesa- dumbres, crisol de donde nuestra paciencia saliese pura y acendrada. Con el alborear del día 15 comenzó el ruido en ^1 convento. Dudábase que se nos permitiese llevar más ropa que la que uno á hombros pudiese, así -que cada cual hateó lo más que pudo en su res- pectivo envoltorio; y á las nueve de la mañana, •con un calor de justicia diósenos la orden de partir. Era de ver á cada religioso con su hatillo de ropa á cuestas marchar por la plaza y calles del pueblo, llenos de santa resignación y tan contentos de verse* de aquella facha por las semejanzas de aquella vía dolorosa con las escarpadas cuestas del calvario. | Y cómo los santos recuerdos de la Cruz ali- geraban la carga que pesaba sobre nuestros hombros! La gente, agolpándose en las encrucijadas del camino, tendía sobre nosotros miradas compasivas, en muchos ojos humedecidas con llanto. «No Ho- céis, no lloréis sobre nuestros actuales infortunios — pensábamos tristemente: — llorad más bien por voso- tros, llorad más bien por vuestros hijos. Ved que sobre los techos de vuestros hogares cerniéndose está ya una tempestad de desventuras. No os fiéis del bullicio y algazara que hoy se nota por doquier, <:elebrando lo que llamáis vuestra redención. Ese día risueño con que soñáis, y cuyo sol centellea ya •en vuestra fantasía con reverberos de gloria ¿amane- Digitized by Google f6 MEMORIAS cera? La manera como el sol se pone, coloreando las lejanías del cielo, presagia distintamente lo que ha de ser el siguiente día. La manera cómo España desaparece de este país ¿augura nada bueno? Esa por vosotros tan suspirada horaj que tan locas esperanzas os hace concebir, ¿habrá ya sonado en el reloj de los tiempos? Habéis roto una coyunda que nunca ha sido gravosa, por más que vociferéis^ pero quizá aherroje vuestro cuello otra^ cien veces más terrible 5, Abismada la mente en estos fatídicos presenti- mientos, llegamos á orillas de río, frente al vapor «Antonio López í? que, arrastrando en pos de sí larga hilera de biráisy debía conducir, se ignoraba dónde, á todo el elemento español que había en Aparri, Aglomeróse allí un gentío inmenso, llevado de . esa curiosidad que, contradiciendo la naturaleza, ha excitado y excitará siempre la desgracia. Con harta confusión fuimos trasladándonos á bordo, del vapor- cillo jcI Sr. Obispo y varios personajes de repre- sentación, y de los Uráh^ todos los demás, señoras chiquillos^ religiosos y militares. Enbanastósenos allf de igual modo qtte si fuésemos vil mercancía, pú- sose á cada embarcación de aquellas una guardia de seis ú ochos soldados, porque diz que se temía una conspiración, pitó el i Antonio López ■ y río^ arriba todo el mundo. Antes de despedirnos de Aparri es preciso con- fesar que varios habitantes de este pueblo, los Uo-. Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. ^^ canos especialmente, nos llevaron á bordo cuanto pudieron: pan, latas de sardinas, plátanos y tabaco. Y gracias á estas limosnas comimos los religiosos aquel día; pues si bien se dijo que había para to- dos abundancia de carne y morisqueta, la verdad es que de los que íbamos en los birais nadie se acordaba. En Lal-loc donde había fijado su residencia el coronel, jefe de las fuerzas revolucionarias, con- siguieron quedarse algunos españoles, entre ellos Polo de Lara y su consabido cortejo. Mientras des- embarcaron ellos con su impedimenta échesenos la noche encima, y, qué noche aquella, tirados en el fondo de los hiráis^ cual si fuésemos desecho in- servible de cualquiera cosal La humedad, que pene- traba hasta los huesos, impidió que el sueño plegase sus alas sobre nuestros ojos, y esperábamos con avidez la mañana para emprender de nuevo la su- bida á donde á Dios le pluguiese llevarnos. Llegó por fin envuelta en tupidos cendales de niebla, que se plegaban sobre la llanura del río, dejando caer sin cesar á modo de desmenuzada nieve. Aquel rocío nos helaba. Pitó el vaporcito de nuevo y después de una mañana humidísima en que no cogi- mos una fiebre palúdica que nos llevase al sepul- cro, acaso porque Dios nos reservaba para penar más hondo, llegamos á Alcalá, hacia la mitad del ^a, cuando era el ambiente un haz de rayos abra- sadores. Dijéronnos que habíamos llegado al término de nuestro destino y que desembarcásemos inme* Digitized by Google 78 MEMORIAS diatamente, porque queríase llegar á Tuguegaraa con el resto de los españoles aquel mismo día. Y héteme de nuevo á los religiosos, con su en- voltorio de ropa á cuestas, trepando por una rá- pida pendiente con casas á ambos lados, en al- guna de las cuales leíase el rótulo «Calle de la Escolta.» Aun estaba engalanada con los arcos triunfales erigidos para recibir al catipunan, llenos todos de rimbombantes letreros muy coloreteados,^ alusivos á los flamantes redentores. Bien menester habíamos de resignación por aquella difícil calle,, rendidos de cansancio y de sudor, sirviendo de espectáculo á las gentes ociosas que por desgra- cia en Cagayán abundan. Condújosenos al convento eii cuya caída estu- vimos formados de dos en fondo, lo mismo que si fuésemos soldados, mientras se daba el recibo de nuestra entrega al oficial que nos acompañaba dándonos al fin el grito risible de «rompan filas. > Nada halagador podíamos augurarnos, dada la manera bufa de recibirnos: y eso que el jefe lo- cal, alabando sus agujas, nos contaba que varios españoles que allí había tenido bajo su custodia sentían en el alma tener que subir á Tuguegarao; pues los había regalado á mesa y mantel en su propia casa; que á nosotros nos acontecería 16 propio, pues harto habíamos ya sufrido y pasada era la época de los atropellos. Por el pronto se- renóse un poco nuestra agitación: aquella pa:kt>re- ría vem'a al ^fín de labios de un hombre. Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 79 Con efecto llegó la hora de comer y vimos coa verdadera satísfacción que al Sr. Obispo y algu- nos padres, sin duda recomendados, se les puso mesa aparte, sirviéndoles suculenta comida. La qué se nos dio á los demás no fué ni abundante ni buena; pero como ya nos clareábamos de ham- bre, hubo de sabernos á gloria. ¿Sería que Dios^ aplacado en sus iras, se habría ya compadecido de nosotros? Bien luego se hubieron de sentir algu- nos desengaños. Por de pronto la primera noche ya no pudimos dormir, debido á lo que no puede llamarse otra cosa que tontería. ¡Cuidado que eran ridículos los incesantes ¡alertas! con que nos atro- naron hasta la aurora aquellos majaderos de cen- tinelas, apostados como guarda-esquinas á cada una de las del convento! Ni que estuvieran ante las avanzadas del enemigo. Una mañana, á las tres ó cuatro de nuestra per- manencia en Alcalá un grito amenazador retumbó por los ángulos del convento, llamándonos á formar de dos en dos en la caída. — ¿Qué ha pasado? — Nos pre- guntábamos al oído unos á otros. Nadie se ex- plicaba aquel cambio tan brusco de decoración. Nadie esperaba que tan súbito se desatase aquel hombre en una ventisca de improperios contra no* sótros. ¿Habríase vuelto venático.? Mientras, á guisa de reclutas que aprenden la instrucción, pérmanecía^- mos en las filas de dos en fondo, unos cuantos sóida-* dos de policía nos registraban los envoltorios de ropa, arrebatándonos cuanto se les antojaba; y él, el hom^ Digitized by Google 8o MEMORIAS bre de las promesas, que era un oro patitas y todo, agitábase como tribuno gárrulocuente y entre gestos y ademanes de energúmeno, vibrando muy ridiculamente un puñal que tenía en la mano, decía que era masón, que alardeaba gloriosamente de ser. lo; que la masonería era la que había derribado á los frailes; que Moraita era un gran hombre, una lumbrera de Filipinas y que todos nosotros éra- mos unos hipócritas y unos bandidos y que él nos pasaba por..,. ¡Habríase visto indecente! Desde aquel día en adelante todas las maña- nas venían dos parejas con un sargento carifrun- cido, de ojos ensangrentados y mirada amenazadora, que gritaba desaforadamente, llamándonos á formar. Nos contábamos militarmente, cerciorábase de que ^ nadie se había fugado, y «¡rompan filas!» Todas estas pampiroladas, dicho se está que eran tomadas á risa y á chacota: no podían ser tomadas de otro modo. Con semejantes comedias tomadas á pecho, había para morirse uno de asco. * Asíj y comiendo un día mal y otro peor, lo fuimos pasando en aquel pueblo; donde alguien había imaginado encontrar el oro y el moro. De cuando en cuando una ventolera intempestiva de parte del ínclito Fernando, según los menguantes ó crecientes de sus lunas y á vivir, si vivir podía llamarse aquel monótono sucederse de aflicciones y pesadumbres. Uno de los días últimos de Septiembre vimos que subían del río, conducidos hacia la Casa con- , \ Digitized by VjOOQIC .\;J DEL CAUnVBRIO, 8 1 sistorial unos cuantos compatriotas, que al poco tato vinieron á incorporarse con nosotros en el convento. Eran los padres misioneros de las Islas Batanes. El día mismo de nuestra subida para Alcalá, el «Compañía Filipinas», el vapor de más negra liistoria que cruza estos mares, el mismo que allá por el mes de Junio había sido sangriento teatro de que era un gran hombre por sus arrumacos y Digitized by Google 96 MEMORIAS garatusas. Si creería que al soplo de los infortU' nios habrían sido barridos de sindéresis nuestros cerebros. Formando larga columna de desgraciados y entre mucho derroche de bayonetas caladas, nos encaminamos al río, cuesta abajo, por la misma que un mes hacía habíamos subido con nuestro hatillo al hombro, fatigados sudorientos y entre las miradas del populacho que con mucha extrañeza y no simulada compasión la nunca vista escena contemplaba. Ya á bordo, unos sentados y otros de pie por falta de sitio donde sentarse, permaneci- mos más de dos horas, mientras se trasbordaba nuestros bártulos á una de las bodegas, siendo blanco de los ojos de la apiñada muchedumbre que, parte por picara curiosidad y parte por ob- sequiarnos con alguna cosilla de comestible, rebu- llían en la playa. < jA formarla gritó A amable sargento ya dentro de la gabarra y con santa paciencia de nuestra parte y por tercera vez aquel día, tomónos lista, firmó el re- cibo que le entregó el jefe local, mandó que rompié- semos filas y los bogadores pusieron en movimiento sus tequenes. Ya era tiempo. La gabarra movida jpor hombros humanos hendía lentísimamente las las aguas y la gente de la orilla, agitando pañue- los, despedíanse de nosotros. Correspondímosles con cariño, y cada cual procuró acomodarse según las perras condiciones lo permitían. (Qué ansiosamente desbezábamos perder de vista aquel pueblo, donde. Digitized by Google iAt]if-jaS.riit'iini i r'j .*'^^'; DEL CAUTIVERIO. 9/ ya en el camino de la desventura, nos salieron al encuentro hombres de tan perversa entraña y tan viperinos sentimientos! Jamás habíamos imaginado 'que este hermoso país, tan merecedor de mejor suerte, pudiera ser asilo de semejantes alimañas. jQué maravilla se escape á nuestra pluma algún reproche ó alguna crudeza, no obstante huir de mojarla en hieles? |Era cosa tan terrible ver que alguien se bañaba en agua rosada por mor de nuestros crueles torcedores! Para bien nuestro y para calma de nuestros jus- tificados enojos, acertamos á descubrir entre la gente aquella de la playa una mujer que con un pa- ñuelo secábase las lágrimas que brotaban copiosas •de sus ojos. Era la mujer heroica que, despreciando barbaridades é improperios, había acometido la em- presa difícil de que en su pueblo no se nos ma- tara de hambre; aquella mujer que constituyéndose por nosotros en esclava y hasta en pordiosera, había estado sirviéndonos con solicitud de verdadera madre desde el día que pisamos á Alcalá; así que un sentimiento de amor y gratitud brotó fecundo en nuestro pecho y una ardiente plegaria surgió compuesto y enloquecido, viendo que el Gobernador •de la Isabela, había sabido cumplir con su deber. Pacs bien en Gamut, donde, al frente de su mesnada de esbirros, entró dos días después, recrudecióse horri- blemente su saña implacable. No se contentó con atormentar de exquisitos mo- mios al virtuoso P. Venancio Peña: exígele ante el pue- blo atónito y espantado, que reniegue de su fe, que abjure las doctrinas del Evangelio, que se retracte de todas sus predicaciones; y avergonzado ante el he- roísmo con que el Padre rechaza sus heréticas impo- siciones, viendo que sus ademanes frenéticos, que sus puntapiés, que sus bofetadas, sólo sirven para enar- decer el espíritu del mártir, que siente embelesamien- tos de júbilo, contemplándose maltratado por Jesu- -cristo, dispárale dos tiros de revólver, haciendo la pamema de fusilarlo. [Vano empeño! Lo que desearía •el Padre era que le fusilase de veras. ¿Cuándo se le ofrecería ocasión más propicia, para sellar con su san- gre la fe de sus mayores? ¡Y allíl ante aquel pueblo que de sus labios había oído tantas veces la divina pa- labra! Mas era aquel cabecilla demasiado cobarde para hacer correr la sangre inocente de un digno sacer- dote. Satisfízose con hacer en su sagrada persona mil agravios y porquerías que la pluma que quisiera con- tarlos, aun velándolos con todos los eufemismos de la Digitized by Google :|fj| MEMORIAS dccenciaj no haría sino dejar en el papel una estela de cienOj sucísima y nauseabunda» Quépale al P, Peña la satisfacción de que todas aquellas ofensas y maltratos son otros tantos timbres de gloria de que puede sentir legítimo orgullo. Antes de que este día anocheciese, que era el i8 de Septiembre, fué el propio Leyva con un pelotón de^ soldados á lahaclendaj llamada de S, Ag^ustín, propie- dad que los hijos de este Santo tienen, algunos kiló- metros fuera de aquel pueblo. La hiél que no había derramado en Gamut, volcóla aquí toda, abrevando su sed de atormentaren los humildes religiosos PP. Fran- cisco de la Banda, Gregorio Cabrero y hermano lego Fr. Venancio Aguinaco. No contentándose con los centenares de palos que les dieron aquellos impíos obradores de su maldad^ impúsoles también el tor- mento del agua con nuevos embravecimientos de furor. [Triste debió ser aquel espectáculo I Los pobres colo- nos de la hacienda^ unos dentro, otros agolpados á la puerta de la casa, llorando todos á lágrima viva, la soldadesca lacerando despiadadamente á los infelices religiosos y Leyva con toda la frialdad impasible de una raza primitiva, presidiendo la satánica es- cena! — ¿Cuántas mujeres teníais? — les preguntaba, lleno de furor, , — ^Ninguna— contestaban los desdichados. — Decídmelo ó morís , — Pregunte V. á todos los colonos y respon- derán lo mismo. Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 115 — Si decís que teníais alguna, mandaré cesar vuestro martirio. Pero vano deseo: querer que aquellos religio- sos mancillasen sus labios con una tan fea mentira. La muerte sería más dulce. Y aquel corifeo revo- lucionario se revolvía y agitaba frenético, al ver que toda su furia caía, malparada y deshecha, ante la valentía heroica de tres pobres frailes^ no obs- tante hacer que se prolongasen las crueldades y torturas hasta bien avanzada la noche. Dejemos á este bravo caudillo, después de borrar de la hacienda el rótulo «S. Agustín» y suplan- tarlo con el de su nombre, «José Leyva», continuar su carrera de triunfo Isabela arriba, repitiendo en todos los pueblos iguales ó parecidas escenas, y sigamos la narración -de lo acontecido con los Padres. Al partir dejó ordenado Ley va que todos los Padres prisioneros de aquella provincia fuesen con- ducidos á llagan. Y fué de verlos con su maleta al hombro, subir por la cuesta de llagan, que ya el lector conoce, formando un cuadro bien digno de lástima. Recluyóseles á todos en el convento, conforme fueron llegando, y los dos primeros días no tuvieron los infelices cosa de sustancia que lle- varse á la boca, padeciendo un hambre horrible. ¿Quién había de cuidarse de ellos, estando coma estaba allí de comandante. Villa, aquella sabandija de quien tan á menudo nos vemos obligados á hablar? Con el pretexto de que había enterrado dinero Digiti izedby Google Il6 * MEMORIAS en la hacienda, mandó que se le repitiese al P. de la Banda el tormento del agua^ añadiendo refina- mientos de tortura que sólo á aquel diablete se le ocurrían. Lleváronlo á la cárcel y ¡cuál sería la im- presión del buen religioso, cuando al entrar, lo primero que echó de ver^ fué á sus dos muchachos pendientes de un travesano, exhalando desgarrado- res alaridos! Colgósele también á él por los pies y, con la cabeza arrastrando, lleváronlo por diversos ángulos de la cárcel, manchándolo todo de regajos de sangre; pues la cabeza llegó á desollársele casi toda. El día 27 juzgó demasiado cómodo para los pri- sioneros el convento y ordenó se les trasladase á la cárcel. De aquí se les sacaba por las mañanas á lampacear los edificios públicos^ á desbrozar las calzadasj limpiándolas de arbustos y hierbas, y hasta acarrear agua del río. Quien conozca el trayecto desde el río á la cárcel, lo áspero y cuesta arriba del camino, y lo vacíos de estómago que los pobres andaban, podrá imaginar sus fatigas y sudores. Yo les he oído decir que sentían verdaderas angustias de muerte. Uno de estos días en ocasión en que la maestra de Echagüe se hallaba en llagan para asistir á no sé qué festival revolucionario, ordenó Villa por tele^ grama desde CariCj al capitán de las fuerzas de 'la cabecera, que encerrase al P, Campo con la su* sodicha maestra en una habitación para que con ^amplia libertad chiciesen lo que quisieran.* Nunca Digiti izedby Google DEL CAUTIVERIO. ¡I? tal hubieran hecho, pues mientras el virtuoso Padre oraba, recogido en el fondo de la estancia, la india aquella, herida en lo que más amaba, asomábase á un balcón poniendo cual digan dueñas á cuantos catipunan por allí pasaban, |Y qué sentidas crude- zas no le sugeriría su honor ultrajado, nada menos que por telégrafo 1 Da vergüenza tener que apuntar, siquiera sea pasando como por sobre ascuas, rufíanerías por el estilo, pero la conciencia obliga á decir la verdad; y la verdad es que los cultos revolacíonarios hasta hacían alarde de transmitirse, unos á otros, telegra-j mitas como el de marras. jOh! la educación y la finura y la galantería catipunescas! Fué Villa á visitarlos el día tres de Octubre y los infelices pensaron que en presencia de tanto dolor aquel indio se enternecería; pero la fibra del enternecimiento estaba muerta en aquel hombre sin entrañas. Efectivamente, después de quinientos palos que unos tenientuchos, recien llegados de los pueblos de arriba, dieron álos PP; Domingo Campo y Eugenio Aguerrizábal, colmándolos de insultos y de injurias durante el apaleamiento, mandó Villa á los demás padres coger cada uno un instrumento de música de los de la banda de llagan y salir to cando á la orilla del río, para recibir dignamente á Leyva que regresaba victorioso de Nueva Vizcaya- Figúrese el que leyere con qué herniosos espectá- culos se regocijaban los conspicuos héroes de la República! Hasta la misma plebe, á quien suele Digitized by Google Il8 MEMORIAS siempre divertir el escándalo, esta vez se escondía avergonzada, dándose el caso de que al pasar los soldados, escoltando la triste charanga^ se cerrasen de golpe muchos balcones y ventanas, como pro- testa contra aquel salvajismo desenfrenado que así sacaba á la vergüenza pública las lindezas de la revolución. Cosa de dos días antes que viniese Leyva, ha- bían llegado con las manos fuertemente atadas el Gobernador D. José Pérez, el P. Cipriano Diez, y el infortunado registrador de la Propiedad de ^Tuguegarao D. Facundo María de Soto, (i) Al pri- mero traíanle para que rindiese cuenta de sus funciones en el gobierno de aquella cabecera y á los otros dos por haber huido de Cagayán, cuando aun no habían caído en las garras del catipunan. Habían tenido ya que sufrir buenas palizas, donde fueron capturados; pero Leyva les había dicho que pensaba fusilarlos y en esta convicción entraron los infelices en la cárcel de llagan, donde por or- den de Villa se les puso en el cepo, boca abajo, no sin propinarles antes en el convento una so- (i) Este desventurado compatriota nuestro, fué reclamado por algunos revolucionarios de Tuguegarao, y junto con el P. Cipriano Diez, que también lo había sido, salió para dicha cabecera, cuando ya las furias de llagan parecían estar cansadas de martirizarlos. Allí se les encar- celó en el colegio de los Padres Dominicos, á donde todos los días iban sin falta unos cuantos sicarios á complacerse en atormentarlos, hasta que «1 pobre Sr. Soto, saltado un ojo de la órbita, y llagado y contundido todo su cuerpo, viéndose claramente que sucumbía, víctima de tantos atropellos, fué conducido á una casa particular, donde al poco tiempo 4ejó de pertenecer al número de los vivos. ¡Dios le haya acogido en su seno I Digitized by Google t^ DEL CAUTIVERIO, II9 lemne paliza. Lo que en el cepo hubieron de pa- decer los ocho días con sus respectivas noches ^ue de aquella guisa se les tuvOj no es para con- tado en sucintas memorias, en las que sólo aspiro á reflejar, siquiera sea pálidamente el espíritu men- guado de la revolución filipina. Mas sí diré, que unos salvajuelos, abortos de la naturaleza, pues -en tan tiernos años tanta crueldad es inconcebible, se entretenían en saltar y remecerse sobre las pan- torrillas de los pobres encepados, quienes sentían descoyuntárseles los huesos. Lleváronlos á la comandancia varias veces para experimentar en ellos mil finuras de martirio. Huelga decir que al par los llenaban de groserísimos ul- trajes. Uno de los días que más se encolerizaron •con ellos, corrido Villa ante los heroicos ejemplos de virtud cristiana, que en el padre y el gober- nador iba descubriendo, de tal modo le cegó la saña, que él mismo cogió un fusil y empezó á des- cargar en ellos tan recios culatazos, que ambos juzgaron llegada su última hora. ¡Fué entonces de ver á D. José postrarse de rodillas, pidiendo á su compañero de martirio la absolución y á éste dársela fervorosamente al compás de los golpes •que recibía! ¡Qué escena tan dulcemente encanta- •doral ¡Qué virtud tan grandiosa la de nuestra fe . para hacer contemplar con frente impávida el es- pectro horrible de la muerte! Precisa era toda la ruindad de alma de Villa para no conmoverse ante «1 cuadro que ofrecían dos infelices españolesj que Digitized by Google I2D MEBfORlAS emulábanse mutuamente, derrochando tesoros de he- roísmo cristiano! Cuando de nuevo se les condujo al cepo^ ex- clamó D, José, emocionado por la hermosa resig-- nación que en su pecho sentía: < ¡ahora se sabe lo que es ser católico!» Frase belh'sima que nos compla- cemos en apuntar para honra de aquel goberna* dor^ que era perseguido por defender hasta el pos- trer momento la bandera española; por no ser como los demás gobernadores, á quienes al decir de Leyva, se les ganaba enseguida con sólo me* terles un *puñado de oro en los bolsillos.» Molestados más ó menos todos los días y lu- chando á brazo partido con el hambre, retúvose á. los padres en aquel matadero ^ — que no otra cosa parecía la cárcel de llagan — hasta que el 12 de Octubre, día de Ntra. Sra. del Pilar, por inñuencía del capitán D. Sabas Horros^ hombre que desde un principio reveló ahidalgados sentimientos junta á mucha sensatez de carácter y á quien estaremos siempre agradecidos^ se les trasladó á una casa particular, dentro del casco de la población. Aquí ya cambió un tanto su manera de vivir. Una familia^ la de D, Juan Claraval, de mucho arraigo entre los indios y general simpatía entre los españoles^ rom- pió por respetos catipunescos y empezó á socor-^ rer manifiestamente á los padres, llevándoles de madrugada todos los días un buen desayuno y cuidando les escasease lo menos posible la comida. No olvidarán nunca los padres la cristiana con- Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 121 ducta de esa familia, que llegó hasta meter á su« criados de voluntarios con objeto de poder más fácilmente aliviar la situación de los prisioneros. Hacia los primeros días de este mes infausta, mientras los Padres gemían en la cárcel, en el con^ vento desarrollábase un drama tenebroso, cuyas espeluznantes escenas al propio Montepín infun* dieran espanto. El teniente de la Guardia civil don Salvador Piera, comandante del puesto de Aparri, el misma que al ver inútil toda resistencia, y cediendo á insis- tentes ruegos de españoles y naturales, había ren- dido aquella plaza con honrosas condiciones, que después de firmadas el catipunan no respetó, ha- bía sido requerido por Villa, autoridad militar de la Isabela. Allí iba á suceder algo terrible que al mismo Piera no se le ocultaba, pues diz que al salir de Aparri corrió á postrarse ante un confeso- nario, donde con el representante de Dios ventiló cristianamente el importante negocio de su con- ciencia. Con efecto, cuando hubo llegado á llagan, Ue-i váronlo al convento en una de cuyas habitacionea se le incomunicó. Al poco rato tres ó cuatro fie- ras vilísimas, que no merecen al dictado de hom- bres, amarráronle con fuertes] ataduras y colgáronle de una viga. Entonces comenzaron á acriminarla i6 Digitized by Google á 122 MEMORIAS por haber perseguido á cierto masón, sujetándole á los torturamientos más espantosos. La pluma re- sístese á consignar tantas atrocidades. ¡Tres días se le tuvo en aquella postura, martirizándole sin cesar sus viles asesinos! Aun se nos erizan los cabellos con la representación de tantos crímenes. Los gritos desgarradores que exhalaba aquel des- dichado , presa de tan bárbaros tormentos, oíanse en toda la población y llenaban de pánico todos los hogares. En las altas horas de la noche que eran las esco- gidas por aquellos alevosos para darle el trato de t;uerda; pero de modo tan horrible que todos los cuadros que de esta clase de tormentos, trazaron en patibularias narraciones los calumniadores del Santo Ofícioj resultaban palidísimos en comparanza de los detalles atroces con que aquí se practicaba; á cada violenta sacudida, sintiendo desencajársele los huesos: ¡Por Dios, por Dios!— exclamaba aquel infeliz. Y este grito tremebundo repercutiendo en los ámbitos de la cárcel, cuentan los Padres allí prisioneros que les helaba la sangre en las venas, AI tercer día, cuando aquellas hienas enfurecidas parecían haber saciado su furor satánico; cuando ya le habían metido por los ojos un hierro cándente, teniéndolo en ellos hasta dejar las cuencas vacías; el pobre mártir, presa acaso del delirio, gritó que tenía hambre y... — hay que decirlo, porque más vale vergüenza en cara que mancilla en corazón — uno de aquellos sicarios, cortándole un pedazo de carne Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 123 del muslo, atrevióse á llevárselo á la boca! Por fin lá noche del día siete y ya á horas muy avanzadas unos cuantos miserables sepultaban en la huerta del convento un cuerpo que goteaba sangre ca- liente y de cuyos labios aun se escapaban geme- bundos ayes... Desde aquella noche las sombras, quizá es- pantadas de la realidad, corrieron un velo oscuro sobre el asunto — Fiera. No seré yo quien lo des- corra. iQuédense ocultos en el misterio los hórri- dos pormenores de aquella tragediaj baldón eterno de una raza, y anatema el más terrible de una revolución que no ha hecho otra cosa que sem- brar á granel crímenes y salvajadas! Digitized by Google 3JV**;¿*;*¥¥**-i(:*¥¥+¥^¥í¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥¥?f¥¥¥¥* CAPÍTULO IX. ;Otra Tcx al río! — Historias á vuela pluma. — Una filipina h«» róica. — Aguinaldos navideños. La gabarra estaba ya allí esperándonos. Hatea- mos otra vez los cuatro trapos, que varios carre- tones condujeron al río, y escoltados como siem- pre que salíamos á la vía pública, descendimos la ya sabida cuesta. Río abajo y en tiempo de crecidas, ninguna embarcación por pésima que sea, tarda desde lla- gan á Tumauinij arriba de cinco horas. Pues bien nosotros desatracamos bien de mañana y eran pa- sadas ya las seis de la tarde, cuando llegamos á nuestro destino. Abandonado el timón á merced de la corriente, la gabarra descendía virando en re- dondo* ¿Quién podía contar las vueltas que dába- mos en cada hora? Añádase á esto que la ración para el día, que se nos había dado al salir de llagan, se la engulleron nuestros benevolentísimos conductores y se verá que fué este uno de los Digitized by Google ■' DEL CAUTIVERIO. 12$ más deliciosos días de nuestro cautiverio. ¡Cómo aquella gentezuela de Alcalá se complacía en ha- cer leña del árbol caídol Mas respiremos. Estamos en Tumauini, antigua capital de la provincia. De su jefe local se hacen lenguas varios padres dominicos. Al parecer es todo un caballero. Tiempo es ya de que se alivien un tantico nuestros niales. ¿Qué importa recorrer las calles de Tumauini en demanda de prisión? Nues- tro rubor ya no es tanto como en las primeras exposiciones á la pública vergüenza. A todo se acos- tumbra uno |hasta á ver casi impasible el propio deshonor! Media hora de caminata, y ya estamos en el convento donde se piensa darnos hospedaje. Detuvímonos en el umbral un buen rato; se nos tomó lista, expidióse el recibo de cajón y desfila- mos escalera arriba á las habitaciones á que se nos destinaba. Bien pronto empezamos á ver las orejas al lobo, pues hay que confesar, pese á algunos padres, que aquel jefe local sino era un lobo, por lo menos lo parecía. El mes que hubimos de pasar en aquel pueblo fué mes de continua prueba. Nuestra ra- ción — la de unos cincuenta y tantos que éramos — reducíase á dos gantas diarias de maiz, medio mo- lido y trece ó catorce libras de carne de cerdo, ensangrentada y mal oliente, como la que comíamos en Alcalá. Para consuelo de nuestros males dióse una or- <Íen de que nos trasladásemos á lá escuela, no Digitized by Google 126 MEMORIAS fuese que viviendo en el convento, no acabásemos de perder nunca nuestras aficiones á la vida rega- lona. Fuimos pues á la escuela y ¡madre mía! cuan desagradablemente nos impresionó aquel estrecho y destartalado edificio! A duras penas teníamos lugar donde extender los petates. Una de las noches rompió á llover á cántaros y como el techo estaba más agujereado que una criba, no hubo otro re- medio que coger cada quisque su petate y rebu- jándonos en él, buscar los puntos donde fiíesen menos persistentes las goteras. Dímonos pues, una ducha á destiempo que, maldita la gracia que hizo á nadie, á no ser que tal quiera llamarse el fuerte constipado que causó á algunos. Cómo estaríamos al día siguiente que el oficial, comandante de núes- tros centinelas, sin encomendarse á Dios ni al diablo, dispuso que inmediatamente nos múdasenos á más cómoda vivienda,... Verdad que aquel pobre teniente era tan bueno como indicaba su nombre — llamábase Pío — y que no tenía más de catipunan que las estrellas de las hombreras. Siempre recordaremos gratamente que una tarde, habiendo caído enfermo uno de los re- ligiosos y notando él — Pío — que la causa de la en- fermedad no era otra que un hambre calagurritana, lanzó cuatro reniegos contra el jefe local que tan perramente se conducía, y cogiendo dos soldados, fusil al hombro, salió de la cárcel visiblemente in- dignado. A la media hora los soldados estaban de vuelta, trayéndonos cinco ó seis gallinas y dos api* K Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 12J nadas pencas de plátanos. ¡El bondadoso teniente lo había pagado todo con dinero de su bolsillo! En tanto nosotros, cada día de mal en peor, an< dábamos arrastrados de cárcel en cárcel con un hambre canina, debemos advertir que Leyva y otros que no eran Leyvas glotoneaban de lo lindo, á costa de los pobres frailes, ó por mejor decir á costa de la ardiente caridad de algunas señoras de Manila, Fué el caso que D.* Sixta del Rosario, mujer de bellísimas prendas, querida y respetada de todo el mundo, sintiendo su ánimo lleno de esfuerzo varonil habló con varias almas caritativas del mismo corte que la de ella, con objeto de allegar recursos para el Sr. Obispo y Padres prisioneros en el Valle de Cagayán. Ella, D.^ Sixta en persona se comprometía á ir al Valle, afrontando contrariedades y riesgos y mejoraría en cuanto pudiese nuestra aflictiva situa- ción. Hasta treinta y ocho cajones de efectos de pri- mera necesidad reunió en pocos días, con los que, á bordo de no sé que vapor, embarcóse para Aparri^ más contenta y alegre que un cielo sin nubes. Pues bien Leyva que no respetaba nada^ como si fuese vastago ilustre de una tribu hotentote, la redujo á prisión en Aparri, robándole todos los ricos trofeos de sus heroicos sacrificios; y después de reprocharla insolentemente como si fueran crí- menes, sus hermosas virtudes, remitióla de prisión en prisión hasta donde estaba la corte revolucio- naría. |Tres meses de cárcel le costó á la pobre su caridad ardiente, durante los cuales bendijo á Dios Digitized by Google 128 MEMORIAS J desde lo íntimo de sus entrañas, porque así se holgaba en probar su espíritu! Rasgos como éste no se pueden alabar con el deleznable idioma de los hombres; porque sólo los puede justipreciar el cielo. No creo que haya nadie que nos censure por estas calurosas alaban- zas en honor de esos ángeles de la tierra. Cuando el caminante recorre una senda áspera y cenagosa, castigado en todo el trayecto por hedores y pesti- lencias, ¿habrá de parecer extraño que se pare á res- pirar morosamente el aroma delicado de rosas y margaritas, que al azar encontró ignoradas en al- guna revuelta del camino? — Mientras á nosotros todos los percances di- chos nos ocurrían en Tumauini, los otros cincuenta religiosos á quienes había cabido la suerte de to- mar el pendingue río arriba, pasaban las penas del purgatorio en un gallinero (sic) de Gamut en donde por gran honra se había servido meterlos el jefe local del pueblo; pues tenía órdenes cons- trictivas de molestarlos cuanto pudiese. Renunció á describir á este gaznápiro, á quien andando el tiempo tuve el disgusto de conocer, porque sería preciso cierto gracejo para pintar la mollera vacía de indio tan romo. |Vaya por Dios, y de qué esti- radas personas echaba mano el catipunan para de- sempeñar sus honoríficos puestos! Gracias que en este pueblo había un compatriota de algún ascen- diente en el vecindario, quien valiéndose de los amaños é industrias que su qompasión le sugería, Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. I2g ingenióse para llevar á los prisioneros comida de su propia casa: de lo contrario acaso los infelices hubiesen perecido de hambre. Pasados ya varios días en aquella zahúrda, llegó— lo mismo que para nosotros en Tumauiní — orden del jefe provincial para que fuesen reparti- dos en grupos de diez ó doce por los pueblos de arriba. Entonces al grupo que se quedó en Gamut, dióseles por prisión la Casa-tribunal antigua^ cuya cubierta de hierro distaba tan poco del pisOj quCj algunos días sobre todo á ciertas horas, abra- sábanse como bajo el influjo de una quema. El -español aquel D. Constantino González no dejó un solo instante de hacer por los prisioneroSp cuanto buenamente podía. Justo es que en estas memorias ocupen un lugar distinguido quienes, por socorrer á los menesterosos, no dudaron sacar la cara, arrostrando inquinas y persecuciones, por caritati- vos y fraileros. Los que subieron á los otros pueblos, lo pasa- ron en un principio plus minusve lo mismo que nosotros en Tumauiní. Solo hay que hacer una excepción: los de Reina Mercedes estuvieron siem- pre muy considerados de todos y con libertad ab- soluta, aun fuera del perímetro de la población * Sin duda el jefe local de este pueblo tenía dos bledos de frente y no quería pesase ninguna mal dición sobre su conciencia, Al buen comportamiento del Presidente hay que añadir la hermosa conducta del almacenero da 17 Digitized by Google ^ ^ 130 MEMORIAS la Tabacalera, quien desde la llegada de los Pa- dres, desvivióse porque no les faltase un buen pasar, hasta salir él mismo de rancho en rancho con el fin de proporcionarles recursos. Los Padres á quienes cupo la dicha de ser destinados á Reina Mercedes, siempre sentirán su pecho, lleno de gra- titud hacia D, Florencio Cué, quien no se ha per- donado sacrificio de ningún género — hasta el de desprenderse de su propia ropa— por hacerles más llevadera la prisión, endulzándoles las penas y des- placeres, que forzosamente habían de sentir. Concluyamos ya estos párrafos de enojosas pe- queñeces, lanzando cuatro anatemas contra las auto- ridades locales de estos pueblos: Cauayán y Anga- danan. El jefe de Cauayán recreóse en el tormenta de los prisioneros sobre todo en el del P. Domingo- Campo, que, víctima de tantos atropellos y veja- ciones, dio su alma á Dios la madrugada del 26 de Enero, murmurando frases de perdón para todos sus verdugos; y no se murieron los demás, gracias á D.^ Antonia Báñez de Mata, que valiéndose del prestigio que la rodeaba el desempeñar su ma- rido un alto puesto cerca de Aguinaldo, entraba en la prisión, como Pedro por su casa, y poniendo de oro y azul á los badulaques de centinelas, daba á los Padres cuanto menester habían. Y no se circuns- cribió la caridad de esta mujer á mirar por los que penaban en aquel pueblo: díganlo sino los que es- taban en Gamut, á quienes socorrió varias veces;, sobre todo el P. José Prada, su cura que había^ Digitized by Google [i DEL CAUTIVERIO, Ijl sido, con quien no sabía que hacer la pobre, para aliviar sus males. En Angadanan, baste decir que el jefe local tenía á gloria que le hubiesen sido confiados cinco infe- lices Padres para en su martirio solazar cruelda- des de hiena, cual si pusiera una pica en Flandes con tan execrables villanías. Aquí fué, en Anga- dañan donde el R. P. Ex-provincial Fr. Juan Zallo, que con tan edificante resignación había sufrido el ser abofeteado en Aparri^ con la estrechez del en- cierro en que se los tenía y los hambrones terribles que pasaban^ sintió agravársele cruelmente la pe- nosa afección crónica que había de dar en la tumba con su preciosa existencia. En vano D. Eduardo L. de la Banda y el Padre Fidel Franco, sus asiduos y diligentes enfermeros^ prodigáronle cuantos cuidados y desvelos podían, para ver de sacarle avante y reconstruir aquella naturaleza que se desmoronaba: hacia últimos de Julio de' 1899, recrudeciéronse tanto sus dolencias que pidió ser confortado con los Santos Sacramen- tos y tras de breve agonía, pintada la resignación en su semblante, fué el día 28 del mismo mes á coronarse en el cielo por sus virtudes, (i) (i) Cu&ndo el decreto de libertad del mes de Febrero^ una de aquellas farsas archin acias con qise el Gcbíerno revolucionario quería cohonestar su in]uitiñeable condiacta» bajó N. P. J^allo á Alcalá can ▼arios compBñcroSf que luego de descubierta In. afiagaiai tii vieron que tornar á sus aatigua» prisiones. Al P. Zallo ya no le íüé posible subir. La tañan tjtda del gobiertio acatóle en ^u enfcrmedid, teniéndole pos- trado en cama por espacio de doi iDctes^ durante ]ob cuile^; el R. P. Fid«I Larrínaga no se apartó del lecho del paciente^ suministrándole Digitized by Google 132 MEMORIAS De los que tuvimos que repartirnos en los pue- blos de abajo, los que más tuvieron que sufrir, fueron los que quedaron en Tumauini, (cosa que no dejará atónito á nadie, conocido como es el perso- naje con quien se las tenían que haber) y después los de Cabagan Nuevo. Estos últimos hubieran pe- recido de hambre y consunción en los primeros días sí las tagalas D.* Lorenza Roco y D.*^ Balvina Yu- panco, alias, D.* Nena, burlando la extrema vigi- lancia de los guardias, no les hubiesen socorrido con cuanto buenamente pudieron. Siempre hemos oído hablar á los Padres con elogio de aquellas piadosas mujeres, que en tanto los centinelas ponían de realce su educación gro- sera y su descoco sin medida, ellas, unas veces por sus criados y otras veces por sí mismas, les intro- ducían por las ventanas de la prisión, con qué pu- todo género de cuidados. Una sola vez le visitó el médico en Alcalá j eso porque D. Paulino Pomar se tomó la molestia de bajar á buscar al de LaMoc. {Bastante caso hacia Fernando de médicos ni de medicinasl l'or el mes de Abril repúsose ligeramente de sus padecimientos, y D. Paulino alcanzó permiso de Tirona para trasladarle á la Colonia Agrícola de Sta. Isabel, donde con la asistencia diaria de un facultativo ^ podría restablecerse por completo. A la subida para dicho punto detú- vose quince días en Garita con el tabacalero de aquel barrio, su paisano D. Lázaro A.réchaga, hombre que venía desde algún tiempo prestando á los Padres de Cabagan Nuevo muj valiosos servicios, quien cuidó á N. P. Zallo con sumo esmero hasta su ida á Sta. Isabel, donde tros de varias alternativas de mejoramientos y postraciones, ocurrió el fu- neito desenlace que todos preveíamos. Gracias á D. Paulino Pomar y al Administrador de aquella Colonia D. Eduardo L. de la Banda, cuyas bondades para cuantos padres su- bieron y bajaron por allí, no son para encomiadas en pocas palabras, consiguióse que las honras fúnebres se hiciesen con toda la pompa po- sible, y que en el Campo santo de aquel pueblo se le erigiese un mo- desto, pero sólido panteón, destinado á conmemorar stt esclarecido nombre. R. I, P. Digitized by ' y Google DEL CAUTIVERIO. 1 33 diesen los infelices matar el hambre que les con- sumía: Hay que advertir que estos Padres estaban bajo la férula de uti meaofuado que, según el rumor público corría, con visos de completa certi- dumbre, era uno de aquellos sayones que habían martirizado á Fiera, Y con esto queda dicho todo. Verdad es que posteriormente amainó bastante su furiaj pero esto fué debido al jefe local de Santa María^ D. Luis Santos quien no se contentó con portarse como un digno caballero con los prisio- neros que á él le habían confiado, sino que hizo extensiva su bienhechora influencia á los pueblos que pudo. Mas de cuatro veceSj y en presencia de los PadreSj hizo salir los colores al rostro á aquel valiente de cuño revolucionario. ¡Bien haya D, Luis que por su brillantísima conducta con los Padres prisioneros, se ha aquistado hondas y duraderas simpatías que para él y para su familia implorarán á menudo bendiciones al cielo! Dediquemos también un cariñoso recuerdo á la familia de D. Juan Picój quien supo explotar á ma- ravilla los influjos que tenía con la gente catipu- nera, para con más holgura socorrer á aquellos desamparados padres^ á quienes complacíase en sentar á la mesa en su propia casa. Dios le re- compensará tan inestimables favores. — Y ahora reanudemos la narración de lo que por nuestros propios ojos hemos visto. Sacudido ya el polvo de los zapatos y pidiendo á Dios no volver á empolvarlos en Tumauim, salí- Digitized by Google^^- 134 MEMORIAS mos la tanda, á la cual me tocó la suerte de per- tenecer, para Cabagan Viejo, donde se fijaba nues- tra residencia. La mañana era ya algo entrada. En la distancia de 19 kilómetros que media entre Tumauini y Garita apenas surge un árbol que con su sombra aliviase 'nuestras fatigas de viaje, aislándonos por un mo- mento de aquel ambiente, caldeado como el de un horno, que quemaba al respirarlo labios y pulmo- nes. |Y qué figura sería la nuestra, cabalgando al través de aquel inmenso desierto! Porque hase de tener en cuenta que de los matalones en que íbamos, el que no estaba anquiderribado, era patituerto, ó faltábale un ojo y del otro apenas veía; estando todos ellos no menos enjundiosos y metidos en carnes, que si fueran rocines de molinero. Con lo que dicho se está, que nos hubiese sido mucho más cómodo haber apechugado con el de San Fran- cisco. A buen seguro no se nos hubiese alon- gado tanto la jornada, ni el picaro Febo hubiese encontrado tan propicio solejar en nuestra sesera. Los ojos no andaban nada distraídos con el pa- norama de aquellos contornos. Doquier los mismos páramos incultos: á veces alguno que otro ria- chuelo, que precipita su caudal cristalino, fecun- dando con él las caprichosas márgenes, que cule- brean á lo lejos, festoneadas de espesísima vejeta- ción. Tal es la única variedad que ofrecen aquellos paisajes de anchurosas estepas, que amarillentas y calcinadas, dilátanse hasta los ribazos que sirven Digitized by ' y Google DEL CAUTIVERIO. 135 «como de esperontes á la gigantesca Sierra Madre, Allí sí, que se tendía con gusto la mirada. Álzase la sierra aquella á la región de las nubes, ondeando á* los huracanes su gallarda cabellera de enormes árboles, despreciadores de los siglos. ¡Es de verla cortar con su crestería negruzca el horizonte, gua- reciendo todD el valle de Cagayán de los tremen- — Orgullo de aacíóa. — Recuerdos y nosulgiai. — ¡ Filipinas 1 Siquiera haya de ser tildado por algunos de sensiblero y quejumbroso, no quiero abstenerme de consagrar algunas líneas á esas congojas íntimas que surgen en el corazón y en el corazón desen- vuelven toda su aflictiva grandeza, pasando del todo desadvertidas para los que nada saben deletrear en el abatimiento de una frente ó en la vaguedad melancólica de unos ojos. En aquel pueblo que más que de morada de seres vivientes, tenía el aspecto de mansión de los muertos; — tantos eran el silencio y la soledad que reinaban en su recinto — parece que respiraban su ambiente propio las desventuras y los infortunios, ¡Cuántas veces en las nocturnas horas, negándose el sueño á plegar sus alas sobre nuestros párpa- dos, nos incorporábamos sobre el tosco petate que de lecho nos servía, para rumiar á solas el pan del dolor y libar toda la amargura de nuestro si- lencioso martirio! Entonces, en la oscuridad de la noche^ pero en pleno mediodía de la conciencia, Digitized by * GoogL r I40 MEMORIAS era cuando mas claro se veía á la Patria adorada^ presa por la garra de inmensos torcedores, acre- ciendo infinitamente con la lividez de su rostro, donde el orto y el ocaso del sol se desposaban un día, la desgracia de tantos prisioneros, sus hi- jos, que arrastraban su mísera y haraposa existen- cia de calabozo encalabozo. |Ah! con qué dolor se recordaba allí nuestro antiguo descomedido orgullo^ ahora pateado como los estropajos del arroyo; y nues- tra inexhausta ambición de lisonjas y desvanecimientos patrios humillada ahora por el vilipendio y hasta por la rechifla. Porque hay que confesarlo: nosotros aquí en Filipinas — y lo propio creo acaecería en las demás colonias que perdimos; pues lo que se toma con el capillo sólo se va con la mortaja — hacíamos gala continua de una grandeza que, sí tuvimos un día; pero que estábamos ya muy lejos de tener. Así que- mábamos y contribuíamos á que se quemase in- cienso en las aras de nuestra vanidad y de nuestro orgullo de nación, aneciándonos de día en día; pero consiguiendo pasar á los ojos de nuestros colonos, como aquella raza de gigantes, que arrancaron á las olas el cetro de la mar, haciéndolas cantar un himno al imperio naciente de nuestras colonias; cuando si algo nos quedaba aún de aquellos pro- ceres del valor y la fortuna, eran no más sus vicios quijotescos que parece mamamos de los pechos de nuestras madres y son uno de los rasgos más carac- terísticos de nuestra peculiar idiosincrasia. Por esto^ \ y Google Digitized by ' DEL CAUTIVERIO. 14 ^ por esto era más crudo nuestro padecer, porque es- tábamos completamente caídos precisamente ante aquellos á quienes habíamos hecKo formar altísimo concepto de nosotros. La vergüenza quemaba con llamaradas de fuego nuestras mejillas: porque ¿quién duda que es uno de los más grandes dolores de este valle de lágrimas la vanidad caída y pisoteada» retor- ciéndose convulsiva y mordiendo el polvo de su impotencia? Pero lo que arrancaba más vivos y silenciosos ayes al corazón^ eran sin duda alguna los recuer- dos del hogar. Ya sé yo que el sentimiento de patria es mucho más grande que el sentimiento de familia; que debe arrojarse por las almenas la es- pada que haya de inmolar nuestros más ardientes afectos; que todas, en suma, las afecciones domés- ticas deben callar prudentemente, cuando así lo reclaman los patrios intereses; pero también sabe todo el mundo^y es una antinomia de nuestro modo de ser — que aquellas obran con más empuje en el alma, haciéndonos sentir, según los casos, padeci- mientos más vivos ó júbilos más intensos. A medida que los años pasan, agrándanse y em- bellécense los recuerdos de la niñez y las ilusiones de la juventud. Yo no sé con qué prisma los mira Id, imaginación, que destácanse á su vista, mejor vestidos de encanto y más sugestivos de embeleso. ¿Qué extraño pues que al surgir como evocados por un conjuro de los escondrijos de la memo- ria, radiantes de lumbres y flores, y rebosando Digitized by 142 MEMORIAS poder fascmador, amargasen el torrente de núes- trzs cuitas, embraveciéndolo con aquel su li- gero hálito, que, difundiéndose al través de los días, en distinta conyuntura hubiese oreado nuestro pensamiento y refrescado nuestra frente? La madre que con el bálsamo de sus caricias había angelizado nuestra niñez; el nido caliente del hogar donde sentimos la impresión dulcísima de los primeros besos; el risueño valle donde, jugueteando como las brisas, coronábamos nuestra inocencia de margaritas y de rosas; la fuente cercana en cuyas aguas cristalinas corríamos á apagar la sed, can- sados de bulliciosos juegos; el templo parroquial donde aprendimos á balbucir las primeras plega- rias; el magnetismo inefable de esas amistades in- fantiles que, estereotipándose en la memoria, laten perennes en el alma; y quizá hasta las sonrisas de la gloría, sembrando y fecundando toda una flora de ilusiones en la mente, todos estos bellísimos recuerdos de pasados días, hirviendo atropellada- mente dentro del alma, lejos de bañarnos en rau- dales de consuelo, no nos servían sino para aci- barar nuestras penas y recrudecer nuestros que- brantos. En aquellas estancias míseras donde encarce- lados gemíamos, ni siquiera alentaba la esperanza, no ya de que resurgiese aquella edad dichosa, que- rida de las flores y besada por los céfiros; pero ni aun de volver á gozar una ternura de aquella madre, Á sentir de nuevo el calor de aquel hogar^ Digitized by ' y Google DEL CAUTIVERIO. 1 43 á discurrir por aquel frondoso valle, á beber en aquella fuente, ni á hincarnos de hinojos en aque* Ha iglesia donde paladeamos un día el primer maná de nuestra religión augusta. El reducido cielo que con sus diáfanos tules babía cobijado la escena de tanta dichas no volvería á extasiar nuestros ojos con sus encantos. Hacia atrás el horizonte de la ventura para siempre desvanecido, y enfrente la cerrazón de la desgracia, tronando amenazadora. Ni un rayo de luz que se filtrase por la densidad de la siniestra nube, y difundiese su claror sobre las lobregueces del alma. Fuera, el cielo preñado de fatídicas tormentas y dentro, rachas de pesimismo desconsolador, mujiendo como un torbellino. ¡Ay! Cuántas veces sentimos ese fastidio del vivjr que pone el tóxigó ó el puñal en las manos de los suicidasl Y cuántas veces, si no nos desengañase la fe que palpitaba en nuestros corazones, no hubiésemos creído resabio de barbarie el poner término á una malhadada existencia! No, no estamos haciendo retórica: no hacemos más que esfumar el cuadro de nuestros desmayos y de nuestros tormentos. Díganlo sino los miles de compañeros que arrastraron como nosotros las cadenas pesadísimas de una indefinida prisión; aun- que mejor que los que sobrevivimos, podrían de- cirlo los muchos que sucumbieron, víctimas sí del hambre y los brutales tratamientos, que de todo hubo^ pero más aún de esas torturas morales que abruman el espíritu, al soplo de recuerdos y de Digitized by VjOOQIC 144 MEMORIAS ilusiones marchitas. Cuando las esperanzas mueren en el alma no mueren solas: muere también con ellas el enjambre de dorados ensueños, que viven del mismo aliento de su vida y las acompañan por todas partes á guisa de cortejo amoroso. El corazón queda vacío, pero con ese vacío que es más bien la carga insufrible de la existencia, la laxitud ter- rible del vivir, el vivir mismo de la muerte. Pero veo que mi pluma va más lejos de donde mi pensamiento querría. Quizás me dejo arrastrar demasiado por memorias que anhelara, yaciesen envueltas en la mortaja del olvido. Nadie juzgue por estos semi-inconscientes desahogos que llegase el desaliento á entronizarse en nuestras almas. Sólo le conocen las débiles: no las que una vez y otra han sido martilleadas en el yunque de la tribulación. Nuestro dolor inmenso no arrancó sino bendi- ciones, de nuestros labios. En la lucidez de nues- tra conciencia sabíamos muy bien, que cuando se soporta cristianamente, el dolor no es infierno que abruma v desespera, es purgatorio donde el alma se purifica y se redime, metamorfoseándose en divina. [Bendito mil veces aquel dolor que lejos de ser para nuestros espíritus derrumbadero de la desesperación, fué más bien escala de lumbre por donde subían á confortarse con el ambiente de las edénicas alturas! Con tal que el corazón se fortifi- que en la virtud, ¿que imp .a que la tribulación are con hondos surcos nú* ra iren^e? Bendita sí, aquella vida que, no obstan " ser í u o y reflujo de Digitized by VjOOQIC .»:d -fe DEL CAUTIVERIO. 1*45 inmensas desventuras, vaivén perpetuo de tristezas abrumadoras^ á cada hora en el martirio pasada^ nos hacía ver germinar en el camino que atrás dejá- l>amos, una nueva ñor que engalanaría allende la tumba nuestra corona imperecederal Por aquellos días de aburrimiento indecible^ con- siderando las sendas de perdición por las que, como potro sin freno, acababa de lanzarse el pueblo fi- lipino^ escribimos con lápiz en las márgenes de un libro de Augusto Nicolás la siguiente composición. Rogamos se nos permita copiarla aquí; ya que hoy se ha convertido en realidad desconsoladora lo que entonces no pasaba de tristísimo augurio. Si otros méritos no tiene, nadie por lo menoi le negará el del generoso afán de un corazón noble que anhelaba detener al pobre país en los despe- ñaderos de abismo por donde bajaba precipitado, IFILIPINAS! iCantara yo la espléndida techumbre que tu suelo cobija y hermosea como un manto tejido de alma lumbre;^ ese sol que en tus cimas centellea y en los torrentes vividos te Inunda que su carro de luz relaiiipagueal y Google ^ Digitized by ' }A6 j:zWmmJlÁS.:^:i wJi)i.* dandq iWiimudaleft} inexhaustos mana: í luj^inu : vi j; : r;rt?u Prin^verja 3Uiiplétom feciijS^^ -v ::::j:i >:ni esa vejetaQ¡éftjíÍQ9fc)'yite?aomj^.cr! .-lítísuí xunuj •ívi:: qíi6keiíi5ijbíift^í§nrjCí>k«jy fpoosáEa o.í-íujíí u •; t:nj-CQinq €|3t r^iyíOSi elaolni la ma6aaa!.¿:i i:ii:ixn::u;E; a íD ,^»fi*aiía yia-tUrrmsyRyiJtu íPar bcayía::::^; jingii j;i:c:qpWi^,nalrQwgftr«^ tvs^pkutes ism^xíastafes^oxui íurí te ararila Qft©^ 5\i:bái;h9^*-&arpKjníaj o.nu^^^^uí /iOIUiioi^Hi»::'í;í> )^:^í..lji "Tü? »:):ji::vnM:. .a '/. tcí .i>!i/'c5^t^r^5G j^n,. tus^J^ris^ ip^tina^Sjn:^ ujo ú ci:.-;íus |Crep^^culos,plácijÍQ^ y^.^ierp^ofiog, o>i.» H jCuál entonces mis versos sonorosos, como el limpio cristal de una cascada, fluyesen inspirados y harmoniosos! |Cómo entonces ^mi níusa arrebatada hasta donde tu cield"reverbera, desde allí como alondra enamorada, , en divinas gé'tMíks^rorrüifipiéí^^*' '^ '^' ' cantáiíííd de^tus dbrieis' til ilésútb ' ' *'**'^''^ con ritmos de perenne primaveral Pertfi-*E^^dfestSoiií«r< !::i d dloro^ no de adírfetneí tiDbípueb o ñlí; I ^ í^^^ á los ecos de cántico sonoro. Digitized by Google DELfCAüiriviaao. ^147 surque •tirfaz ^etírayodé/Iaguer»», -»»i >h* alíombrandó'de esooHibrQS: sbs^anMnQ;'! ü>^ mientoras ^el llaao-élaeicarfiadá sÍ€f*rat í el,aocFó:traiddrílroihpá tii-entra^a -1.** ^^^ty y en sangreinundér tu bendita; tierilat; hJí-*t mlembra^íiib /eafrenes ésa impía stóa t/i | que hoy feeba^tus'iqstiíití^ deátl^uctore^^^i en/:tantbs Hijo&/dé Ja- matare España ji-j -.«. mientras ^a^C^ios de} Sinaf no impíoreis- > queíiend^ UF^'velog tu reciente ihistí)rky-r nunca «ipere^/ nü aplausos jimloorei, ¿Ponqué engreírte' con la vána^gíloría^ , de ver á.^tu Metrópoli vencida/ 1 ciñéndote elliaurel de la victoafia?! 1 ^irr^íli /Aquí ¿España, cayó cómo el suicida ' : á quien del gteeJúbricG el ^veneno* t *i^ í-- poco ^¡poeoi at^raficando' fué la vida: ^*'^it Norsurgi4un Solo' áriimo sereno '.» ínv que . al ijkrescntlir tu árrollador fcmbate se tenza^e á mo^ir^ r honrado y ^ bueño^ . ^ . , , |Sí> /JÍ]torIo> sabes túJ No hubo combate en que.r^fl^áanfbefoihayaí hifjido^*^ ^^^ ^^^^ el bélico li^er^quéen sualmaJat^i ^^r-r^ Digitized by VjOOQIC J f^S MEMORIAS Por viles redes de traición prendido, en tus manos cayó como el cordero CQ los mercados públicos vendido. No fué el atleta histórico, el guerrero <}ue cae en medio de la lid sangrienta^ herído al golpe de mortal acero, jMe estremece de horror la vil afrental Espúreos hijos^ para quienes nada -es todo el odio que en el mundo alienta^ traición hicieron á mi patria amada, mancillando su honor que aun esplendía con vivos resplandores de alborada. jAy! si pudiese con la sangre mía borrar ese baldón de tu memoria, jhasta la última gota vertería! No, no brotó en los campos de la gloria el árbol de tu triste independencia: nació como un aborto de la historia^ surgió como un hedor de pestilencia, como el miasma mefítico de un lasfo. como e! mal de una pútrida conciencia. No espere nunca el tisongero halaga de inmarchito laurel tu saña impía, nacida para el luto y el estrago. "^ Digitizedby Google k DEL CAUTIVERIO. 140^ Ni sueñes que la gloria te sonría; que la revolución es el castigo que Dios á un pueblo delincuente envía, [Abandonaste el amoroso abrigo del árbol de !a Cruz! [Al cielo heriste cuando más tierno te llamaba amigo! Si esa loca embriaguez do te sumiste no te deja pensar, y en tus enojos Bo ves el duelo que tu tierra viste; mañana cuando acaso abras los ojos {ay de til si al mirar tanto delito no caesj llorando, ante la cruz de hinojos. Hoy llora sola en el altar bendito y tu retorno á la virtud espera, , brindándote su amor que es ínfíníto. Mas si persiste tu mortal ceguera y concita sus rayos vengadores con tus instintos de indomable fiera; quizá á torrentes sin consuelo llores y nadie escuche la profunda cuita con que tus grandes crímenes deplores. La fiebre de odios que tu pecho agita^ ya es más que fiebrCj vértigo iracundo, cr^er que horrores sin cesar vomita. Digitized by VjOOQIC í ¿Porqité)^pjQrqué^;ÍQS¿§ndáUiZ4ndoredrmúiftlo> se ensaña hastien; el ímbfnojsattkrdoterJ ^r;p tu reiitQor>deBpíadad€AscHetaáoifí^h^ del se!Wf'íinilu«tx>de hTeqüicÜ^taíitab íodií; bb y con áu^iaJasídb.luriíieáivlieíaaofeeííi obn^ati |T]itfiroíanandj(t)>el>E|^i3al€fiosaikl¿b^d iB ¿Y no temei&rel aordo ^jrnemolpx^pi^ ^^t on que hace g^liaueloi crágif bajpáií^fj^AaiA^hr onr De el'diviaoíbWBiór yaiclifrebQ:XjQto^ííí.ñí;m jpor qué escabteteidaáiesíeiiQlíerbuixibasab 7£( en.k^/aJi)&iriosfdieI£tit3iraigi)u>tol^)¡l ,/i9íjo on ¿Seráj^íie-^fi kióatfetaroíesuoumbasíjH Yo á veces ^njgifS'íSüeftós tó ímagiopí ni / lúgubre íaltoerguejdft i^aoí?a4as. tuijiba3.H*;¡ rid Correjy4esaíma;ya el furor diyíaop.J/I que como rayo Vibrador estalla: . ;jo^:o:j y sobre t^riiwt^/ipueblQ íHípino; :.: : ;;: noo Ya es^)9Íslt'¡dfeíde impiedad acaUa^^ íi:sli;p con que rugfírj^ iVSolcát>idexíU;denifiOCÍábx:n ? encetu3^á§ií;p rro^ El£g|ek> f ilM^ rj:i(BP^rpa^ : fc^^^ esa mf^jiñM^áñctm^At^f^^^^^ ^ &•: %a ^^ ruin gu;^f^'j^\€^f^\iíif^t^^m^^ lüizjti Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. IJl Norisoas w^ corno la débil: hoja ^ v m^ que arrastra á su merced el cierzavfríoí.T^ m que en otoño los árboles. despoja.. l> ,: r. *if Sé cual la narra de tu 'bosque umbrío', que, al ascender por i el, aaul sereno^ i:ji ím * lanza al baguio vaBentie deaatíajíMJí ,;jij mí No idesarraigiies nunca de tu senoi , n i. el Árbol santo que hoy tu ifuria ataicá^ -\h: í ni en» tu-ser inocules más veneno, mu ui*^ Busca en la fe bendita la tríarca.f ♦» ^z;» que si la ronca tempestad cqnjiira^ ■:■,* .^ i,; también la, éter aa indignación aplac?i, ,,, .^f, El astr<¡i de la fe radiante y^pura^ ^^^. puede tap solo. enderezar tu rota ,^^ ^ ^^^^^^^^^ á un porvenir de gloria y de ventura._ _^ ^ jFuera el jubilo necio en que Hoy explota tu entusiasmo de pueblo redimido que hierve como un mar que se alborota! El pájaro que vuela de su nido^ cuando aun el vuelo remontar no sabe^ cae por sus propias alas oprimido* No sea símil de tu historia el ave. Noj al sacudir tu cuello una coyundaj otra más dura y más servil lo grave. Digitized by Google 1^2 MEMORIAS Que esa necia alegría que hoy inunda tus entrañas, no sea precursora de una total desolación profunda. ¡Ay del navio cuya frágil prora á los mares intrépida se lanza sin una inteligencia directoral Si aun para tí florece la esperanza y ser feliz y venturoso quieres^ sabe que con el crimen no se alcanza* No la infinita cólera exasperes: de tu heredada fe al pisar el manto, ¿no ves el daño que á tí mismo infíeres^ Torne á lucir el templo sacrosanto^ vuelve á adorar su redentor emblema^ |ó reinen por doquier luto y espanto y flagele tu rostro el anatema! Digitized by Google >^^ ^^^^^firf^if^f^f^^^^^fWí^fW^ CAPÍTULO XI Agradable sorpresa. — Esperanzas desvanecidas. — Filosofías rancias. — ¡Alcalá, otra vez! — ¡Sin nombre! Cosa es bien fastidiosa por cierto ir ensartando memorias y memorias, todas con el mismo cariz tristón, como hijas gemelas del genio del infortu-^ nio, concebidas y dadas á luz al soplo febril de reveses y desengaños. Veamos hoy de interrumpir esa serie monótona y trazar una página alegre, 4 ser posible. El 4 de Febrero iba á ser una fecha memoratísima en los fastos de nuestra existencia. En oficio del Jefe Provincial se nos mandaba in- corporarnos con los demás Padres en Cabagan Nuevo, con objeto de embarcarnos todos juntos para Aparri, donde ya nos esperaba el vapor que había de restituirnos á la libertad. Apenas podía- mos creer en tanta dicha. |La libertad! esa joya no bien vendida en todo el oro de la tierra, según el poeta del Lacio, ib^ á brindarnos otra vez su aliento divino, y á borrar de nuestra frente todas las sombras. Gozaríamos de 20 Digitized by Google 154 MEMORIAS huevo de laidüíce presencia -de -adorados -Seré^ nos embriagaríamos -en süíS -^scuíos^y* áBraisofer ^ 1^^ mos otra vez á formar parte de reuniones queri- das, á regalar nuestros pulmones con otros am- bientes, nuestros oídos con otras armonías y nues- tros ojos con otros cíelos. Naceríamos de nuevo á ese mundo fascinador donde se plantean y resuelven todos los problemas» sqciajés; 'áí ^sa arena candente donde se riñen todas las lides de la inteligencia y táabá-lb^s-ToffibáC6s"^del'-'e©m^Ón;— r^^ nuevo lanzas en p?d' d'é^ la Verdad, dé'lá Téligi&n: del lábaro de todos los ideales que engrandecen y digtiificán'ál hoíMire? *íbaiñbs -S^ei^-'^Srráhcádos á aquélla caricatui^á dé la^vidá donde;' á^fíártte ^de OiigPSi dio^ieg; á; ^s^ p^pnquQ; ,de - los. cerebros hi*-; manos, donde al r^do^^hp^^; de las idaas^ .saltia • cgx^sJt,(43i(^ÍQm^:%ó^j lUZj.^qci^ . r cJe^dobJan r y. ensanchan los , horiwates. 'de la- yidaí t>io^ exig@. del hombre- ijueaJií, doade El lo, /coloca^ ^té íraaquilo .y re-: dignado; pe]:]o..ngt-sk[ppre; coinplacido- y satisfecho.* Lq .eontrario. sería negar- esas inflexibles exigen-^ cias.del corazón que, ea tanto , peregrina por la. hsz de la tier^^^ jattiá^ , dejará, de /sentirse aguíjoT neado. por estímulos irresistibles de ascensiones y períeí:cionamiemos, ./ * / ' < >^ -/. I La satisfacción y el júbilo que se derramaron por nuestro pecho á la llegada á Cabagan Nuevo y estrecharnos con aquellos ,cornpañerps de pri- siónj á quienes en días de Dios pensábamos tor- nar á veri ¿A quién no le ocurren aquellos diálo- go5 divertidos y corrillos animados en los que, des- pués de tantas esquive ces^ con tan viva efusión pa- recia sonreimos la fortuna? Todo aquel día lo pa- samos bulliciosamente^ cambiando reíalos de la prii- sión y saboreándonos de que, la tribulación, pasán^r do nos por su estrecho tamiz, hubiese purificado nuestros espíritus de malezas y levaduras. jCómo se trasformaban ahora en veneros de alegría todos los dolores cor^ resignación sufridos! >. Mas jay! por la tarde corrió de boca en boca por. el pueblo la infausta noticia de que las hosti- Udadea. .entre americanos y filipinos habíanse roto; Digiti izedby Google .' (' 156 BfEMORIAS y la noticia no era un rumor á humo de pajas: constaba por telegrama oficial. Nuestro gozo en un pozo, pensamos. Para aplacar las iras celestes teníamos mucho que heñir todavía. Con efecto tras de aquel fatal telegrama, no se hizo esperar otro, poniendo en suspensión el de* creto de nuestra libertad... Adiós, dulces ilusiones muertas antes que nacidas, adiós, soñados y casi saboreados abrazos, adiós esperados y desvaneci- dos júbilos. Otra vez á la prisión á devorar penas y más penas. Otra vez á ver la mano negra del pesimismo escarabajear en la imaginación algo mis- terioso é indescifrable, pero fatídico como el canto agorero de un ave nocturna. ¡Dios santo: y cuan duramente pruebas á las almas que quieres! Em- pero yo bendigo esa mano invisible que tan abun- dantemente siembra el dolor en este valle de lágrimas. Yo veo pendiente de sus dedos el hilo de oro que eslabona y dirige todos los aconteci- mientos, aclarando con sus fulgores el dédalo de la historia. No esa raza del norte, educada entre sumas de mostrador y cálculos de agiotaje y ansio- sa de arbolar en este país su estrelfada bandera; no las intemperancias de los hijos de este suelo, impacientes por respirar á pulmón henchido auras dignificadoras de libertad; no el hado, deidad fan- tástica, parto de la imaginación antigua, para jugar con los hombres, escudada con el cetro de las caídas súbitas y de los encumbramientos repenti- nos; Dios, Dios es quien desataba sobre nuestras Digitized by VjOOQIC DEL CAUTIVERIO. 1 57 cabezas toda aquella lluvia deshecha de males. No es que increpe blasfemo su Providencia infinita: en mil pedazos rompería antes la pluma. No es que asienta á esas protestas involuntarias que en horas de tedio surgían no sé de dónde, intentando asaltar el castillo de la razón fría y serena: nunca ese endriago de rebeldía asomó su catadura por mi mente. Es que el alma necesita creerlo así, porque así es la verdad pura y neta. Ni una hoja seca se desprende en el otoño del árbol marchito sin la premoción divina y ¿querríamos que sin esa misma premoción rodara el hombre por las escarpaduras de la desgracia? Hay reflexiones que se imponen á un espíritu cristiano j asaeteado por el dolor. La ira de Dios no relampaguea nunca sobre los hombres sin ser antes por ellos concitada. | Desdichado el que, alzando la vista al cieloj no lea escrita en sus celajes la causa, si para otros recóndita, para el clarísima, de sus azotes y sus castigos- Allá se las hayan los que en estos leves desahogos trasluzcan hipocresías y fingimientos, ó lo que sería más malo, una voluntad rehacia á los fallos divinos, un tufillo de impiedad, reñido con el carácter deJ sacerdocio. A mí me basta esa dulce caima que difunden por el corazón, ata- jando más de cuatro veces, mis torturas morales, estas añejas y sí se quiere egoístas filosofías, [Y en cuántos ulteriores trances habíamos de tener que acudir i ellas; como á un retugio salvador, como á una plmya guarecida, donde tomar aliento^ Digitized by Google \ \ nafUta^/desaihpsuradosr.íá fidardedtdelf/diwhotenoja'to yn ^^Ago 8ordd,ipero am^ia^doirt -mi. ni «np ^^ . r , I , Ha3ta i^l í j2 3^^ ; íí^e rFebreno pef;niiaaecitnos. len \ Gart bagan rNueyo^ ipo]itíqueafKÍor:aK»fn^iKÍee ¿sobreda; ruptura^ de ; hostilidades ^y .fechando rpestes^ yifvenatr blosícontra rlosr provDEadore&rde n^lla^. qu^iihabíafn ihecho'f SO: t quedase r i en «agua/ derisen^ajas^Jo •de^níAed^ Ir^. .eoí^uhidn, del país* Este/.díaí fuéipl rdestínado •para.^ue;r^gire&áf^moS' 4 pueslHrasf respectivas prír rrr L^^rderiCabagan.rV^ji>>tsalimosrrá/ibabaíllorimuy tle r . madrugada- ipa^ra , Auitap:» i cambie! 4e «cárceil /qu^ obedecía á una gracia alcanzada * del .J€ífef* próvih- íoíalíf Nir fcampara>ci^} admite; el raspebto d^el leste barricí ícóniel deí pufeblol *por^}l0*^divertido ry rbülli- ■CÍ090. -ELiidinia'fiiíRMtho i mátí^seeoriy» tecaplEW^/ íne f ^s lai& ^ iexpue^tó .á'lb6r/cambí(:)s «bmiéoos. de.ftemp^- ratora^(][uefelnervaa y^.socíavaa lad oompl^stiohesr ralas -fuertes. Lai^iendo^f^podi^ dedi^s^y^Jos .murosnde ila 'bp.rriada,/ • si ^eáta tuviera/ Wurps, idealízase el río» rquje /con. SUS' agüasf^yv cOái /Su^rnoníbref ?baiiti^ raL.Valte, f^atimtofeando Jánrvariedaiá/y: hepmdsQra:^dei'aqilell6s foontopBO&.^Poitíáoíque s^ Vi^. r^sÉípecIt^í ¿u^ toposa* rfjfa ' ihabíamo6 ganado* «mudAD, '-pero^:^4]!^sr' habíamos ganador en' Ió« ]Fel^tÍY4]^^á'}|iu6$^af:isituadé^ifmoral. ^Elí Defecado 'der p€a3$|. que Iiabía:4e/'9er?fiii^- ü^tra^ pdsiófi<;rUal]fó un^ü^ito ^cimriA^tsotEosfilaaiiliar- "fibeofef eslgiido en i|U9^.rpalaI:»6|$<^miÉ!iy f&tmable/n^ -bré^todonctiaffdO'fiiQsf/^^o^i'^ue/itfc^ Digitized by Google DEL 9AiJ5]0[y?^o. 15^ pscra^salir 4"pa§€Ová CMdquierhpra.Qüese nos anto^ jase: y .p39r,dQnd^- fuese jie..,nuesjtcq^agrado.^Y así fué rk vj!5ijfdad;.;pues lejx)s, de. anjiar ^quisquilleandq por .-quítame í^llá eaas .paja?, como sucedía ení otros •pueblQs>;.s^ complacía en ^. visitarnos y pasear con nosotros^ de, igual ínodo, que, eí delegado de Justicia .D. Agustín. Mirí^. Este. rope. frecuente hízo- les formar cpncepto distinfo «del que tenían de los fcaileSj.^hapi^doles sentír por, nosotros honda sim- patía, aquistándose ellos á su vez nuestro duradefo eaFÍfío.i . ;^ . , . . ^ ^ ;n Y. aquellps eran los.hijo5 del viejo DimaSj cuyo 3olo,.apell¡dp T intimidaba á más 4p cuatro pompa; t-íiot^s, coí]ao,*sí fue^a el de j|ao ,d^, aquellos a pó: erifos y .ceñudos inquisidores con que enriquecieron el. -arte e^af^^lario ^ stlg^ups . uQvej^dores^ Iate]b rosos, Y-en ,Dios:.y ^^n mi ^niina , qu^ no trató de eri- ^u^^.en .apqlpgisu, de ,este hotiibre, cuya qpnductí^ con los Padrea. prisipiípro^.^e Ilagg.*? ^"^é ^K ^'"^X'^^SP 4^ .Ja-.d^ ^IgWR de . ^^s. k^p^, p^^i^P^^PS^^^'-^S-^p^ tía 4e hí^ber. l^^a,^pJ.UTDa .que^.^e ,^^jeva 4, d^4,icar, una, alatíí^nza g.^quien glpriába;ie^,de wr.rrfjembrp^ áe^l^ masonpría, complaciéndole ^p.,, decir quq, H^bía te- nfdq-, engañados^ á. Igs Pa^dres. dc¡í|iinÍ£0Sj ^jquienes juzgábanla mi, santo varón^, jpgra^ndp onp, se, decía- ra^eíL .abierxampitei ^ sus^ .ppteflf^res . ^n Js ca^^s^ (jue por fijaron , y ^ iilib|ifiterp^^ q^^i^p, . jp^^fri;rie.je(^^ "l^S^: dado Fiera? En general puede decirse que todos los prisión ñeros de la cabecera fueron los que más han pade-^ Digiti l60 MEMORIAS cído. Él viejo Dimas, como vulgarmente se le co- noce, hizo, mientras duró su mando, que respirasen ambiente* de sobresaltos y de terrores. Hasta corrió por llagan el rumor desque gente, por él asalariada^ trataba de sorprender á los padres prisioneros y ase- sinarlos una noche! No negaremos que con alguno^ que otro compatriota nuestro se haya conducido decentemente; ¿más qué significan algunas gotas de agua clara en el pozo de cieno que simboliza su^ conducta? Mas dejemos tan enojoso tema y volvamos á> nuestro barrio. Fué tanto el hondo cariño que en él, y aun más en los limítrofes, se nos cobró; era* tan viva la afición que llegaron á profesarnos aque- llas buenas gentes, que si á ellas les hubiese sido^ dado, hubiera transcurrido nuestra prisión sin ció- tas y sinsabores. Por esto, junto con Sta. María y Reina Mercedes, ocupará el lugar preeminente ttí- ft'e todos los lugares donde hemos vivido. Por nada se conocía que fuéramos prisioneros^ de guerra, más que por el abatimiento que se reflejeba en nuestra frente, proyectado por la incer- tidumbre de lo porvenir en que flotaba nuestro es- píritu. No es que al retrogradar la mente por lio pasado, sintiésemos resquemor ninguno de concien- cia, pero sabíamos muy bien que en revueltas so- ciales hasta la inocencia más pura suele pagar tri- buto de sangre á las pasiones entronizadas. Digitized by VjOOQIC DEL CAUTIVERIO. l6l Por enojoso que nos sea, no hay más remedio que volver á hablar de Alcalá. Cuando partimos para llagan, quedaban allí el Sr. Obispo y varios padres; y es preciso contar lo mucho que sufrieron. No bien nosotros hubimos salido, trasladáron- los del convento á una casa particular con prohi- bición estricta de moverse de ella. Los groseros policías que les pusieron de guardias, siguieron co- metiendo con ellos desvergüenzas indecibles^ aca- balando el plan de torturas en que el famoso Fer- nando les había impuesto. En el mes de Noviembre pasó por allí Villa de bajada á Lal-loc, y como el bicharraco este siempre que visitaba á los Padres, tenía por norma hacer alguna valiente asonada, dio una gran tunda de culatazos con un fusil al virtuoso Padre Hilario Estévez, Secretario del Sr. Obispo, hasta de- jarlo sin sentido en tierra, ayudándole en tan hon- rosa fazaña un hijo de Fernando, harto más vil y rastrero que el autor de sus días, y otro de los Bien sabe Dios que no pongo de bulto las cosas, antes bien omito muchísimo porque repugna trazar ciertos horrores que espantan y aturden, Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. i6S sobre todo cuando de ellos ha sido víctima persona tan sagrada como la de un venerable Sn Obispo. ¡Quédense, quédense los permenores de tal atroci- dad, ignorados en el fondo de aquella execrada estancia, donde quizá resuenen eternos los ecos de tales azotes! En vano el P, Corugedo llamaba la atención del Sr. Tirona, sobre lo que le estaba estreme- ciendo; en vano le hizo ver que lo extra-salvaje de aquel crimen haría borrar el concepto que de ci- vilizados pudiesen tener en el mundo. Dicho señor ex- cusábase con que Villa tenía instrucciones privadas del Gobierno, como si un gobierno aunque fuese tan procaz y bárbaro como el filipino, se atre- viese á ordenar la estupenda animalada — hay que llamar á las cosas por su nombre — de injuriar y maltratar á un Prelado dignísimo y anciano, más que de canas ^ coronado de virtudes. Y como si no bastara de salvajadas, hechas en tan bondadoso Señor, todavía quiso Villa coronar su hazaña con un golpe característico de su bra- vura, dando orden de que se le aislase de los demás padres que le acompañaban, y se le re- cluyese en la peor casa que hubiese en Camalaniu- gan, con prohibición estricta de darle más clase de alimentación que agua y morisqueta. Y efectiva- mente recluido se le tuvo tres días en una casucha de mala muerte^ donde no le faltaron padecimien- tos que ofrecer á Dios. Gracias que una hermana del Jefe local de aquel pueblo se escurría^ como Digitized by VjOOQIC I I66 MEMORIAS Dios le daba á entender, en el tugurio aquel, lle- vándole alguna cosa de sustancia con que quitarle el hambre, y algunos medicamentos con qué cu- rarle las heridas. ¡Cuánta bondad en el indio no maleado y cuánta miseria y cuánta reprobación en el ya corrompido! Quiero pensar que los llamados como Aarón no midieron la trascendencia de su carta de Urías; que tan endiablada infamia brotó espontánea de Villa, como brotan de limoso pantano las morbífi- cas emanaciones; que fué amasada solamente por los instintos satánicos de aquel ser inmundo; pero ja- más debió ser consentida por quien de ello quizá sienta hoy— por su bien nos alegraríamos — profundo arrepentimiento. ¿Quién duda que, se hace reo de un delito, el que debiendo evitar una catástrofe, no la evita? La nueva propagóse rápida como el contagio y levantó en todos los corazones un grito de desa- probación que debió hacer temblar á quel mons- truoso engendro de la masonería. ¡Quién había de decir á tan virtuoso Señor, que en una tierra donde tanto se le veneraba y quería; pues proclámanlo muy alto todas las provincias iloca- ñas, y testifícalo el mismo clero indígena y reco- nócenlo los propios perseguidores, había de ser íniquísimamente ofendido por un vil emisario de las sectas! Nosotros sentimos aquella desgracia como cosa más que propia; porque todos adorábamos en tan ilustre Prelado, cuya sobre-humana mansedumbre, Digitized by Google íí>.'^ÍmiM4>^'^¿il^:- tiícMíTii íí^-i-j^'v^ DEL GAütlVERIO. 167 base de su carácter eminentemente apostólico y se- creto de todas sus bellísimas prendas, nos hacía ver «n él no sé qué de celestial y divino que nos traía en dulce continuo asombro. Jamás en medio de los negros sinsabores que debían inundar su alma, le oyó exhalar nadie la más mínima queja. Cuando á su regreso á Alcalá^ con el brazo encañado, ie salieron al encuentro los Padres, apresuróse á de- cirleSj atajando pésames y sentimientos: «ahora si que estoy lleno de satisfacción: al ver que á mí no se me había puesto la mano aún, parecía que me faltaba algo; como sí aun no pudiese formar en las filas de los mártires de Cristo. » ¡Contra qué santo varón acababa de desatar sus iras aquella cscurridura del espíritu sectario! De nuevo en Alcalá enrabiáronse los seminaris- tas contra ciertos Padres, Algunos de estos fueron remitidos á llagan, con mandato expreso de que les confinasen en alguna ranchería de calingas, de las remontadas hacia el Sur de la Isabela. Gra- cias á que se consiguió dejarlos en aquella ca- becera, pues de lo contrarío, Dios sabe lo que hubiera sido de ellos entre gentes salvajes de quienes se cuentan hasta casos de antropofagia. Los que se quedaron al lado del Señor Obispo en Alcalá, siguieron cercados de desventu- ras sin cuento. Apenas se atrevían á abrir las ventanas de la prisión. Algunas veces oyeron gri- tos en la plaza de «¡Mueran los Padres! > Y hasta. llegó a sui oídos la versión de que el capitán Digitized by Google ^^-^ i68 MEMORIAS Fernando, con toda la patulea de compinches que le hacían la corte, trataba de sorprenderlos, y ase- sinarlos. Imagínese pues con todo este lujo de torcedores lo angustiados que vivirían aquellos infelices sin más esperanzas que las del cielo. |Qu6 pueblecíto de,„. oro! Digitized by Google 5^«^?f»^H^6«^^6^5:^é)^í'T^<á^^^í'^^:^^3^<^6 5^^5-73 CAPÍTULO XII La prensa revolucionaria. — Todo por los frailes. — La cam-^ paña — Aglípay. — ... De un folletón ilegible. — Ataques ines- perados. Ya no era tan absoluta la incomunicación, en que vivíamos, hasta leíamos un diario «La Indepen- dencia». Claro está que como todos los periódicos, que encarnan una aspiración nueva, á esta sacri- ficaba de continuo la imparcialidad que debe ser el numen de todas las campañas. Pero hay que confesar que algunas veces estaba redactado con sensatez y hasta con literatura. No podía negarse que allí colaboraba alguna pluma experta en las lides periodísticas; algún ingenio que no era bisoñe corriendo cañas en los torneos de la prensa. Las-, tima que un día sí y otro también diese cabida en sus columnas á ciertos neófitos, que envueltos los ojos en telarañas de odios sectarios, se descolga- ban con alguna insípida epístola, salpimentada de rancias cuchufletas, con un tufo de descrédito que tumbaba de espaldas y donde brillaba todo, menos la verdad y el buen decir. 22 Digitized by Google i I70 IffiMORUS Enhorabuena que un encuentro favorable se exa- gere en encendidos períodos hasta convertirlo en lauro de Munda; que se ponderen las dotes de un caudillo hasta hacer de él un Vencedor de Can- nas; porque es un deber levantar el espíritu público y tenerlo en propicia tesitura para cualquier sacri- ficio que se le imponga. Con esto á nadie que sepa leer periódicos se engaña y se consigue un gran bien: el de que los ánimos no se amilanen con los reveses de la guerra y alienten con la es- peranza de ceñirse un día los laureles de la victoria. Con lo que nada provechoso se consigue es con hacerse eco de calumnias de baja estofa, can- sadas ya de andar con muletas por el mundo. ¿A qué venía aquel afán archinecio de morder á las Corpo- raciones religiosas, culpándolas de todo el huracán de desventuras que mujía próximo á desencade- narse sobre filipinas? ¿A qué todas aquellas raheces invectivas, á raiz de la ruptura de hostilidades, ase- verando que obedecía sólo á latebrosos manejos de los frailes y del Arzobispo Sr. Nozaleda.f' ¿A qué aquella insistencia estúpida en afirmar que los frailes estaban en evidencia ante el mundo ilus- trado; que el más justificado desprestigio les se- guía por doquier, diciendo al mismo tiempo, sin saltarles á la vista la contradicción, que removían á su grado los gobiernos de España y que jamás los prohombres de Madrid habían tenido valor para afrontar las iras frailunas? ¡Y cómo la dialéctica de la calumnia se encarga de derribar por un lado lo Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. I/I que por otro con grandes sudores edifica! Mas lo que se intentaba era que se encresparan las ani- mosidades contra nosotros y que volviera á inau- gurarse una nueva época de vejaciones y maltra- tos. ¡InsensatuelosI ¿Contra quién iban á desatar la furia, al ver que fallían las esperanzas de que ios Estados Unidos no abandonasen el robo de las Filipinas, ante el murmullo de la desaproba- •ción universal y cejasen en aquella campaña de asolamientos, en que tal vez más el oro que la gloria^ les había empeñado? Los frailes provocaron la insurrección contra la Metrópoli; los frailes entregaron la plaza de Ma- nila á los yanquis; los frailes pagaron los 20 mi- llones de dollars, por los que en público mercado fueron subastados los moradores del país; los frailes eran los prototipos de la ignorancia^ de la concupis- cencia y de la tiranía^ los fautores natos de todos los latrocinios y los causantes genuinos de todos los fusilamientos. En el campo de Bagumbayau humeará eternamente innulta la sangre de cien pa- tricios derramada por los frailesl |Todo por los frailes!... hasta la indolencia ingénita de la raza y las urentes siestas del trópicoll Verdad que en las pocas provincias donde los frailes tenían enclavada alguna hacienda, estaban mejor aríeglados los caminos y resistían los puentes las riadas y no se pagaban con las setenas patente* y tributos y los bahais de los colonos eran trojes henchidos de quietud y de hartura; verdad que Digiti ized by Google (' ■' .»»fcíírf I 1/2 MEMORIAS donde había un párroco de influencia y arraigo — y no solían escasear — holgaban juzgados y jueces porque allí no asomaba nunca su jeta de sátiro la comezón de litigios; que la buenahombría del po- bre no se explotaba por la autocracia del cabeza; que mientras en el convento hubiese posibles, en ningún hogar se padecía hambre. Todos estos y otros beneficios por el estilo que de los frailes reci- bían los pueblos, verdades son de á puño y que nadie puede poner en tela de juicio. Pero todos estos favores de perro chico engendraban dema- siadas gratitudes; gratitudes que eran otras tantas cadenas con que se aherrojaba el cuello filipino para que más fácilmente se sometiese al yugo de la tiranía. Los frailes, herederos y testamentarios á la vez de aquellos inquisidores oscurantistas que, por cor- tar á la razón sus alas de, águila, sembraron á Es- paña de desolación y de espanto, apenas en el hori- zonte del saber despuntaba algún astro filipino. Guando contra el armaban todos sus lazos y tra- pantojos para hacerlo rodar desde la altura y ofus- car su resplandor con menosprecios y desdenes^ cuando no lo condenaban á sufrir perpetuamente las inclemencias del ostracismo. — Con la frente incli- nada hacia el suelo como si los indios no hubié- ramos sido criados con el destino de los demás hombres, trabajábamos las tierras, regándolas con til sudor de nuestro rostro, para que el oro, fruto de tantas fatigas, entrase á talegas por oficinas y I . Digitized by VjOOQIC DEL CAUTIVERIO. ÍJS conventos. Éramos como los siervos de la gleba de los tiempos medioevales: el estigma de proscrip- ción de todo lo que fuese cultura, artes y ciencias, brillaba lívido en nuestras mejillas y las auras de la libertad no refrigeraban nunca nuestra sudada frente. Tal es la hoja negra de los frailes lanzada al público por los que presumen de heraldos de la opinión; tales los gritos de cólera de cuyo repercuti- miento en todas las tierras magallánicas, parecía haberse encargado el periódico «La Independencia» Ahí si pudiera interrogarse á la opinión verdadera del país. ¡Medrados quedarían esa chusma de gá- rrulos sediciosos que, mojando su pluma en virus sectario, estampan cuantas calumnias y patochadas les asaltan las mientes! Cómo les diría que bajo las tiranías ilusorias que tanto se decantan, vivíase cris- tiana y dichosamente, que nunca la mano del fraile estaba cerrada para el menesteroso; que el menos- precio y la persecución eran para el Petrus in cune- tis que, parapetado en sus cuatro letras, quería sembrar el cisma en el pueblo; nunca para el joven que, nutriendo sus facultades de sólido saber, era la honra y orgullo de su cura, que gloriábase con sentarle á su mesa y cambiar con él sus más íntimas impresiones; que cuando algún funcionario público trataba de improvisar fortuna, merced á exacciones y rapiñas, el fraile era el único que le cerraba el paso en el camino de sus salteos, arros- trando de frente las iras del bandido y Jugándose Digitized by Google 174 MEMOKIAS con frecuencia el sosiego y hasta la parroquE ¡Cuántos y cuantos Bartolomés de las Casas duca men completamente ignorados del mundo en lol^ panteones de Filipinas! 1 Y no se me citen casos aislados contra todo est4 que diría la opinión verdadera: en toda personalidaii colectiva puede haber un miembro que no secund^ como debiera los planes de su instituto. Con el epf4 teto que merezca ese miembro no debe calificarse a la sociedad. El crimen no es imputable sino al su-j jeto que lo perpetra. ¿Qué sería de todas las so-| ciedades si se las hiciera solidarias del crimen de un I I individuo? El móvil de los plácemes ó de las maldi- ciones para una entidad corporativa^ debe estribar sólo en sus virtudes ó delitos generales. Y la conciencia del país proclamará siempre muy alto que como cor- poraciones jamás las religiosas han cometido nin- gún crimen en Filipinas, á no ser que por tal se con- ceptúc el ansia de labrar la ventura del Archipiélago á la sombra eterna de la bandera española. Desde este punto de vista tienen razón los filipinos al decir que eran los frailes el más avanzado de los ejércitos que tenían que velar por estos dominios, ¿Pero qué penalista se atreverá jamás á tildar como delito el exaltado amor de la patria? Ya Zorrilla, el mismo Rniz Zorrilla en uno de aquellos momentos lúcidos de su caldeada inteli- gencia^ y dejándose arrebatar de lús impulsos de su corazón, á veces tan generoso, había dicho que tcada fraile en Filipinas equivalía á un escuadrón* Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 1 75 P^^We soldadps». Todo un capítulo, si es que no un libro isas dií^udiera hacerse de otros testimonios tan elocuen-- cío enlates como el apuntado, y de hombres no menos exaltados y liberales que el leader de la Septem^ íodoesSibrina. |Y no obstante las calumnias tan groseras íOnality las inculpaciones tan mal urdidas de j corrían como oro ^ de ley por varias n el ei>; redacciones de periódicos peninsulares! ñami No se hubiera permitido desprestigiar al fraile oalsh con la maldita libertad de imprenta, que á la chita las s^ callando primero, y abierta y descaradamente más ndein tarde atacaba las instituciones y hasta las creencias malí de más arraigo en el país; no se hubiera consen- irsóJK tido que corriesen á sombra de tejado mil libelos :kná¡ ponzoñosos que lle^raronj como las aguas de una ocQt'^i inundación, hasta los más recogidos hogares, sem- ) nin-J brando doquiera copiosa semilla de virus corrup- m*l tor, y Filipinas nunca se hubiera perdido. Hoy ya ¡ajof ninguna persona sensata lo duda: el desprestigio 3S£Íe de los frailes estaba en razón directa de la nece« 5 ai í sidad de piezas de artillería. los { ¿Y querer descargar en ellos tanto baldón y tanto crimen? Lo que eran aquí los frailes, eí sos- tén más firme de nuestra dominación. Eran como la columna fortísima de un gran edificio. Todo el peso de la techumbre, de las arcadas y aun de loa mismos muros sobre ella estribaba y consistía. Lo que sucedió fué que con los vientos de reformas li- beralescas empezó á combatírsela paulatinamente, sin echar de ver que la techumbre se desmantelaba, m^^ Digitized by 1/6 MEMORIAS y cuarteábanse los muros y toda la fábrica se des- trababa y desrobustecía, y que no serían menester rudos embates revolucionarios para dar con el edi- ficio en tierra. Así sucedió en efecto: el gran edi- ficio colonial rodó rápidamente como desquiciado por un terremoto y ¡cosa admirable! sólo quedó en pie aquella columna fortísima, sacudida y malpara- da, pero aún firme para dar un mentís á tantos es- píritus menguados que fingían creer poderse precin- dir de ella; más aún que era el único obstáculo á que el edificio campease espléndido y orgulloso, se- ñoreando los espacios. |Así el tiempo eterno ene- migo de la calumnia, se encarga de echar por tie- rra los castillos de arena que los calumniadores lan- zan á los aires! Y ya que la péñola, deslizándose á la ventura, se ha metido á censora de la prensa filipina, to- quemos antes de volver la hoja, otro género de ataques: ataques bruscos é inesperados más que por esto mismo carecen de plan estratégico y no tie- nen el empuje arrollador de los que entre las bru- mas de lo porvenir se dejan vislumbrar por algún presagio. Me refiero á las desarrebozadas diatribas que partían del elemento clerical. Y cuenta que no es mi objeto borrajear ni una sola cuartilla sobre la campaña — Aglípay: por mi palabra honrada aseguro que no he tenido estó- mago suficiente para echarme al coleto aquella Digitized by Google DEL CAUTIVERIO- \^^ ^erie de pedes trísimos artículos, tan necios y sin sustancia con que, ya en los estertores de la Re- pública, trataba tLa Independencia^* de justificar los atentados de aquel apóstol en embrión que pretendía sostener en sus hombros de cariátide griega toda la pesadumbre de la ¡aciesia filipina en medio de la revolución desatada. Dejemos al padre Afjlípay titularse á papo henchido Vicario General Castrense— |ní una tilde menosl — y girar la visita jure prúp}io á todas las ¡glesiis, soñando con púr- puras cardenalicias. ¿Qué importa que excomulgado vitando como él lo era^ y no pudíendo tener en la Casa de Dios el más leve átomo de jurisdicción, actuase nada menos que de pontífice sumo? Para defender toda su gestión ¿no estaba allí toda aquella estrafalaria campañn, donde se ignoran las más ru- dimentarias nociones de Derecho canónico, donde la Moral se arrastra por los suelos como un mu- griento estropajo y donde hierve un volcán de ren- cores inicuos, desbordándose en lava de cismas y de blasfemias? [Y que no causa asco y risa á la ve2j aquel boceto de hierofante, irguiéndose como sierpe he- rida contra su excomulgamiento y conminando, peíü Luther^ al Sr. Arzobispo con estamparle en la Irente el rayo del anatema! Con tan estúpido alarde ¿quien sabe? acaso el pueblo filipino le creyere dotado de la fantasía brillante y el ingenio impetuoso y arrebatado con que avasallaba y sedu- cía á las turbas el famoso fraile alemán* Por de 23 Digitized by Google I7R MEMORIAS pronto él se atrevía á motejar á un Sr, Arzobispo^ emborronando columnas de periódico con injurias y denuestos. ¿Que no podía hacerlos pasar por chistes y donaires graciosos? En cambio todo el mundo los tenía por burdísimos insultos, más dig- nos de la bocaza de un mozo de muías, que de los labios de un sacerdote - Campaña: es aquella tan descabellada que me atrevo á afirmar que Ahora bien esa literatura malaya que sólo núes* tro folletista conoce es un tercer huevo que le re- galamos muy de grado para que con su pan y todo se lo coma. Justo es que se premie la glo- ria de tan maravilloso descubrimiento; si bien no dudo se tendrá por muy premiado con ser el único dichoso mortal que explaye su fantasía por el pensil de flores poéticas de esa retemona literatura. ¡Le digo á usté que cuando un pobre diablo * Digitized by VjOOQI^ ' 4 I So MEMORIAS no tiene que hacer hasta con literaturas imagina- rias espanta las moscas! Pero en fin perdonémosle el gazapo de esta li- teratura: lo que no se le puede perdonar de nin- gún modo, es el hacerse eco de aquellos relatos que copia en la segunda parte — hay que advertir que el consabido folletón tiene la mar de partes — aquellos relatos, digo, de sucesos no menos imaginarios que los poemas de aquella literatura, (que es, como quien dice, una ínsula barataría,) con los cuales han querido ensambenitar á los ilustrados religiosos del Seminario de Vigan cuatro cholas en- canijadas. ¡Mire V. que se necesitan tragaderas!... Mas olvido que era mi ánimo no romper una lanza con los desbarajustados paliques — Aglípay, y estoy ya metiéndome en harina de otro palicazo en que nada me va ni me viene. Dejémoslos á todos que duerman tranquilamente entre el polvo de desprecio que se aquistaron — paliques y autores —ante el juicio de toda persona honrada; que estoy bien seguro de que no habrá nadie que al leerlos, (si hay cristiano que los lea) deje de hacer la rechifla correspondiente de tantas estulteces ha- cinadas sin concierto, tantas invenciones tan san- diamente hilvanadas, tanto descomedimiento cismá- tico y tanto ruido de pedantería. Tamañico estaría el pueblo filipino, si en su seno no contase con hombres de más ñiste que los que tuvieron la osadía de lanzarse al palenque revolucionario, como ,los únicos capaces de combatir la borrasca que se de- Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. l8l sencadenaba contra la religión; como los Noés que conducirían el arca de nuestra fe, triunfante y se- rena, en el diluvio donde naufragaba el dominio es- pañol. Las invectivas que queríamos tocar, siquiera fuese de pasada, son las de ciertos sacerdotes, quizá los más mimados por el clero regular, y por ende, en quienes se abrigaba esperanza de tener un apoyo en medio de la desgracia que apesgaba nues- tra frente. Sin el más mínimo rebozo propalábase que los coadjutores de los frailes en las parroquias no gozaban de ningún prestigio, de ninguna consi- deración; que el despotismo del cura los aniquilaba como sacerdotes y hasta como individuos. jQué enér- gicas protestas debían levantarse en el alma de mu- chos de ellos, al leer tamañas calumnias! Porque era preciso cerrar los ojos para no ver lo que les estaba aconteciendo en los azarosos días de la Re- pública. No ya sólo los Jefes Locales los miraban muy de reojo, anegándoles en desdenes y menos- precios, sino que hasta el último funcionario pú- blico, hasta el último soldado de la revolución, se creía con derecho para pedirles cuenta hasta de los sermones que dirigían al pueblo desde la cá- tedra sagrada. De algunos sé yo, á quienes desde el tribunal les exigían razón de los honorarios que cobraban, mandándoles especificar hasta el último ochavo y amenazándoles de lo contrario con las terribles iras del Gobierno. ¿Qué prestigio, dígasenos ahora, habían de tener en los pueblos unos curas, Digitized by VjOOQ IC 1 82 MEMORIAS convertidos en maniquíes de tribunales que, al verse impunes de tantas fechorías, crecíanse tanto que, como uno de esos pobres curas nos dijo, el día menos pensado le iban á pasar un oficio preguntándole con qué se desayunaba? ¡Vaya las consideraciones de que la República rodeó al sacerdocio fiüpinol Antes siquiera se le tenía respeto y los curas españoles eran los primeros en guardárselo y en velar porque todo el mundo se lo guardase. Que los sacerdotes indígenas eran criados del fraile^ quien de tal modo les restringía la esfera de acción, que sólo se servía de ellos, cuando era menester llevar los auxilios de la religión á barrios lejanos y sin más camino que un barrizal inandable... ¡Im- postura vilísima! Jamás et fraile, á no ser que es- tuviese imposibilitado, permitía que se hiciere sus veces, en faenas apostólicas que él consideraba sacratísimas: sabía muy bien que su sola presencia mfLmdía esperanza y alegría en el hogar donde ea- traba^ y juzgaba hasta cargo de conciencia privar de estos consuelos á la morada del dolor. Nü, el fraile no abusaba del coadjutor de ningún modo. Lo que hay es que las parroquias eran de- masiado grandes y de penosa administración y el párroco veíase forzado á compartir los trabajos parroquiales. Tales son las inculpaciones con que la prensa re- volucionaria descolgábase á diario, exornándolas á veces de hojarasca petulante y perifollos de novela, Y es que lo que se buscaba, era recrudecer la per- Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 1 83 secución contra nosotros. Algunos no estaban sa- tisfechos, con que, sepultados en una prisión in- munda, se nos hiciese á sol y á sombra daflos y travesuras sin cuento. Increíble parece que los lla- mados á consolar dolores y enjugar lágrimas se complaciesen en sembrar de espinas el erizado ca- mino de nuestra desgracia; en fomentar por me- dios inicuos los odios que rugían, ávidos desangre, sobre nuestras cabezas; en caldear la atmósfera que tronaba, cargada ya de fluido exterminador sobre tantos infelices. No obstante, no han faltado buenos sacerdotes, muy contados por desgracia, que mantuviéronse un tanto fieles á la librea que brillaba en su frente. Para estos no debe escatimarse ninguna alabanza; mas para los que, olvidando su misión, entregáronse Á ambiciones desatentadas, hollaron todo sentimiento religioso, desoyeron todo grito de la conciencia, holgándose en confundirnos y envilecernos, el perdón más absoluto, dado desde lo íntimo de nuestro ser, y el olvido más completo de todos los males que nos causaron. ¡Harto tendrán los pobres, si Dios trueca su corazón y esclarece su conciencia, con el cadalso moral del remordimiento que torturará incesante- mente sus espíritus! Digitized by VjOOQIC » i CAPÍTULO Xlli. ¡Un año de cautiverio! (páginas escritas en la prisión). — Au gurios realizados. — Los asesinos de una hermosa. — «|Un año de prisioneros de guerra! ¿quién lo había de creer? En los últimos suspiros del siglo que se va, casi en la aurora del que viene, unos cuantos miles de españoles — ¡casi nadie! — arrastramos más la vida que las cadenas por las hediondeces de las cárceles, renovando ante la faz del munda la era de hierro de los cautiverios de Berbería,^ cuando los cogidos en la lid, leían al sepultarse en tétrica mazmorra el terrible verso del cantor gi- belino: Lasciate ogni speranza, voi che'ntrate! Porque ya hace un año, que, al ver sustituir la bandera española con otra de fatídicos colores, cara á cara contemplamos impávidos la de la muerte; ya hace un año que á cal y canto nos cerraron sus puertas la libertad y la alegría; un año que nos han negado sus refulgencias el cielo y sus en- cantos la naturaleza, un año en suma, que lloramos cautivos. Diríase que el drama de complicadísima Digitized by VjOOQIC DBL CAXmVERIO. 285 nudo, cuyos protagonistas somos nosotros, no tiene desenlace. Cuando los hijos del siglo que viene, al estudiar la historia del que se va, tropiecen con un dato tan elocuentemente revelador de barbarie, llenarse han de asombro y al excogitar las causas del anacronismo, no podrán menos de hallarlas en los ribetes que de salvaje y primitiva tiene nuestra civilización en medio de sus refinamientos de cultura. América, prego- nándose ante las sociedades arbitra de prisioneros de guerra, que de hecho no eran suyos; España, atándose las manos en el bochornoso tratado de París con ramas secas de olivo..., Filipinas, insen- sible á los lloros y lamentos de mil madres desam- paradas y sacrificando á su torcida conducta la simpatía universal; las grandes Potencias europeas contemplando indiferentes tan inicuos atropellos,, todas han contribuido á nuestra ruina y todas si- guen labrando nuestra desgracia. Y todo esto ¿no es más que crueldad, barbarie y salvajismo? Y no se injustifican estos eufemismos donosos con que las generaciones futuras ensalzarán á la pre^ senté, con un lavarse las manos, diciendo ser im- posible nuestra redención, vista la tenaz actitud de los insurgentes filipinos: podrá convencernosi América de que en efecto hoy nada puede abogar por nosotros; pues bastaría que ella indicase una cosa para que Filipinas hiciese la contraria; pera sea lícita esta pregunta: ¿se veía en la misma im- posibilidad, cuando estaban á partir un pifión, pro^ 24 Digitized by Google 1 86 MEMORIAS digándose mutuamente desde las columnas de los periódicos lagoterías y sahumerios de amartelados amantes? Dése de barato que nada le es hacedero á España, en pro de sus deventurados hijos ¿porqué se arrojó en brazos de plenipotenciarios ineptos?... Que poderosos acorazados enemigos amena- zaban reducir á polvo todas nuestras costas. ¿Y sólo han de ser las alianzas internacionales para cuando puedan acarrearnos la ruina y el des- crédito? ¿Tanto le hubiera costado á nuestra codiciada amistad deshacer su tonto y perjudicial aislamiento en un instante determinado? Respecto de Filipinas... no hablemos sobre este punto respecto de Filipi- nas. Mas esa Europa de blindadas entrañas ¿qué podrá decir en su abono? ¿qué puede disculparla? A la más leve nota diplomática cerca de Aguinaldo , serían rotas nuestras cadenas y francas las puertas de nuestras cárceles. Que aquella nota sería un re- conocimiento implícito de beligerancia. ¿Y por esto se iba á desplomar el cielo? Tanto importaban cier- tos resquemores? Nada: que no se puede cohonestar el crimen, y lo es, poder redimir y no hacerlo á diez mil desventurados que lloran en injusto cauti- verio. |Ni que fuéramos turcos se nos tendría en tanto abandono! Y no es lo peor el que hayan pasado doce me- ses cabales desde nuestro encarcelamiento: lo peor es que estamos lo mismo que el primer día; que el horizonte no se despeja por ninguna parte; que ni una sola letra alcanza á descifrar la mente en el Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. iSj libro de lo porvenir; que después de mil cálculos, todos fallidos, sobre el día deseado de la libertad ya la imaginación ni fantasea siquiera, cansada de de- cepciones. Vivimos como presas de un paroxismo, de una estolidez, de un sopor en que casi ni se siente ni se piensa. Los días sucédense á los días mustios y desazonados, ó por mejor decir, nosotros somos los que mustios y desazonados pasamos los días. El espíritu, agotadas sus fuerzas, parece dormir en «1 fondo del cuerpo, indiferente y materializado. El corazón late, mas con esos latidos de autómata que son más bien el funcionamiento de una máquina; nunca tan exacta la frase de Selgas: el corazón no «s otra cosa que la regadera del cuerpo humano». Quizá esté haciendo auto-biografía, pero creo sencillamente que, por lo menos algunas horas, nadie dejaría de caer en aquel estado morboso; aquel como agotamiento de virtud pasiva y atrofia completa de las potencias intelectuales. Por soñador que hu- biese sido nuestro cerebro, ya ni una ilusión en él reverdecía: semejaba al árbol seco, marchito por el rayo, que aun se tiene en pie, rígido y yerto, mas por debajo de cuya corteza no ha de correr más sa- via y en cuyas ramas ni han de brotar más flores ni madurar más frutos. I Sería de vernos, sobre todo cuando al cerrar de la noche, nos dejamos caer en unos banquillos • ^^y<^^ *í CAPÍTULO XIV Oecaiinicnto de ánimo en los filipinos. — Ecos de la g^uerra. — Volverán! —Llegó el día suspirado. — ü. Paulino Ponar* Ya en los filipinos hogares no se respiraba aquel ambiente de guerrero entusiasmo que se res- piraba á raiz del asesinato de Luna^ cuando divul- góse el rumor de que Emilio se ponía á la cabeza de sus huestes, para llevarlas á la victoria: ya habían dejado de ser escuelas de guerra en donde toda la familia se aleccionaba para el combate. El ard¡- miendo por la independencia que había volcan izado íantos espíritus, ya estaba completamente apagado; ya nadie creía que la idea de patria saltara al fin por las montañas de obstáculos que se le oponían, senriejante á los torrentes caudalosos un punto com- primidos que á la postre se desbordan^ hinchendo de plétora de vida los gérmenes recónditos en el lieno de la tierra: la atmósfera que en las provin- -cías tagalas caldeaba el fuego de la artillería yanqui había empezado á respirarse en el pacífico valle de Cagayán. Las noticias de la guerra que se recibían un día y otro por los inválidos que de ella volvían ^ 2S Digitized by Google j 194 MEMORIAS espantaban de puro desconsoladoras. La mayor parte de los pueblos eran tomados sin ofrecer lá más mínima resistencia á sus invasores. La ima- ginación india, de suyo tan exaltada, oía cañonazos por todas partes. Terrible flota de acorazados hacía todos los días ostentación de sus máquinas de guerra por los contornos de Aparri. Doquier rei- naba un pánico espantoso. El desenlace de la tragedia se aproximaba. Ó nue stras cadenas iban á ser rotas, ó nuestra sangre ¡no( ente derramada. Por de pronto, hacía ya algún tieinpi) que 'la palabra « reconcentración ^ resonaba siniestra en muchos oídos y que el desaliento iba señoreando muchos ánimos. Sin embargo hacía ya mucho tiempo que habíamos ofrecido á Dios el holocausto de nuestras vidas y esto con una con- formidad á la que el golpe de martillo de la tri- bulación había dado temple de acero. Recalcitraría la carne instintivamente; pero el espíritu estaba pronto y hasta ávido de batir sus alas hacia regio- nes más puras. Así kis cosas, los primeros días de Noviembre, rccibiivios todos los españoles orden de embarcar- nos [) i' a ¡os pueblos de abajo. Según rumores que se acentjaban de hora en hora, nuestra libertad era un hecho: el Sr. Tirona nos embarcaría en el primer vapor que llegase á Aparri y mientras tanto, quedaríanse los seglares en Tuguegarao y los re- ligiosos nos repartiríamos en los pueblos de Iguid, Amulung y Alcalá. Si la alegría que ya tanto tiempo ' Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 195 alentaba tan lejos de nuestras almas, querría volver á brindarnos sus júbilos y sonrisas? Si el horizonte, tanto tiempo oscuro para nuestros ojos, volvería á irradiar resplandeciente de lumbres y colores? Lo cierto es que aquel levísimo rayo de esperanza que nunca nos abandonó, agrandábase, agrandábase como pugnando por convertirse en sol que disipase la te- nebrosidad de nuestro espíritu. Despedímonos de Auitan, de aquel barrio donde tantas simpatías nos habíamos aquistado y donde tanta gratitud habían sembrado en nuestras almas, sobre todo las familias Purganán, Mesa y Nolasco que se condujeron con nosotros hasta rumbosas y es- pléndidas. La despedida fué triste. Nuestra casa — aquí ya no se podía considerar como cárcel — fué invadida de hombres, mujeres y niños, que venían á darnos su adiós entrañable. ¡Cuánta afición nos habían co- brado aquellas pobres gentes! No era posible dejar de sentir honda ternura, viendo derramarse por no- sotros tantas lágrimas. Y conste que hablamos á ley de caballeros. Cuando salimos en dirección al río donde nos esparaban los barangayanes^ la calle es- taba llena de gente que no había cabido en casa. Volveremos á vernos pronto, nos decían muchos, porque VV. volverán: no hay duda ninguna ¡volveránf Allí de los redactores de ciertos periodicuchos que hoy vomitan por Manila la bilis de mil ca- lumnias, afirmando estúpidamente que no se nos quiere en un pueblo, donde sabe todo el mundo Digitized by Google 196 BÍEMORtAS que se nos adora. Si pensarán que la neurosis ra- biosa que envenena sus almas, ha logrado ya ino- cularse en todos los pechos filipinos; que la ma- ledicencia, atributo de mentecatos y de ruines, tan fácilmente se abre sendero hasta corazones honrados; que así como así se borran los recuerdos de tres siglos de amparo y protección que proclaman hasta las piedras del arroyo. No, no conseguirán que el amor al Padre se extinga en Filipinas, las colum- nas de esos papeles donde se hace gala de un decir callejero y avillanado. Ni una tilde de deshonor hará caer sobre las Corporaciones religiosas esa prensa filipina, que no es ni filipina ni prensa, sino infec- cioso desaguadero á donde van á parar todas las excreciones sectarias. Para echar abajo reputacio- nes seculares necesítase algo más talento que el que tienen esos inmundos percebes.... Porque la verdad, á juzgar por las chilindrinas y bufonadas de que salpimentan sus columnas los aludidos pape- les, debe colaborar en ellos cada pedazo de zacatero! — A los dos días ya llegábamos á nuestro destino los últimos, es decir, los que íbamos á Alcalá; pues á este ya cansado cronista tocóle la china de ir á ese pueblo. Las cosas habían cambiado bastante, hacía algunos meses, debido á los buenos trabajos del diácono D. Ambrosio Mina, cerca de Tirona. Ya los Padres celebraban misa y salían á paseo y eran visitados y socorridos de la buena gente, esto es, ya Fernando no asomaba su jeta por el convento, aunque no le faltaban intenciones. y Google DEL CAUTIVERIO. 19/ Pasamos allí algunas semanas y el vapor no venía y la imaginación dábase de nuevo á brujulear de pesimismo en pesimismo. El día 27 llegó un tele- grama en que senos decía estuviésemos preparados para marchar por Itaves a! Abra, pues así lo reclama* han los intereses de la revolución. jY qué risuefto vuelve á aparecer en escena nuestro Fernando, tra- yéndonos la inesperada nueval No podía el hombre contener la fruición que le causó el telegrama y desfogábala en gestos y sonrisas» ¡Al Abra por el distrito de ItavesI Cruzar á patita y andando tan escarpados vericuetos y en tiempo de lluviasi Los que conocían poco más ó menos aquellos caminos cortados cuando por un río, cuando por una torrentera, cuando por un fangal ó por el tronco gigantesco de árbol añoso, llenábanse de espanto; y á los que con penosas fatigas habíamos trepado por los Polis y el Saltan para sepultarnos en una misioncilla, enclavada en algún diminuto valle de los que forma la Gran Cordillera, se nos ponían los cabellos de punta. Aquello era mandarnos á la muerte. Bien podía ser sólo una estratagema inicua para recabar de nosotros dineros imaginarios de que no disponíamos: algún trabajo de zapa se venía ha- ciendo con tan descaminado propósito; pero sobre este asunto más vale echar unas cuantas paletadas de desprecio. No queremos que por nosotros salga á la superficie la deshonra de nadie. Lo cierto e« que la tal orden estaba dada; que la revolución en Digitized by Google I^S MEMORIAS Ca^ayáa tocaba en su9 postrimerías, y que en desesperados instantes, como eran aquellos, fácil- mente podían excitarse ciegos instintos que hicieran temer una hecatombe. Era pues harto natural nues- tro desasosieqfo. Mas aira de Dios no hay casa fuerte; y Dios reíase en las alturas de los planes de los hombres, y por vías á los ojos de estos ocultas, enderezaba á nues- tro rescate todos los sucesos. Tras de la originalísima entrega de Bayumbón á las fuerzas americanas, una columna de negros, com- puesta de cuatrocientos hombres, descolgóse de las montañas de S. Nicolás y penetrando por Cayápac en el Valle, corría provincia de la Isabela abajo, tomando sin resistencia todos los pueblos, (i) En vano (i) Llamamos coriginalísíma> á la entrega de Baytimbón porqut llevóst á cabo de una manera casi inverosímil El General D. Fernando Canon, hombre de honrada conducta y de generosísimos sentimientos, tuvo siempre muy cerca de sí á los PP. Agustinos • Carlos Valdés, Fe- lipe Lazcano, Pedro Quirós y Victoriano Gallo, y á los PP Domi- nicos Maximino Fernández y Luis Carazo, cuyos sabios consejos se complacía en seguir, pidiéndoles parecer en todos los asuntos. Hacía, ya tiempo que dicho Sr. Canon meditaba la manera como poner em. libertad á todos los prisioneros españoles que tenía en Nueva Vizcaya, haciendo caso, omiso de la orden que tenía de reconcentrarlos en loi montes. Comprendía los males inmensos que orden tan salvaje repor- taría á los infelices cautivos y no quería cooperar á semejante crimen. Cuando ya los americanos se habían hecho dueños del Caraballo, nom* bró una comisión, presidida por el R. P. Carlos Valdés á cuya pru- dencia y rectitud conñó las condiciones de rendición de la plaza y el modo de que no sufriesen ningún daño sus queridos prisioneros» Efectivamente la comisión salió para Bambán á esperar á los ameri- eanos, el P. Valdés mandó que se arbolasen las banderas española, ame- ricana, austríaca (era austríaco uno de los individuos de la Comisión) y de la Cruz Roja; y después de una entrevista parlamentaria coa los jefes americanos, quedó zanjado á gusto de todos el capítulo de condiciones. |Un fraile presidiendo una comisión revolucionaría para rendir á los americanos una plaza catipunescal ¡Cómo donde quiera <:|ue haya conciencias honradas como la del Sr. Canon, se respetan y hasta se imponen el saber y la virtud! j Digitized by Google DEL CAUTIVERIO. 1 99 íes salieron al paso tres ó caatro compañías revolucionarias, mandadas por dos coroneles: en el pueblo de Naguilián fueron arrolladas por los ne- grosj quienes sin pararse siquiera á contar los muertos en el campo del combate, continuaron su carrera de triunfo, plantándose en muy pocos días en los alrededores de Tuofueofarao, Los bárbaros habían llegado á las puertas de Roma- Comprendiólo así el jefe de las fuerzas insur- rectas del Valle^ y reuniendo á sus oficiales en- consejo, hízoles ver la necesidad de rendirse. Con algunos miles de cartuchos, carg^ados con pólvora detonante y unos cuantos hacezuelos de flechas de caña, no se iba á parte ninguna, como no fuera á los montes á desparramarse en pequeñas gue- rrillas y tener que saquear pacíficos poblados, ha- ciendo vida de salteadores. La perspectiva no agradó á nadie y Tirona, izando en una lancha bandera de parlamento, salió con rumbo á un b'jque de guerra que estaba siempre á la vista, donde con el coronel Sir William concertó la en- trega de Aparri. Aquel mismo día que era el once de Diciembre, apresuróse Tirona á participarnos que estábamos en libertad absoluta. Hasta con frialdad recibimos nosotros tan grata noticia. Y era que es- tábamos en Alcalá y no podía haber aquí para .nosotros espontánea alegría. Y no es que en Alcalá no hubiese mucho que amar y bendecir; que allí viven (y Dios haga que , muchos años sea) D, Mariano Canillas, español in- Digitized by Google 200 MEMORIAS sular, á quien se deben muchos íávores; las fami- lias Ponce y Antonio Pablo que contribuyeron con- cuanto podían á endulzar nuestra reclusión; y espe- cialmente los hermanos Catral (D. Segundo y D.*^ Bárbara), cuyos servicios al Sr. Obispo y Padres^ que allí penaron, ni contar ni ponderar se puede: sobre todo los de esta última, verdadera hermana de la caridad, cuyo espíritu de sacrificio la hizo arrostrar injurias y vejaciones, llegando hasta ser escupida en la cara, por los canallas de policías. ¿Mas qué extraño se le escupiese á una pobre mujer^ si Fernando llegó á escupir á su propio cura! Pero en fin, si en aquel entonces no hubo alegría, scntímosla inmensa y colmada, el día 30 del mismo mes, cuando saliendo de Aparri á bordo del vapor tUranus» perdíamos de vista aquellas tierras, teatro- de un drama pavoroso, cuyo enredo de escena en escena se iba complicando. jCon qué efusión ben- dijo nuestra alma á Dios, cuando con la fantasía nos trasladábamos á los paternos lares que en breve iban á despojarse del luto de tantos meses,, para desbordarse en júbilo y alegría! ¡Qué himno de gratitud brotó de nuestro corazón, cantando la Providencia infinita que de modo tan sabio y recón- dito quebrantó las cadenas de nuestro cautiverio! Y ese himno de gratitud brotará cada día de nuestra alma con intensidad más pura y ardiente. Desde el humilde rincón donde hoy respiramos brisas de libertad reparadora, tendemos la mirada por lo que fué el teatro sombrío de nuestros inmen^ Digitized by Google DBL CAUTIVERIO. lOI SOS pesares; y todo lo vemos convertido como en última madriguera donde la fiera revolucionaria es- cabullóse en busca de gu^trida* Apenas lo abao^ donamos nosotroSj cuajóse Cümo por encanto de insurrectos. Aljrunos de los españoles que confia- dos en garantías itnposibles, quedáronse allí para velar por sus intereses^ han sido ya alevosamente asesinados por los hijos de Lacandola. Hoy no alienta en todo el Valle un salo morador reposado y tranquilo, ¿Qué hubiese sido de tantos españoIeSj como allí gemíamos cautivos, si Dios^ según su grande misericordia no nos hubiese hecho sal vos^ poniéndonos tan á tiempo á conveniente distancia de aquellos lu- gares? Nadie lo duda: nuestra sangre hubiese tam- bién corridoj junta con la de otros compatriotas mártiresj atrayendo sobre este país desgraciadísimo las venganzas de los cielos y los estigmas de la historia, (i) Díganlo sino las matanzas consecutivas de que todos los días ahora nos habla la prensa. Dígalo sobre toda la infernal hecatombe de MinalábaCj que en los periódicos sensatos de Manila ha provocado una tempestad de indignación, que aun está ru- giendo, cada día más preñada de maldiciones y de (l^ Entre Us infelices TÍct¡rn«, cuja sjingre ■.calía de ser alerosi menie derramada en el puelilo de Naguilián laabda) se cuenU á don Florencio Cné, aquel generoso almaceneru de la Cíjmpaüía 'l'iibacalera que tan crUciana y ahnegadaioenLe se co adujo con los Padres prUio- jieroü cd Keiníi Mercedes. iDios le premie a él por tan bueno y vírEuosOí y castigue i saa Asesinos por un viks y dcüalmadosl a6 Digitized by VjOOQIC 203 MEMOMAS anatemas. |Qué página de gloria para la revolución lilipinaj Al verse doquier perseguida y acorralada por los soldados de América, embriagarse en la sangre de más de ochenta españoles desvalidos sin otro crimen que haber luchado hasta los últimos esfuerzos por la bandera bendita de su patria. Ese derramamiento de sangre con que la revo- lución, escalando el ápice de la ferocidad, marca los confines del salvajismo primitivo, es el último brin- dis de las sectas por la destrucción y el aniquila miento de Filipinas. La frase con que el gran trágico se despide de la mujer de York parece como que forcejea por brotar parodiada de la pluma. jAdiós, desventurado país, rey de los tristes des- tinosl — Y aquí tracemos el panagírico del hombre que parecía estarnos consagrado por el cielo. Adrede lo hemos dejado para este lugar porque con más desahogo pudiese correr la pluma, desatándose en merecidas alabanzas. Con toda justicia podría echársenos eu cara la nota infamante de ingratitud, si en ef&as memo- rias, extracto de cuanto de notable nos acontecía^ no consagrásemos ua recueráo á ensalzar calurosa- mente los cuari infinitos favores prodigados á todos los Padres por un español que no parece de estos tiempos de descreimiento y de indiferencia: por D. Paulino Pomar. Y decimos que no parece de estos tiempos, porque en Filipinas los castilas de concien- cia ¡honrada á carta cabal, de acendrado y ardiente Digitized by VjOOQIC DEL CAUTIVERIO. 203 patriotismo y en quienes brillaran con puros resplan- dores buen número de virtudes cristianas, eran dia- mantes de bulto que por sí solos constituyeran un tesoro. No obstante los diamantes existían: uno de ellos era D. Paulino. Y cuenta que no fué precisa burearlo: vino él á nosotros. Tan pronto como regresó de un viaje á Manila, allá por los meses de Octubre y No- viembre, puso en juego cuantos influjos le daba su cargo de Jefe de la Isabela, y recorriendo los puntos donde había Padres prisioneros, desde aque- lla fecha nuestro estado angustioso cambió notable- mente en lo que á subsistencias respectaba. Los almaceneros de la Compañía, poniéndose 'en contacto con nosotros, empezaron á suminis- tramos cuantos víveres podían, con manifiesto pesar ^'" *^„ I _ ,'. w _ DEL CAUTIVERIO. aOJ menguados todos los encomios para un hombre que al vernos en tan completa desolación no se contenta con el deber de caridad para conjurar nuestra desgracia y pasa más allá, ¡hasta donde alienta el sacrificio! Hubiéramos de vivir mil generaciones y el re- cuerdo del Sr. Pomar resplandecería siempre gra- vado con letras de oro en nuestra memoria* Por- que D. Paulino forma ya como parte de nuestra entraña, como una fibra de nuestro corazón, como algo que palpita muy querido en lo recóndito de nuestro ser. Sí muchos amenes llegan al citólo, á buen seguro no le escaseará Dios las bendiciones ¡Somos tantos los que le debemos la existencia! (i) fl) Nos consta que el Sr Obispo de Nueva Segovia y VAríoi pHdres dominicos y agustinoE. penetrados de sentimientos de grutituí^ han elevado al Excmo. Sr. Marqués de Comillas una calurosa expo^iición encareciéndole los relevantes méritos de ü. Paulino Pomar y íeUcitán* dolé por contar entre sus empleados tan dignos y católicos sujeten, HArto merecedor es ¿ tan alU dif^tincián quien supo secundar tan á ma- ravilla la ardiente caridad cristiana, timbie et más glorioso y el bU^ lún de más valia de cuantos han becho adorada en el mundo L^ persona de tan eacláf^cído magnate. Digitized by Google^ ,t- »^ »^í,¥^;í(;¥^¥*¥^**¥*¥¥^í¥^>*¥¥*¥^¥¥^¥¥^^¥¥V CAPÍTULO XV A g-uisa de eptlog-o. — Pecado original de la Revolución,—^ Politiqueo» — ¡Emilio AguiBaldo!— España á Filipinas. Fílipinófilo empedernido que no acabará de arrepentirse de sentir amor tan profundo hacia este país, así hermoso como malhadado, anhelaría vivamente que sus moradores grabasen con tipos indelebles en su memoria, la lección elocuentísima que á mi ver, se desprende de la serie de trastornos y reveses de toda laya^ que han hecho de un suelo, donde por tan bello modo rekicen los encantos de la naturalezaj una vasta morada de tumbas desier- tas, donde la flor de la juventud filipina, duenne envuelta en el sudario de sus esperanzas, el monó- tono sueño del olvido, Y en verdad que no se ha menester inteligencia escudriñadora ni muy obser- vador ingenio para leer de corrido sobre los folios de tantos campos talados, de tantas cenizas de pueblos, de tantos escombros de edificios, de tantas huellas de incendios, de tantos surcos de sangre, de tantos regueros de lágrimas. Cada árbol tiene que dar sus propios frutos; y el árbol maldito de L Digitized by Google ! DEL CAUTIVERIO. 20/ la revolución filipina, arraigando en la traición ^ desarrollándose en atmósfera de ingratitud^ y cre- ciendo á la sombra de torpezas y errores, ha dado también su propia cosecha: frutos copiosos de maldiciones y desventuras. Totalmente desprevenidos, como por efecto de confianza excesiva en nuestro valor legendario, sue- len sorprendernos todas las guerras; sin cuidarnos de artillar las plazas fuertes cuyas ventajas estra- tégicas podían hacernos triunfar de cualesquiera asaltos navales, no obstante la cerrazón que se venía formando en nuestro horizonte dipIoni:itico; echada ya en completo olvido la catástrofe del íMaine,* que nuestros durmientes estadistas debieron haber interpretado como terminante declaración de guerra; no bitn el cable [i^r ama de la ruptura de hostilidades con América fué anunciado por los pa- peles periódicos de Manila^ los hijos de España que reflexionaban un poco y sabían que á pf?sar de la vergüenza de Biac*na-bató, la insurrecciói ca viteña seguía ardiendo en diversos pnntosj vieron el porvenir de esta colonia horriblemente compro- metido y auguraron días de luto para la patria. El Gobernador General de estas islas^ perplejo y desavisado ante los riesgos que presentía, no halló otro medio para salir del paso y conjurar el con- flictOj que entregarse de lleno en brazos de los hijos del paísj excitar con desatentadas pi^oniesas el amor de estos á la Metrópoli^ crear milicias Fi- lipinas, brillantemente armadas, que hiciesen frente Digitized by Google i 208 MEMORIAS Sil invasor en las respectivas zonas; darles en una palabra, el Archipiélago amenazado de una irrup- ción, esperando de su hidalguía que nos lo devol- viesen tranquilo y pacificado. La torpeza era inau- dita, y de aquí la potísima alarma de todos los peninsulares; pero la verdad es que el quijotismo andante de la superior autoridad debió haber levan- tado en las entrañas del país grandes sentimientos de fidelidad y avivar los rescoldos de su amor patrio, adiestrándose todos para dar al mundo un espectáculo que los hubiese cubierto de gloria. ¿Cómo se correspondió á las benevolencias de la Madre que osó en trances tan apurados, fiar en los sentimientos de sus hijos? La sierpe clava ingrata su agujón en el seno que la acaricia: Filipinas, sorda á los clamores de la conciencia que la denos- taba, desgarró las entrañas maternales, engendrando primero y consumando más tarde la más pechera de todas las traiciones. Conviene dejar bien asentada esta prevaricación primera: es el gran pecado original de la revolu- ción filipina, pecado de traición que clamará siem- pre al cielo, deprecando ríos de sangre que lo borren de la tierra. Ríos de sangre corren abun- dosos: quizá la justicia quede vengada; pero como la naturaleza humana por el pecado de origen siéntese uncida al carro de la miseria, enroscado á su cuello el dogal de los dolores, así el pueblo filipino quedará, vasallo de la desgracia, sujeta la cerviz á un yugo cuya pesadumbre temo habrá de Digitized by Google r' DEL CAUTIVERIO. 20g deja:rle exánime y rendido en mitad de la senda que había de llevarle^ tal vez en no remotos días^ á la realización de sus grandes ideales La revolución no respiró más ambiente que el de ingratitud. No bastaron inconcebibles dádivas, ni halagadoras promesas, ni vínculos engendrados por tres siglos de dominación suavísima; no bastó la sombra augusta de una bandera á cuyo amparo cien generaciones habían vivido dichosas, ni si- quiera los sacrosantos intereses de Religión que correrían terrible crisis: por cima de estas barreras de obstáculos saltó, sonriente de triunfo, la ingra- titud; y aquellas armas que la abnegación y el sacrificio habían puesto en sus manos j convirtié' ronse contra nuestros ejércitos y dispararon sobre nuestras tropas, acabalándose la más villana de todas las arterías, la más pérfida de todas las traiciones. Por aquellos días aciagos menudearon ingratitu- des descaradas y traidores ardides; nuestros pequeños destacamentos, desparramados como red de debüísi* mas mallas, unos en pos de otros fueron cayendo en manos de los comandantes de milicias: hacíase uso de las más viles armas, el asesinato, el soborno, el pronunciamiento. En muy pocas semanas, gemimos prisioneros todos los españoles de Luzón^ pisando tierra que ya no era de España, En un solo puñado de tierra flotaba ya la bandera española; ese puñado de tierra era Manila, Manila que veíase acosada de todas partes- Ftieraj del lado del mar la escuadra de Dewey, recostada sobre las olas de la gran 27 Digitized by Google 2IO MEMORIAS bahía, amenazaba día y noche, abrir las bocas de sus poderosas máquinas de guerra y sembrar por doquiera el estrago y la desolación. Por tierra, en derredor de los muros de la ciudad, estrechaban cada día más el cerco los ejércitos combinados de invasores y de insurrectos, fingiendo á cada instante dar el asalto decisivo, asalto por el que nuestras indomables tropas suspiraban con impa- ciencia, ávidas de inmolar sus vidas en aquellas trincheras, verdaderos altares del amor á la patria. Dentro, el espectro del hambre con su cortejo de horrores, tomando cada día catadura más espan- tosa y proporciones más funestas, y más dentro todavía... en el corazón de todos los españoles alzábase, arrollador é inexorable, el enemigo más temible: la desesperación de todo auxilio de la madre patria. ¿Envíos de fuerza de España cuando ya se veía rota y caída con la rotura y caimiento más ignominiosos? ¡Ni por ensueños! Y Manila, la hidalga ciudad filipina, la gran perla de Oriente, rebosante de españolismo; el pueblo de los grandes júbilos cívicos y de los grandes festivales religiosos, que á las harmonías de sus cien campa- nas postrábase á los albores, orando recogido en los templos, y en sus tardes placidísimas rego- í' cijábase á los ecos sonoros de sus bandas de mú- I sica, en calles y paseos, salones y teatros; ¡aquella Q Manila... encontróse de la noche á la mañana con |f <{ue ya no era española, con que en sus muros seculares ondeaba otra bandera, con que por sus Digitized by Google a 9S DEL CAUTIVERIO. 21 F plazas y sus calles paseaban tíesos [y envanecidos los hijos de otra raza... Desde el día aquel de tristísima memoria las torpezas y errores cometidos por los revoluciona- rios son sin número como las estrellas. Pone grima y arredramiento el tender una mirada retrospectiva hacia la maraña de crímenes y atrocidades de una historia, que por fortuna no alcanza dos años. To- das las revoluciones suelen encarnar un g^an sen- timiento: derrocar un monstruo, que monstruos son todos los tiranos de la tierra; luchar por el triunfo ^íd<&* *^»^*^íá?v«v¿ *^^» *