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Farnando TUImibII á bordo del JVror CON UN PRÓLOGO DE JACINTO OCTAVIO PICÓN 'S^ BARCELONA Imprenta de U Casa Sdltorial Maaeel, Malloreai 166 1903 ■S PROPIEDAD DBL AUTOR QUEDA HECHO EL DEPÓSITO QUE MARCA LA LEY PRÓLOGO Este libro es la relación del vencimiento y pérdida de la escuadra española en aguas de Santiago de Cuba: suceso tan doloroso por la magnitud y circunstancias del desastre cuanto por el profundo desaliento que infundió al alma nacional. En sus páginas se narra, con la autoridad de quien lo ha presenciado y con la prudencia de quien tiene el ánimo acostumbrado á lá dis- ciplina, todo lo sucedido desde que salió de Cabo- Verde hasta ser destruida por lo$ ame- 6 PRÓLOGO ricanos; breve lapso de tiempo para seguido con la imaginación, mas compuesto en la rea- lidad de largos y angustiosos días para aque- llos que desde el punto y hora de su embarque estaban ciertos del sacrificio á que se presta- ban y de su absoluta inutilidad para el bien de la Patria. Aquí el autor, en estilo llano, va refiriendo al principio los preliminares del choque, bas- tando ellos para persuadir á quien lea de que era inevitable la derrota; y luego, sin preten- siones literarias, mas á veces con el legítimo entusiasmo de quien ha sido testigo y actor de algo grandioso, describe la obligada salida de nuestros barcos y su completa ruina, tan /pre- vista y bravamente arrostrada por aquellos que los mandaban como insensata y ciega- mente provocada por quien les ordenó sa- lir. Ño podían dar otro resultado la imprevisión y el abandonó, padres de la flaqueza en el PRÓLOGO 7 gobierno de los pueblos, frente al íortísimo y bien preparado poder del enemigo. Es el autor extremadamente discreto y so- brio en este linaje de consideraciones. Forman la obra varias cartas reveladoras del estado de ánimo de los que iban á luchar y la descrip- ción del trance en que fueron vencidos. En las primeras se leen nuestros errores, los cuales presto llegan á ser tan grandes que el ánimo pasa del dolor que inspiran á la sorpriesa que causa lo increíble. Aquí se pone de manifiesto la heterogénea formación de la escuadra, he- cha dando á ciertas unidades denominación que implica la superioridad de que carecían. Iba el más poderoso de los buques privado de sus cañones de mayor calibre: en éste y en otros faltaban municiones para la artillería, y pieza hubo donde á la hora del peligro fué preciso probar hasta siete 'cargas. Aplicáronse los destroyers á distinto empleo del que por su índole les correspondía: llevaban los torpede- 8 PRÓLOGO ros las calderas en mal estado. No había en el apostadero de la Habana elementos de fuerana; los repuestos de carbón fueron insuficientes ó dudosos; y lá velocidad del conjunto de la fuerza quedó supeditada á la del barco que la tenía más escasa; de suerte que el almirante y los jefes á tan dura prueba sometidos, desde un principio consideraron funesta la ida á los mares de Cuba. Quizá consiste el mayor jpiérito de estas páginas en que mediante ellas se establece la división entre los hombres que no dijeron la verdad al país y los que por culto á su bande- ra sufrieron las consecuencias. La última fase de la catástrofe está pintada con tanta sencillez y tal acento de verdad que no parece hecha con períodos escritos, sino compuesta con la rápida representación gráfi- ca de algo que, sin auxilio de la imaginación, pueden contemplar los ojos. La realidad pal- pita entre las líneas: la mera exposición de los hechos tiene grandeza trágica. PRÓLOGO 9 Habían desembarcado en Santiago las dota- ciones para pelear en tierra con alguna espe- ranza: ni un solo hombre faltó á la lista cuando se les llamó para morir en el mar sin ella. Son destruidas las naves casi según van saliendo de la boca del puerto; y víctimas de la pobreza de sus medios de defensa, van muriendo los hombres en su puesto. De antemano lo sabían y así lo aceptaron. ¡Terrible sacrificio, de que acaso no haya ejemplo en la Historia! Tras la abnegación colectiva, en que se confunden desde el almirante hasta el último marino, refiere el autor muchos casos de he- roísmo individual, sin hablar apenas del pro- pio, porque basta á su conciencia de soldado, la gloria de caer con once heridas junto á su jefe muerto. Luego los vencedores recogen á los supervi- vientes; y por la consideración y caridad con que los tratan rinden tributo á su excepcional grandeza de ánimo. fÓ PRÓLOGO No fuéj al principio j tan justa con ellos la opinión en España, que abrumada con la amargura de la derrota perdió la serenidad y el espíritu de rectitud que luego han puesto en el concepto público á un lado los que manda- ron luchar y á otro los que fueron á moriri Tú lo veráSj lector: es este libro que se em- pieza con ira^ se sigue con horror y se acaba con lágrimas. Pero en sus últimas tristísimas páginas, como en el cofrecillo mitológico que encerraba todos los males, queda y surge algo consolador. Cierto que ni Austria después de Sadowa^ ni Italia después de Lissa y Custozza, ni Francia después de Sedán, cayeron en la postración que ha sobrecogido á España; y sin embargo, cuando aquí se lee hasta dónde llega nuestra raza en el cumplimiento del de- ber y en la magnitud del sacrificio, se siente renacer la esperanza en los destinos de la Pa- tria, Por culto á ella y por amor á la verdad está PRÓLOGO 1 1 escrito este libro. No podía rendir á España mejor tributo quien fué testigo y víctima de aquel tremendo día. Jacinto Octavio Picón Cutamilla i5 Octubre igo3. EN UN CAFÉ Un año próximamente había transcurrido desde mi regreso de los Estados Unidos, don- de permanecí herido y prisionero cerca de dos meses, cuando en una de esas tardes del vera- no en que Madrid se acuerda del más crudo y ' triste de los días del otoño, siguiendo la cos- tumbre de los muchísimos desocupados que por él pululan y buscando refugio para lo des- apacible del día y distracción que me negaban sus solitarias calles y desiertos paseos, pene- tré en uno de los cafés más concurridos de la Corte. 14 LA ESCUADRA ESPAÑOLA Allí^ y eQ uno de sus rincones, solíamos reunimos varios amigos. Ni buscada con candil se hubiera encontra- do mayor heterogeneidad que la de aquella reunión; allí estaban representados todos los elementos, civiles y militares; acudían de cuan^ do en cuando dos periodistas de los de prime- ra fila, y no dejaba de asistir alguno que otro artista de renombrado mérito. Donde hay varios individuos^ aparecen gus- tos y opiniones diversas» y dicho se está que en aquel conjunto de gentes, de profesiones dis- tintas, raro era el día que no salieran á relucir sobre el tapete y no fueran sometidos á discu- sión, asuntos tan complejos como los com- prendidos entre la última determinación del Consejo de Ministros y la cogida del Bomba en la pasada corrida. Correspondía á cada uno llevar la voz can- tante, según la naturaleza del asunto puesto á discusión y he aquí por donde cúpome á mí llevarla, el día de autos^ en la cuestión plan- teada. Desde que llegué pude observar que la re- unión de aquel día era más numerosa que de EN SANTIAGO DE CUBA 1 5 costumbre y que cuantos se apiñaban en torno de la mesa estaban pendientes de la conversa- ción de un señor, á quien yo no conocía, de esos muchos que hablan acompasadamente, con voz fuerte y cavernosa, que imponen silen- cio en el más estrepitoso de los ruidos y que tienen el convencimiento de que ideas y con- ceptosque no pudieron digerir ellos, son suscep* tibies de grabarse ep el cerebro de los denlas, al solo impulso de sus mortificantes gritos. — ¡Si la escuadra hubiera salido por la no- che, otro gallo nos cantara!... Esto decía en el momento de acercarme á la mesa y á la vez blandía un enorme lapicero, con el cual, según pude ver, había trazado so- bre ella una intrincada red de rayas rojas y azules, de las que por mucho que medité, ja- más pude darme explicación. Quedó el concurso en suspenso después de aquella frase, dicha con el aplomo del que de- duce un axioma que por todo el mundo ha de ser acatado, y dirigiendo una mirada interro- gadora á los circunstantes dio un suspiro de satisfacción algo parecido al resoplido de la marsopla, que después de bucear por lo des- i6 LA ESCUADRA ESPAÑOLA conocido salea oxigenarse al medio ambiente. Este momento fué aprovechado por uno de los asistentes^ conocido de todos por su in* tención aviesa^ quien, dirigiéndose al terrible orador^ hizo mi presentación* Gusto por mi parte en el nuevo conocimien- to, gusto por la suya, una mano que me alargó más grande que hambre de pobre, dos apreto- nes, una sonrisa y certero disparo de mi ami- go, que dijo dirigiéndose al orador de aquella tarde; —El señor, testigo presencial de la campaña de la escuadra, puede también revelarnos el secreto de lo que allí ocurrió y que todos ig- noramos. No se conformó con este desconocimiento nuestro hombre, y dando gritos, que hicieron retemblar hasta las pobres botellas que sobre el mostrador con nadie se metían, dijo: —Yo sé de esto tanto como el que más y no hay nadie que pueda decirme que cuanto acabo de expresar no sea la realidad de lo ocurrido.— Y se dispuso á emprender de nue- vo la explicación del desatinado dibujo azul y rojo que tenía delante. ÉN SANTIAGO DE CUBA 1 7 —Un momento— dije dirigiéndole una mi- rada imploradora de misericordia, extendien- do la mano hasta colocársela casi delante de las narices y sin hacer caso de las pretensio- nes del energúmeno sonante, me dirigí al otro amigo en estos términos: — No hay secreto ninguno; porque secreto es aquello que á sabiendas quiere callarse, y mal ha podido callarse lo que en la guerra hispanoamericana se ha realizado á la faz del mundo entero. — Sin embargo, en España sabíamos... — in- terrumpió el de la voz gruesa. — En España, amigo mío, nos sucede siem- pre lo mismo; somos los últimos en enterar- nos de lo que sucede en casa. ¿Quién ignoraba la poderosa fuerza de los Estados Unidos con sus 65 millones de habi- tantes, con sus extraordinarios niedios de combate, con sus arcas repletas de oro, con su sólido crédito, y sobre todo con su proxi- midad al teatro de las operaciones? ¿Quién,' por otra parte, no conocía nuestra verdadera situación? Esquilmados por dos guerras sostenidas á 2 iS LA ESCUADRA ESPAÑOLA inmensa distancia de la metrópoli^ agotados todos los recursos, y sin elementos para com- batir, vimos realizarse el pensamiento de aque- lla voluntad de hierro, que presidió el partido conservador, colocando en Cuba y Filipinas el último hombre con la última peseta. —Sin embargo de lo que usted dice — añadió, — no creo que la desproporción fuera tan gran- de. Yo he visto en periódicos de gran circula- ciónj publicarse estados comparativos de las dos escuadras, y la diferencia no solamente no era grande, sino que más bien creo pesaba á nuestro favor. — Comparación desastrosa, amigo mío — re- pliquéj— que sólo sirvió para alimentar en la masa del pueblo el error que padecía de anti- guo» En aquellas comparaciones se suprimió mucho de los Estados Unidos, y en cambio, se agregaban á nuestra parte— con lamentable equivocación— barcos que no sólo no estaban útiles en aquella época, sino que algunos jamás lo estarán* se pintaba un lowa 6 un Indiana pequeño, y por el contrario, á continuación, en lámina á toda página, se daba á conocer el Teresa ó alguno de sus similares, EN SANTIAGO DE CUBA IQ Se sumaban cifras que representaban tonela- das, como si en el momento de combatir fueran iguales las toneladas de un trasatlántico que las de un acorazado; como si la potencia ofen- siva y defensiva de un buque de guerra estu- viera representada solamente por el número de sus toneladas. Se sumaban cañones, y aunque siempre sa- lían con ventaja los americanos, no se tenía en cuenta que la diferencia era mucho mayor que lo que acusaban las cifras, pues mientras la suya era buena, la nuestra, pendiente de reforma, resultaba prácticamente inútil. De corazas no hablemos... — Pero nuestros barcos, ¿no eran acoraza- dos como los suyos? — Nosotros jamás pasamos— salvo el Colón — de cruceros protegidos; barcos en su tipo tan malos para el combate, que el famoso in- glés mister Reed dijo que «era inhumano mandar gente á combatir en ellos.» — Sin embargo, se les concedió ese nombre. — Se les asignó, efectivamente, porque ha- ciéndose necesaria la creación de una escua- dra, y faltando buques con aquella denomina- "ÜO LA ESCUADRA ESPAÍSOLA cíón, se le dio á lo mejorcito que había en casa. —¿Entonces qué es lo que llevaban prote- gido? —Sus dos cañones de gran calibre, las má- quinas y calderas. —¿Y el resto de la artillería? —El resto de la artillería.,, perdone usted por Dios. — ¿Y cómo conociendo Cervera !a superio- ridad de los americanos se le ocurrió salir de Santiago? —Al almirante Cervera jamás se le ocurrió salir de Santiago en las condiciones que lo hizo; lo efectuó por orden terminante del Go- bierno comunicada por el general Blanco, — ¿Sin protestar? —¿Cómo sin protestar? Desde que la es- cuadra salió de Cabo-Verde la conceptuó su general perdida, y cuando en 24 de Junio de aquel año se le quitó la libertad de acción en cuanto se relacionaba con las operaciones de guerra, colocándole á las órdenes del Gober- nador general de la isla de Cuba,— decía en carta ai genera! Linares: - EN SANTIAGO DE CUBA 39 de contar con el solo puerto de la Habana — indudablemente bien fortificado — se contara con algún otro de sus extensas costas debi- damente artillado, donde nuestros buques pu- dieran» encontrar seguro refugio cuando las necesidades de la guerra así lo exigieran, y finalmente, si en estos puertos hallasen con facilidad los elementos necesarios para reme- diar averías que de otro modo serán causa de su inacción. Pero reducida hoy la isla de Cuba á su puerto de la Habana,— en el que, como es na- tural, recaerá toda la atención de los ameri- canos, — no será fácil tomarle sin librar un combate seguro con el núcleo de las más po- derosas fuerzas enemigas, y excusado es decir á usted cuál será el resultado para nosotros. No cabe más, por tanto, que tomar algún otro de sus indefensos fondeaderos y en este caso, ó ser bloqueados con notable ventaja del enemigo, ó abandonarlo dado que lo permitie- ran las fuerzas que hubiera delante, sostenien- do un combate, que si nos fuera favorable ser- viría únicamente para hacernos cambiar de sitio,- esperar recursos, que seguramente no 40 L\ ESCUADRA ESPAfíOLA * podrían ttegar á nosotros, y sucumbir al fin y á la postre destruyendo estos patrios pedazos para evitar su vergonzosa entrega- Ademas de esto, ni en Cuba ni en Puerto Rico contamos con ningún barco que pueda venir á sumarse á esta escuadra aumentando su poder navalj pues todos aquellos elementos que allí se remitieron^ duermen el sueño de los justos, ante la falta de medios para atender á las exigencias que la dura campaña á quefue* ron sometidos hoy reclama^ y que en los arse» nales de la Habana y San Juan, superiores en penuria y pobreza á los nuestros, en la actua- lidad no existen* España es, por consiguiente, la única base de operaciones que tenemos; en ella es donde habremos de adquirir lo necesario para nues- tros ejércitos de mar y tierra y remitirlo des- pués á lo que es motivo y teatro de la guerra, lo cual supone necesariamente el dominio de la mar, exclusiva via de comunicación posible que hay que sostener franca á toda costa. Ahora bien, ¿quiere usted decirme, si estas fuerzas marchan á Cuba ó Puerto Rico y son bloqueadas en alguno de sus puertos ó des- EN SANTIAGO DE CUBA 4 1 ■ - ■— — • — ^ - — - — ^-^ — ' truidas en un combate prematuro cuyo mo- mento y condiciones no esté en nuestras manos elegir, qué nos queda para sostener aquellas comunicaciones? ¿Con qué podremos prestar defensa á los convoyes que Jas necesidades del ejército— factor el más importante de la guerra — exige? ¿Qué para forzar un puerto con estos mis- mos convoyes, cuando las fuerzas enemigas lo permitan y la necesidad de las tropas así lo reclame? ¿Es qué esta importantísima misión va á confiarse á la casualidad ó á las peligrosas contingencias de un vulgar alijo? Además, perdidas ó inutilizadas estas fuer- zas, ¿qué nos resta para proteger nuestras Ca- narias y las costas de la Península? ¿Quién podrá impedir que un enemigo procaz y orgu- lloso con la victoria pisotee nuestra querida tierra, bombardee sus puertos y nos arrebate algún trozo de las Cananas hoy sin defensa? A pesar de estas reflexiones^ que supongo encontrará usted lógicas y que concuerdan en absoluto con la opinión que Cervera y todos tienen de la campaña, el Gobierno ha dado la 42 LA ESCUAUaA ESPAÑOLA orden de salir para Cuba ó Puerto Rico dejan- do al almirante la elección de uno de sus puer- tos según las necesidades lo exijan. La escuadrilla se deshace marchando los torpederos con el Ciudad de Cádi^ y el San Francisco á Canarias, y quedando los tres destroyers incorporados á la escuadra, y como con esta determinación el puesto de Villaa- mil no resulta de lo más airoso, le suplicaba el otro día su amigo y jefe de Estado Mayor, don Joaquín Bustamante, que se volviese á España desde donde podía hacer mucho, é influir no- tablemente en la suerte futura de estas fuerzas navales, pero don Fernando le contentó que «jamás abandonaría su puesto sin una orden terminante del Gobierno, que debía obedecer, porque por encima de los intereses de la Ma- rina y de los suyos propios estaba su honor como milítarj)^ así es que^sigue en el mando de la división de destroyers, y yo continúo con este jefe y amigo por el que siento verdadera veneración y de quien espero mucho y bueno, si las circunstancias ponen en juego su inicia^ tiva, pericia y reconocido valor. No obstante conocer todos nuestra precaria EN SANTIAGO DE CUBA 43 situación, debilidad y lo funesto de la marcha á las Antillas, el espíritu es de lo más elevado y el deseo de vengar las ofensas hechas á la patria borra por completo de las imaginacio- nes todas, las negruras y tristezas que envuel- ven nuestro destino^ Arrostramos gustosos los resultados del de- sastre que nos aguarda, ambicionando el sa- crificio que hoy España nos exige, y al dar en su holocausto nuestra propia sangre, nuestra vida quizás, rendimos con orgullo el tributo sagrado con el que todo buen español debe engalanarse. Mañana salimos definitivamente; don Fer- nando va en el Oquendo y yo hago la travesía en el nplutón^ y si es posible desde algún sitio daré á usted noticias de nuestro viaje que pre- sumo será una peregrinación dolorosa. Para terminar envío á usted copia del telegra- ma que Villaamil ha puesto á Sagasta y que da perfecta idea de lo que ocurre. Dice asi: de los recursos gue nos eran imprescindible- mente necesarios para nuestra reorganización y abastecimiento, fracasando así las esperan- zas del almirante, que lo creyó rico de todo por no haber sido bloqueado hasta entonces. El telegrama del Comandante General del apostadero de la Habana, referente al estado de las fuerzas navales de la isla de Cuba que pudieran cooperar con las nuestras á la defensa de las Antillas, era verdaderamente desastrosa; allí no había nada utilizabte, y los escasos bar^ eos capaces de moverse carecían de velocidad, elemento perdido en el duro y continuado tra- bajo á que fueron sometidos desde el principio de la insurrección. En la Habana, como en todos los puertos donde arribamos en nuestra peregrinación, tampoco se habían recibido recursos de nin- gún género para la escuadra, especialmente las municiones para la artillería de 14 centíme- 'tros, que nos eran de tanta necesidad. El 20 se anunciaba la salida del vapor In- glés Restamel con carbón desde Curasao, y el mismo dia el movimiento de las fuerzas 78 LA ESCUADRA ESPAÑOLA navales americanas para el sur de Cuba, sien- do de esperar que, dado el escaso andar de aquél, viniera á caer en poder del enemigo, como efectivamente sucedió en !a mañana del 25, frente al puerto. El 22 telegrafiaba el capitán del Alicante diciendo que tenia órdenes para salir desde Martinica en nuestra busca, pero como allí existían cruceros auxiliares americanos dis** puestos para perseguirle, se le previno que no se moviera. De Puerto Rico se anunciaba también el 2 3 la salida para Santiago de Cuba del trasatlán- tico Alfonso XIII j con carbón y víveres, y este mismo día se presentaban frente al puerto cuatro buques americanos^ lo cual, unido á nuestro proyecto de salida, obligó al almi- rante á telegrafiar al Comandante general de aquella isla, interesándole que desistiera de tal viaje. Como se ve por lo expuesto^ era necesario detenerle todo movimiento en nuestro auxi- lio para que no fuera presa segura del ene*- migo, como sucedió con el Réstame!^ cuya salida no pudo aplazarse* Los elementos que EN SANTIAGO DE CUBA 79 quisieron enviarnos llegaban tarde, hecho que convertía en realidad otro de nuestros vaticí' nios. Desde el momento que el almirante Cerve- ra se percató de la verdadera situación en que se hallaba el puerto elegido^ sólo tuvo por norma el abandonarlo lo antes posible, y á este objeto se dirigieron sus miras, trabajando día y noche con toda actividad, contratándose fogoneros á fin de aliviar e! trabajo de los pertenecientes á las dotaciones, cuyo número resuhaba escaso para el servicio extraordina- rio que la campana requeríaj pero los esfuer- zos humanos tienen su limite, y á pesar de los nuestros no fué posible quedar listos de lo imprescindible para movernos hasta el día 23, fecha en la cual se presentaron doce buques ^ '\ 9o LA ESCUADRA. ESPAÑOLA enemigos frente á Cienfuegos y cuatro á la vista de nuestro puerto. Todas las disposiciones tomadas durante aquel día se encaminaron á realizar nuestra salida en la madrugada del 24» en busca de Puerto Rico, único puerto próximo adonde podíamos dirigirnos y en el cual, según las noticias recibidas^ debía encontrarse, además del trasatlántico Alfonso XIII ^ un buque car- bonero con combustible para la escuadra, A las once de la noche del 23, transbordó el jefe de la escuadrilla de torpederos, desde el OquendOy buque en el que residía, al Fu~ TOr, Recuerdo que, como aun quedaban algunas horas para dejar el fondeadero, pude dedicar- las al descansOj encargando á uno de los ma- rineros me avisara tan pronto como se diera la señal de ponerse en movimiento. Todos los barcos quedaban listos y encen- didos, y mi sorpresa fué indecible cuando ya entrado el día, subí á cubierta y vi que los cru- ceros echaban sus botes al agua, izando poco después el TevQsa la señal de ^comandantes á la orden.i^ EN SANTIAGO DÉ CUBA 8í En Ista reunión, dio cuenta el almirante á los jefes que formaban parte de la escuadra, de las noticias recibidas durante la tarde del 23, con respecto á la situación de las íuerzas enemigas, Y en vista de la proximidad de es- tas, puesto que la división de Sampson se ha* liaba sobre Cienfuegos y cuatro de sus buques permanecieron todo el día delante de nuestro puerto; que la de Scheley había salido de Cayo- Hueso el 20 con rumbo al sur de Cuba; que nuestros barcos tan sólo habían podido repos- tarse de una tercera parte del carbón que era necesario; que el andar quedaba reducido á !4 millas por ser este el del Vizcaya á causa de la suciedad de sus fondos y que las con- diciones del puerto exigían que la salida se efectuase uno á uno y con pequeña velocidad, obligando quizás á retroceder al que, ó á los que primero saliesen, con la consiguiente per* dida de fuerza moral, por unanimidad se de- terminó abandonar aquel proyecto y continuar en el puerto, repostándonos de todo aquello de que hubiere existencias, esperando ocasión más propicia, que se presentara, pues segura- mente el peligro de la salida en tal momento 6 83 LA ESCUADRA ESPAÑOLA ^ era muy superior á las ventajas de arribar á Puerto Rico. En espera de que esto ocurriese procedióse — de acuerdo con el Comandante general de la División de Ejército— á colocar nuestros bu- ques en posiciones tales que pudieran ser de notoria eficacia y cooperar de la manera más conveniente á la defensa del puerto y de la plaza. Se situó el Colón cruzado sobre el fondo del canal y apuntando una de sus baterías á lo largo de éste. El Teresa en el torno que forma la entrada, asomando su grueso cañón de proa por detrás de aquel buque, y el Vizcaya en- frente, dirigiendo el espolón hacia la boca del puerto, para poder aprovechar sus efectos, caso de que algún buque enemigo intentase penetrar; igual colocación dióse al Oquendo detrás del Teresa y ya en la entrada de la bahJa. Los destroyers tomaron á su cargo la vigi- lancia de la boca del puerto durante la noche, y se nombró personal de la escuadra para prestar servicio permanente en el semáforo, á EN SANTIAGO DE CUBA 83 fin de observar y transmitir al almirante cuan- to de particular ocurriera frente á aquel. Estas disposiciones adoptadas por el mo* mentó, fueron más tarde modificadas á conse- cuencia de sucesos que voy á referir. ll^M| 1^ JUNTA DE. JEFES El 26 de mayOj amaneció envuelto en fuerte temporal, y queriendo sin duda aprovechar esta ventaja que pódia tener alejados de nos- otros á los buques enemigos, convocó de nue- ,vo el almirante junta de jefes para oir sus opi- niones respecto á salir en este día forzando el bloqueo. Todos opinaron por la conveniencia de la salida y se dio orden de encender las calderas, para verificarlo á las cinco de la tarde- No bien fué tomada esta determinación, em- pezó á mejorar el tiempo^ pero la fuerte mare- '^^^fW 86 LA ESCUADRA ESPAÑOLA jada que se había levantado hizo pensar en la salida del Colón ^ cuyo calado la hacía difi- cultosa, á causa del riesgo de poder tocar en un baja fondo que existía en la boca del puer- to y por encima del cual era imprescindible pasar- Para resolver esta dificultad, se llamó al práctico más inteligente y conocedor del puer- . - -to, el cual después de hacerse cargo por la inspección ocular, del estado de la mar, for- muló su opinión, diciendo: que no existía in- conveniente en cuanto al Teresa, Oquendo y Vi^cay^a^ pero que no sucedía lo mismo con el Colón que podía exponerse á graves averías, por las razones ya mencionadas. Ante la probable pérdida de este buque y la llegada de tres barcos enemigos que señaló el semáforo á las dos de la tarde, convocó de nuevo el almirante la junta, presentando ante ella la siguiente consulta: «¿Conviene arrostrar los riesgos de averías en el Colón, ó no efectuar la salida en espera de que se presenten mejo- res circunstancias?» Hecha así la pregunta, opinaron por la sali- da los señores Concas y Bustamante, y en sentido contrario, todos los demás jefes. ''W?^' EN SANTIAGO DE CUBA 87 El almirante consideró que no eran tan ex- tremadas las circunstancias j como para expo- nerse á perder el Colorí^ y en espera de que calmase la mar y se presentara ocasión más favorable, determinó suspender la salida. Desde feste día comenzaron á llegar buques enemigos, cuyo número se elevaba el día 27 á doce, entre los cuales se contaban el '^rooklyn y loway MassachusetSy Texás y Amazonas ^ es- cuadra desde luego muy superior á la nuestra que nos encerraba de este modo, definitiva- mente, ái no se presentaba ocasión de igualar cuando menos las fuerzas combatientes. En la disposición que queda explicada, con- tinuaron nuestros buques siguiendo la reposi- ción de carbón y aguada que aun no se había podido terminar. Se redoblóxla vigilancia de la boca del puer- to, para la cual salían los dos destroyers al anochecer, á colocarse como centinelas avan- zados, debajo de la Socapa / del Castiflo del Morro respectivamente, y este servicio se sostuvo mientras lo permitió ei enemigo, de- jando amplio cerco de bloqueo que no fué apretado hasta el día en que verificó el primer 88 LA ESCUADRA. ESPAÑOLA bombardeo, hecho en son de reconocimiento de nuestras fortificaciones terrestres. El 3 1 de mayo, después de tomar cuantas enfilaciones y datos creyó convenientes, fué el primer día en que el enemigo salió de su apa- rente inacción. Á las doce próximamente de la mañana, rompió el fuego el Brooklyn y después el loway MassachusetSf TexaSy Amas{onas y un crucero auxiliar, tirando en su desfilada, contra las baterías de tierra, y al pasar frente á la boca, sobre el Colón, que se divisaba en el fondo del canal- Bien pronto se generalizó el fuego; nuestro buque aprovechaba sus cañones, cada vez que en el reducido espacio que podía dominar desde su puesto, descubría algún barco ene- migo; los cañones de la Socapa, tiraban siem- pre que las circunstancias se lo permitían, y aquellos malaventurados viejos cañones del Morro jugaban su débil poder, cuando buena- mente se lo consentía su reducido alcance y escasa eficacia, ventaja notable para el enemi- go de la que procuraba sacar todo el partido posible, haciendo íuego desde gran distancia. EN SANTIAGO DÉ CUBA 89 Al rededor de quince minutos duró el com- bate en este día, sin que uno solo de los pro- yectiles americanos de su gruesa artillería — única que utilizó en esté bombardeo— lograra hacer desperfectos ni en nuestros barcos, n¡ en nuestras defensas de las costas. Esta primera escaramuza puso de mani- fiesto la impunidad con que nuestros barcos podían ser heridos sin represalias que nos ■ compensaran; reflexión que^ unida á los re- fuerzos que empezaron á llegar á la escuadra americana, obligó á tomar la determinación de retirar al interior del puerto, los barcos que como el Teresa^ Colón y Oquendo quedaban más expuestos, dejando tan sólo su primitiva posición al Vis^caya, alerta siempre para cual- quier intentona. El 2 de junio señalaba el semáforo la pre- sencia de 21 barcos enemigos, de los cuales seis eran acorazados, y desde este momento el I poder de los americanos era infinitamente su- ^ perior al nuestro, imposibilitando de este modo K nuestra salida, toda vez que para efectuar ésta se hacía necesario distraer algunos de los bu- a QO LA ESCUADRA ESPAÑOLA ques enemigos, llamando su atención hacia otro lado, para lo cual no contábamos con elementos. * * En efecto, echando mano de todo el material de guerra que quedaba en la Península logró el Gobierno formar una escuadra de reserva, compuesta de dos divisiones, una de las cuales al mando del almirante Cámara, debía hacer movimientos sobre las costas de los Estados Unidos; pero su escasísimo poder no hubiera atraído seguramente todas aquellas fuerzas enemigas que eran necesarias para dejar en li- bertad de acción á los «embotellados^^ en San- tiago. Además, aquella división padecía de la mis- ma enfermedad que nuestra escuadra de las Antillas; la hetereogeneidad de elementos, for- EN SANTIAGO DE CUBA QI mada por el Carlos F, buque que se acababa de construir, y la Vítor ia^ reformada de lo antiguo y de poca velocidad, á ésta había de supeditarse la de todas las demás unidades, como sucedía en la de Cervera con el andar del Vizcaya. Los destroyers que acompañaban á la divi- sión de Cámara, serían de aplicación dudosa en las operaciones que debían de emprenderse, pues su construcción obedeció á la defensa de los buques surtos en puerto ó en la mar, con- tra torpederos, y no para el ataque de costas enemigas, de manera que más que auxiliares, hubieran sido entorpecedores de los movi- mientos de aquélla, sin contar con la situación crítica que hubieren podido crear á su almi- rante las averías análogas en cualquiera de ellos, á las sufridas por el Terror, sin hallar á rnano un puerto neutral donde dejarlo ni darle remolque con la velocidad requerida en esta dase de operaciones. El proyecto en sí no podía ser mejora tácti- camente considerado, si para ello se hubiera contado con numerosos buques de mucha ve» locidad, gran radio de acción y un fuerte poder 92 LA ESCUADRA ESPAÑOLA ofensivo^ pero como ya nada nos quedaba, lo que se pensó bien no pudo ejecutarse, y aque- llos pobres elementos que se intentaron man- dar en nuestro auxilio, fueron reclamados por '.^.., Filipinas, donde era gravísima la situación. i El 28 de mayo, anunció el Gobierno por confidencias recibidas, que el enemigo inten- taba encerrarnos, sumergiendo el casco de un buque, tomándose con este motivo todo género de precauciones y extremándose la vi- gilancia para evitarlo* En la anochecida del 2 de Junio, sin duda por alguna otra confidencia más precisa ó por haber visto durante el día á los americanos fondear algunos flotadores ó señales como para marcar la entrada del puert©, púsose de acuerdo el jefe de la escuadrilla, don Fernando Villaamil, con el oficial de marina^ alférez de EN SANTIAGO DE CUBA 93 navio, don Venancio Nardiz, que mandaba la batería de 2 cañones de 16 centímetros empla- zada en el alto de la Socapa, para que tan pronto como se viera algún barco que se apro- ximaba á la boca, presentase desde su puesto una luz verde, con la cual nos prevendría para el ataque inmediato. Las tres de la madrugada del día 3 de junio serían cuando la señal convenida anunció la presencia del Merrimac, buque mercante ele- gido por el enemigo para obstruir la boca del puerto. El buque había sido preparado para el fin propuesto por el teniente Hobson, figura sa- liente de la marina americana y hombre de in- discutible valor y temerario arrojo. En el fondo del buque y adosado á lo largo de éste llevaba una serie de torpedos provistos de espoletas eléctricas, que recibían la corrien- te de una batería de pilas situada én la cubier- ta, y cuyo funcionamiento estaba á cargo del mismo Hobson, el cual daría fuego tan pronto se llegase al sitio elegido para sumergir el cas- co. Siete hombres tan decididos como aquel que los mandaba componían la dotación, los 94 LA ESCUADRA ESPAÑOLA cuales una vez terminado el levantar la pre- sión en las calderas y con el tiempo oportuno subirían á cubierta y allí esperarían el momen- to de la inmersión para hacer su salvamento, en una balsa que llevaban al costado y que arrastraría un bote de vapor que les acom- pañaba. El New Yoj^k apoyaba esta expedición, pro- tegiendo en todo caso la retirada de aquel puñado de valientes enemigos, factores princi- pales de este acto de inconcebible audacia, para realizar el cual era necesario poner el pe- cho á la boca de los cañones. No bien fué per- cibido el S^errimac^ se rompió el fuego por el "Pluiónj cuyo primer disparo dirigido con extraordinario acierto por el alférez de navio don Carlos Boado, produjo averías en el gobier- no del buque, que desde este momento quedó fuera de la voluntad de aquel que lo dirigía, enfilando el canal y marchando con marcada lentitud. Un torpedo de fondo deshizo la popa, y en la conmoción producida por la explosión, des- truyó los mecanismos dispuestos para echar- lo á pique. \ EN SANTIAGO DE CUBA qS Tan pronto como estuvo dentro del campo de tiro, arreciaron sobre él los proyectiles de la artillería del Furor y la batería baja de la Socapa, y el MercedeSy que aprovechó con toda eficacia y á quemarropa, su cañón de 16 centímetros y los de tiro rápido situados en su proa. En medio de aquel nutrido juego, se dis- pararon torpedos del Mercedes, Furor y *P/m- tón cuando aquel entraba en la parte ancha del canal, siendo tan eficaces sus efectos, que el buque se hundió de proa y con extraordina- ria rapidez. El bote de vapor que lo acompañaba tuvo que desistir de su propósito de salvamento ante el nutrido fuego que se desarrolló, y en el alto de la Socapa se disparó sobre el Neu* Yorky que, como he dicho, apoyaba los in- tentos del Merrimac. Los ocho tripulantes pudieron ganar tierra y allí permanecieron hasta ser hechos prisio- neros por el almirante en persona cuando por la mañana recorría los barcos y baterías para \\, indagar las novedades ocurridas. 1 1 Tal fué el final de aquella epopeya enemiga I I 96 LA ESCUADRA ESPAÑOLA que á ningún fin práctico condujo, puesto que si bien sus autores entorpecieron e! canal, no lograron por completo obstruirlo como era su propósito, , .^, I PRECAUCIONES, ATAQUE INESPERADO LLUVIA DE PROYECTILES Uno ó dos días después de los hechos que acabo de relatar se aumentaron las precaucio- nes para la defensa del puerto, cruzando en e! canal una talanquera, especie de cadena de .gruesas perchas de madera que flotando y sujeta á tierra por sus dos extremos, impide la entrada de embarcaciones de pequeño porte y torpederos, caso de un ataque de éstos en noches obscuras y de cerrazón. Sin novedad digna de mencionarse llegó el ;.; I I gS LA ESCUADRA ESPAÑOLA día 6, en el cual y á las siete próximamente de su mañana, la escuadra enemiga fuerte de diez buques, rompió el fuego bombardeando el puerto y nuestras fortificaciones de la costa, desfilando en dos divisiones, una de ellas, á la derecha de la boca y otra á la izquierda de la misma, y jugando toda la artillería, tanto de grueso, como de pequeño calibre. Tres horas duró aquel bombardeo, durante las cuales cruzaron por encima de las heroicas baterías del Morro y la Socapa al rededor de 2.000 proyectiles de todas clases y calibres, que si bien no produjeron desperfectos de im- portancia en las obras de defensa, causaron daño en sus defensores que sufrieron aquel día los primeros efectos de la lucha. Mientras tanto, los que permanecíamos en los barcos, aguantábamos en nuestros puestos de combate aquella lluvia de proyectiles lan- zados á mansalva por un enemigo, que por toda contestación á su terrible artillería, en- contraba sólo dos cañones de alguna eficacia, cuales eran los de 1 6 centímetros situados en la Socapa. Oíamos el estampido 'de los cañones, y sen- EN SANTIAGO DE CUBA 99 I . ■ . ... \ ^,^l. ■ .. , > tíamos cruzar por los aires las masas de acero americanas, con su acompasada marcha las de gran calibre, con su especie de aullido í{um^ bón al traspasar los altos de la boca del puer- to, las de mediano, y con su típico seseo las más pequeñas. Caían bastantes en nuestras proximidades j unas en tierra, levantando al reventar inmen- sas cantidades de aquella y piedras que salpi- caban en el agua, como menuda lluvia; otras al estallar en el líquido formaban una gran co- lumna rematada por una á manera de aureola polvorienta, y aquellas que pasaban de largo por encima de nosotros, venían á dejar recuer- do de su marcha, con el ruido lejano de sus explosiones. Algunas bien repletas de metralla y lanzadas con espoletas de tiempo, reventa- ban en el aire, sembrando nuestros alrededo- res de pequeños balines y contorneando con sus pedazos,' el casco de nuestros buques. En medio de aquel infernal ruido se percibía con toda claridad el retumbar de los cañones de las dos baterías de tierra que se batían con verdadero heroísmo para contener con sus pobres elementos, el empuje de tan poderoso enemigo. '^': too LA ESCUADRA ESPAÑOLA Hora y media iría transcurrida desde el comienzo del combate, cuando una fuerte de- tonación se dejó oir á bordo del Mercedes, producida por una granada enemiga que ca- yendo á proa de este barco y reventando sobre la caja de municiones que allí había destinada al servicio de una de las piezas de tiro rápido emplazada en aquel sitio, la hizo explotar, cubriendo sus proximidades de muertos y he- ridos. Entre estos últimos, lo fué mortalmente el segundo comandante capitán de fragata don Emilio Acosta, valeroso jefe que al ser reco- gido áeshechas las piernas y destrozado el vientre, con la sonrisa en los labios decía á cuantos le rodeaban: ^Esto no es nada. ¡Viva España!» Escaso tiempo dio para poderle administrar los últimos auxilios, y bendiciendo la patria dejó de existir aquel bienaventurado hijo de la madre tierra, en cuyo rostro quedó grabada la serenidad del justo, huella indeleble del de- ber cumplido. También fué gravemente herido el alférez de navio señor Molins y algunos ma- rineros más. Terminado el fuego á las diez y cincuenta EN SANTIAGO DE CUBA 101 de la mañana, fué cuando pudo tenerse conoci- miento de los efectos producidos en los defen- sores de Santiago de Cuba. En la batería del Morro tuvimos herido al coronel de artillería don Salvador Díaz Ordo- ñez, 4 oficiales y 17 de tropa, y entre la Socapa y el Mercedes, t9dos de la dotación de este buque, 5 muertos y 16 heridos. El Vij{caya recibió dos cascos de granada de una que explotó muy cerca, sin que hubiera desgracias que lamentar ni averíasde impor- tancia; lo mismo ocurrió con el Furor , en una de cuyas carboneras cayó otro proyectil. Al día siguiente se procedió al entierro de las víctimas, primeras de las muchísimas que reclamaron aquellas ingratas tierras. '^^Wr' SE ESTRECHA EL BLOQUEO Desde este bombardeo en que el enemigo puso de manifiesto su inmensa superioridad y al propio tiempo pudo convencerse de la es- casez de nuestras defensas, el cerco de bloqueo fué estrechado y empezaron á iluminar du^ rante la noche la boca del puerto los proyec- tores de los buques. Por nuestra parte continuamos prestando toda la atención posible á la más estricta vigi- lancia nocturna, tanto los destroyers como las exploradoras de los buques grandes que co- operaron siempre con el Furor y Plutón en 104 LA ESCUADRA ESPAÑOLA ayuda del mejor servicio, de cuya rudeza sólo puede darse cuenta aquel que haya tenido ne- cesidad de desempeñarlo, y para demostrar la cual, citaré lo que me ocurrió una de las no- ches en que quizás fuera de mayor interés permanecer alerta. El cansancio y la fatiga de las dotaciones— á las que no podía darse más reposo que algu- nas horas durante el día— eran tales, cuando llevábamos veintiocho ó treinta noches de velar, que constantemente se hacía necesario prestar gran atención para que la gente no se durmiera en sus puestos. En una de aquellas se me dio parte de que el centinela colocado en la plataforma de proa se había dormido á pesar de llamarle la aten-* ción por segunda vez. Como he tenido por costumbre mientras permanecí en el servicio resolver por mí todos los conflictos que en mis guardias se han presentado, antes de ponerlo en conocimiento de mis jefes, evitando así en muchas ocasiones que la dureza de un severo Código inutilizase á un hombre honrado, me dirigí al sitio ocupado por el centinela en cues- tión, le sacudí vigorosamente para despertarle. EN SANTIAGO DE CUBA I05 y así que tuve la seguridad de que se daba cuenta de la persona que tenía delante, empe- cé á hacerle algunas consideraciones sobre la gravedad de la falta que había cometido y la dura pena en que incurriría— que podía ser la extrema — si el enemigo nos sorprendiese con su presencia, sin que él lo hubiera adver- tido. Terminaba mi pequeña reprensión, cuan- do aquel hombre se me vino encima y hube de ^sujetarle para que no cayera; ¡estaba profun- damente dormido! Mandé que fuera inmediatamente relevado, callé la falta porque entendí que la gravedad de esta si puede ser castigada por el Código cuando se trata de hombres en la plenitud de sus fuerzas físicas, debe considerarse leve cuan- do les abandonan sus facultades mentales, por la completa extenuación, y al siguiente día hice presente á mis superiores el estado de postra- ción de las dotaciones, de lo que ellos mismos pudieron cerciorarse. Comprendiendo la ne- cesidad de proporcionarnos el descanso preci- so, sin cuyo requisito resultaría nula nuestra importante misión, se determinó asignarnos como albergue durante el día el Ciudad de 106 L\ ESCUADBA ESPAÑOLA Méjico^ buque de la Trasatlántica que en el puerto se encontraba y cuyas amplias cámaras y espaciosos sollados nos permitieron encon- trar la comodidad suficiente para librarnos del sofocante calor que se desarrollaba en nues- tros pequeños barcos, durante las únicas horas en que podían suspenderse las faenas requeri- das por el serviciOj y de cuyo capitán y oficia- les recibimos todo género de cuidados y aten- ciones. DISCUSÍÓN DE PROYECTOS ACUERDO PRELIMINAR ENTRE CERVERA Y LINARES El día 8 reunió de nuevo el almirante la junta de jefes para oir sus opiniones con res- pecto á las operaciones futuras. El capitán de navio señor Bustamante se mostró partidario de abandonar el puerto apro- vechando el obscuro de luna reinante, disper- sando la escuadra, á cuyo fin saldrían primero los destroyers que á toda marcha pasarían por entre tos barcos que formaban el centro de la línea enemiga. Poco después, el Colón hacia el I08 LA ESCUADRA ESPAÑOLA Brooklyn que solía situarse en la extrema izquierda de la boca del puerto en la línea de bloqueo; después el Teresa contra la extrema derecha, y más tarde el Vis{caya y el Oquendo. Creía dicho jefe con tal movimiento introdu- cir desorden en las fuerzas enemigas, á favor del cual podían salvarse cuando menos un 5o por 100 de nuestros buques, y proponía como punto de reunión, la Habana, en el caso de efectuarse la salida del modo expuesto. El capitán de navio señor Concas, opinó que debía salirse tan pronto como desapareciera de la línea de bloqueo uno de los cruceros rápi- dos Brooklyn 6 New York, y en caso contra- rio, intentarse la salida en las proximidades del- novilunio, siempre con la escuadra com- pacta y á un mismo rumbo contando con que el enemigo se mantuviese á distancia de la boca del puerto. Los demás jefes explanaron sus ideas en él sentido de que dada la impunidad con que contaba la escuadra bloqueadora por la esca- sez de las defensas de la costa que le permitía acercarse hasta una milla de la boca del puerto siempre que lo conceptuara conveniente, que EN SANTIAGO DE CUBA lOQ la salida se habia dificultado con la presencia del Merrimac y que, por lo tanto, había de hacerse con lentitud que permitiría al enemigo concentrar sobre nuestros buques fuerzas muy superiores, no debía salirse mientras subsistie- ran aquellas circunstancias, y por el contrario, tomar todas aquellas precauciones posibles y resistir con la escuadra en el puerto, retenien- do ante él la mayor parte del poder naval ene- migo, el servicio más importante que aquella podía prestar para la defensa general de la Isla. Es de advertir que cuando esta junta fué convocada existía" la orden de que los cañones de la Socapa no hicieran fuego sobre los buques enemigos más que cuando estos dis- parasen, la que fué dada por el general Lina- res, con objeto de no hacer un excesivo con- sumo de municiones que no podían reponerse y de no manifestar constantemente lo limitado de nuestros elementos de defensa y ataque. Por esta razón no se explicaba Sampson, que se dejara impunemente alumbrar el canal no sólo entonces, en que sus buques se mante- nían separados de la costa á 4 ó 5 millas, sino más tarde cuando desembarcadas las fuerzas lio LA ESCUADRA ESPAÑOLA que habían de operar en tierra, estrechó el bloqueo á 2 millas permitiéndole yer con los haqes luminosos de sus focos, hasta los movi- mientos de las pequeñas embarcaciones. Por esta época quedó ya acordado en prin- cipio, entre el general Linares y el almirante, el desembarco de toda la gente posible de nues- tros buques, para cooperar con el Ejército á la mejor defensa de la plaza/ en el caso de que el enemigo la atacase por tierra. UN PROYECTIL DEL VESUVIUS LLEGADA DE UN CONVOY El i3 por la noche, hizo el enemigo algu- nos disparos sobre las costas, y el 14 por la mañana volvió á cañonear las fortificaciones, causándonos tres bajas en la Socapa, Entre los heridos se encontró el alférez de navio señor Bruquetas y tres más de ejército en el fuerte del Morro. En la noche del i5, el Vesuvius, buque dina- mitero americano^ disparó uno de sus pro- yectilesj que vino á caer entre el Mercedes ^''f^ 112 LA ESCUADRA ESPAÑOLA y el T/utó?i, y recuerdo que aquella noche, para realizar un acto del servicio,— ordenado por mi jefe señor Villaamil, — me encontraba á bordo del primero de los mencionados barcos. El efecto de la explosión fué espantoso; el buque se coamovió y vibró como cuerda de una guitarra, apagándose todas las luces y cru- giendo de tal manera que parecia iba á des- guazarse. Como pude, casi á tientas, embarqué en uno de los botes que me facilitaron y pasé al Pin- tón, buque de mi destino. Allí los efectos ha- bían sido todavía más sensibles; la conmoción extraordinaria; la gente saltó de la cubierta y algunos fueron derribados sobre ésta; las ta- pas de las carboneras que estaban situadas al costado que miraba al lado de la explosión y que ajustaban perfectamente, habían desapa- recido dentro de las mismas carboneras. Uno de los oficiales buscaba inútilmente un zapato, cuyo paradero jamás pudo averiguar, y dos individuos de la dotación regresaban á bordo después de tomar el baño más intempestivo é involuntario. Como fenómeno raro producido por estas EN SANTIAGO DE CUBA II 3 violentas explosiones, citaré q^ue las tapas de las carboneras que fueron extraídas por el des- ahogo de estas á la cámara de calderas vueltas á colocar en su sitio encajaban perfectamente. No contento el enemigo con la fechoría del VesuviuSy el i6 por la mañana rompió el fuego con ocho 'de sus buques, mantenién- dolo durante hora y media, lanzando cerca de i5oo proyectiles, cuyos efectos fueron insigni- ficantes en nuestras obras de defensa y en nuestros barcos, pero que nos causaron dos muertos y nueve heridos en la Socapa, entre los que se encontró de nuevo el alférez de navio señor Bruquetas, y un mueito, y un ofi- cial con ocho heridos en la batería del Morro , Desde este día hasta el 20, nada anormal ocurrió en la línea enemiga continuando su persistente iluminación y haciendo constantes reconocimientos sobre la costa ^ con preferen- cia en la parte de la derecha de la boca del puerto, hacia donde muchas veces oímos el estampido de sus cañones. En esta fecha se presentó delante de Santia* go el aparatoso convoy que conducía las fuer- zas americanas que habían de operar en tierra, % 114 LA ESCUADRA ESPAÑOLA cuyos buques, sumados á los que ya existían á nuestra vista, formaban un total de 63, entre los cuales se contaban 7 acorazados moder- nos. Desde este momento, la intención del ene- migo era conocida; apoderarse del puerto y de nuestras fuerzas navales. Los ataques á la costa arreciaron en aquellos puntos elegidos para su desembarco, y ante tanta fuerza, no obstante las brillantísimas de- fensas hechas por nuestro ejército, hubieron de abandonarse las posiciones ocupadas por el mismo, para impedir el objetivo de los ameri- canos. La resolución del problema planteado con el envío de nuestra escuadra á las Antillas, estaba perfectamente clara y era en tierra don- de había que buscarla, salvo que se presentase ocasión propicia para poder salir del puerto, en cuyo caso el giro de los acontecimientos hubiera cambiado completamente. Comprendiéndolo así Cervera y viendo la imposibilidad material de que se cumpliesen sus deseos ante el alud que se nos había venido encima y que en aquellas condiciones tan sólo 1 EN SANTIAGO DE CUBA Il5 II I i i i w iiw ■ i»ii i i-i- ■ ■!■ n ■111- I I m ili i^i n i podía conducirnos á un desastre cuya respon- sabilidad jamás hubiera aceptado, desembarcó toda la gente posible hasta donde llegaron los fusiles y formó el decidido propósito de luchar sin tregua ni descanso destruyendo los bar- cos, si era menester, antes que rendirlos y entregarlos al enemigo, resolución que comu- nicó al Gobierno en 23 de junio, un día después de aquel en que los americanos se apoderaban de Daiquiri y fecha en la que tomaban pose- sión de Siboney. PROYECTOS DE VOLADURA Ordenes en contrario- Llegada de refuerzos, — Sin víveres. Las fuerzas de marinería que fueron desem- barcadas en la noche del 22 se componían de un total de mil hombres con la artillería de desembarco del Colón, única de la que podía disponerse, pues e! Teresa carecía de ella y las del Oquendo y el Vi.^caya estaban inutili- zadas, al mando del capitán de navio Jefe de Ep M, de la escuadra don Joaquín Bustamante, y que ocuparon el 23 aquellas posiciones qué Il8 LA ESCUADRA ESPAÑOLA le fueron encomendadas por el general Linares para la mejor defensa del recinto, Al restar de las dotaciones esta importante cifraj es claro que el servicio de vigilancia hubo de resentirse, especialmente el nocturno en- comendado á los destroyers, cuya marinería fué desembarcada casi en su totalidad. Por consecuencia de esta falta de personal y para evitar los inconvenientes de la misma, se redoblaron las defensas submarinas con tor- pedos mecánicos <íBustamante», supliendo en parte con esto aquella dificultad. El día 24 se recibió la acordada del Gobierno disponiendo que con objeto de dar unidad á ia dirección de la guerra, debía considerarse Cer- vera como subordinado del General en jefe y proceder de este modo coadyuvando siempre al mejor resultado de los planes formados por aquél. EN SANTIAGO DE CUBA HQ Este mismo día Ja columna de Linares, des- pués de ruda y sostenida lucha, se replegaba sobre las defensas exteriores del recinto donde había de esperar refuerzos para poder tomar la ofensiva- El 25 recibí la orden de m¡ jefe don Fernan- do Villaamil para que en unión del alférez de navio don Venancio Nardiz, estudiáramos y propusiésemos un plan que permitiera volar nuestros barcos en un caso determinado, con- tando con los elementos que existían á bordo. En la misma fecha una comisión del ejército, á cuyo frente figuraba el coronel Ordoñez, re- conoció la artillería de nuestros buques^ con objeto de ver la aplicación que pudiera dársela en tierra para la defensa de la plaza; hechos que prueban que el plan de Cervera del que eran solidarios todos sus comandantes, pros- peraba, y únicamente en tierra habría de bus- carse la solución del conflicto. Para probar hasta qué extremo asi se creía, citaré lo que el inolvidable Villaamil me dijo cuando le pregunté lo que opinaba que debía hacerse en las críticas circunstancias en qiie nos encontrábamos- lio LA ESCUADRA ESPAÑOLA «Creo positivamente, me contestó, que lo oportuno seria desembarcar toda la artillería posible y emplazarla en tierra; dejar tan sólo en los barcos la gente imprescindiblemente necesaria para combatir caso de una inten- tona de los americanos, y el resto pelear en tierra hasta que no quedara un solo hombre, volando los barcos en último extremo. í^ Y cuando le pedí su parecer acerca de la sa- lida de la escuadra, me dijo: E CUBA '169 y no del Qlowcester sólo (como equivocada- mente se dijo), que siguieron lanzando sobre nosotros toda clase de proyectiles. Bajó entonces del puente el señor Villaamil en unión del señor Carlier y el práctico y, examinando el estado del destróyer y viendo que con rapidez se iba á pique, ordenó á la muy mermada tripulación que todo el que supiese nadar ganara tierra mandando arriar la canoa para que se salvasen en ella los que no supieran, operación que ya no pudo efec- tuarse. Transcurrido breve intervalo, solamente quedamos á bordo siete personas; el señor Villaamil, el señor Carlier herido en una pierna, que se negó terminantemente á recibir los au- xilios que queríamos prestarle los que le ro- deábamos, el maquinista mayor señor Cuenca, el primero Antonio Guerrero, gravemente heri- do, que murió después á mi lado en la sala de operaciones del Hospital y dos fogoneros. El señor Villaamil que se hallaba entonces en la popa, se dirigió á proa, observando con detenimiento las escenas de horror y los.estra- gos producidos en aqudla cubierta sembrada 170 LA. ESCUADRA ESPAÑOLA de cadáveres y restos humanos imposibles de identificar; en el camino encontró al fogonero Tomás Manzanares al que preguntó: —¿Y tú, no te marchas? —No sé nadar, don Fernando,— le contestó. — Entonces— le replicó éste — vale más morir á bordo que no ahogado. Tales fueron sus últimas palabras; subió la pequeña escala que daba acceso á la platafor- ma y al llegar á la altura del cañón que allí estaba colocado, explotó la granada que le causó la muerte. Empezaba yo á subir la escala y fui también herido por el mismo proyectil, quedando inuti- lizado y por el pronto ciego, pero no perdí el conocimiento y al ver que no contestaba á mis repetidos llamamientos y recordando que el comandante señbr Carlier había bajado al so- llado para socorrer al maquinista herido, le llamé coo insistencia y viniendo á mi lado con uno de los fogoneros, confirmaron la muerte del señor Villaaniil prestándome sus auxilios. Tomás Manzanares que permaneció junto á nosotros, fué alcanzado por los cascos del minino proyectil que le privaron de la vida. .*!!?',**• ^ EN SANTIAGO DE CUBA 171 Trascurridos algunos instantes, fuimos re- cogidos los que á bordo quedábamos por un bote del Glowcester; cuando estuvimos sepa- rados algunos metros del Furor explotaron los pañoles de pólvora, sumergiéndose el des- tróyer, sirviendo de féretro á nuestro malo- grado jefe y de sepultura el mar á' una de las más legítimas esperanzas de la marina y de la Patria. El PlutÓHf al mando del teniente de navio de primera clase don Pedro Vázquez que se- guía nuestras aguas con arreglo á las instruc- ciones recibidas, se vio envuelto desde un prin- cipio en la imponente lluvia de acero, con que el enemigo nos cubrió constantemente, reci- biendo proyectiles de toda clase, entre ellos uno de gran calibre que atravesando el sollado de proa, originó una gran vía de agua que al inun- dar este departamento hizo hocicar el buque; otros varios inutilizaron las calderas, deshicie- ron la popa V prendieron fuego á las cámaras; su dotación se hallaba mermadísima y en tales circunstancias faltó el gobierno del buque cuya ida á pique hubiera sido inevitable, si la falta del timón no le hubiera conducido á estrellarse 17^ LA ESCUADRA ESPAÑOLA sobre la costa, donde quedó embarrancado y en cuya situación las esplosiones posteriores lo dejaron completamente inútil. «La historia gloriosa de estos dos pequeños barcos, dice el almirante Cervera en su parte del combate, es tan grande en uno como en otro y en ambos como no puede pedir más ni el más exigente». Así lo confirmó el número de bajas que su- peró al 5o por ciento del total de sus dotacio- nes, y así lo demuestra el solo hecho de salir á la clara luz del día, para acometer á aquellas fuerzas infinitamente superiores, secundando las órdenes recibidas y llevando por guía el elevado espíritu de un jefe heroico, cuyo ideal fué tan solo el de unir su acción á la de los demás compañeros, para realizar el acto de mayor abnegación y disciplina sublime que la historia registra en los anales de la marina. RAZA DE HÉROES No es posible repasar en la memoria los tris- tes sucesos de aquel memorable día sin que á ella acudan los nombres de muchos héroes cu- yos hechos, por sí solos, bastan para justificar las inapreciables cualidades de una raza digna por todos conceptos de mejor suerte, que la que hasta hoy guió la marcha de sus destinos. No pueden recordarse los últimos momentos del Oquendo que precedieron á su voladura y completa destrucción, sin que á la mente 174 LA ESCUADRA ESPAÑOLA , acuda el nombre de su heroico comandante don Juan B. Lazaga; de aquel jefe en quien se reunían extraordinarias dotes de mando, resal- tando con extraordinaria precisión la modestia del sabio y el valor del soldado; de aquel que viendo el buque próximo al más horrible de los espectáculos después de ser embarrancado, di- rigió en persona desde la proa del barco, único lugar hasta entonces respetado por las llamas, el salvamento de su gente y allí permaneció siempre, desechando toda idea de propia sal- vación, sin que hubiera ruegos posibles para convencerle de que abandonara su propósito y cuando ya solamente quedaban á su lado al- gunos individuos de la dotación, se le vio lle- varse las manos al pecho y caer sobre cubierta al parecer preso de un ataque de disnea. El primer contramaestre don Luis Rodríguez y el primer maquinista don Juan Pantifi que se ha- llaban próximos, le prestaron sus auxilios y cuando el aspecto los convenció de su muerte, cubrieron el cadáver con una bandera antes de abandonarlo. Así se cumplieron los deseas de Lazaga de morir en su puesto, dando ejemplo de abnega- EN SANTIAGO BG CUBA tjb ción sublime prefiriendo á las aspiraciones de la vida una bandera como mortaja y por fére- tro los pedazos de su barco con tanto esmero cuidados en la paz^ como heroicamente defen- didos en la guerra. De raza de bravos procede y no dejaré de citar la hermosa frase con que mi compañero, el entonces alférez de navio don Luis Fajardo, dio testimonio de que en nada había desmere- cido de sus antepasados. Alcanzado por un proyectil q»ie le cercenó el brazo izquierdo, dejándoselo suspendido por un colgajo insig*- nificante, pasó á la enfermería donde encontró á su comandante don Antonio Eulate herido; preguntado por éste, qué le ocurría, contestó, en medio de sus horribles sufrimientos: 17^ LA ESCUADRA ESPAÑOLA — Me han quitado un brazo, no importa, aun me queda otro para la Patria, Recogido más tarde por un bote del lou^a, al subir á bordo de este buque sin admitir 'ayuda de nadie y al presentarse atconiandan- te y oficialidad americana, saludó con la misma impavidez que pudiera haberlo hecho en un día de cumplimentar, sin que denotara su rostro los tremendos dolores de su mutilado cuerpo. De citar es también, para imperecedero re- recuerdo de su memoria, el hecho del guardia marina don Enrique Saralegui. Joven, casi un niño, permaneció en su puesto de combate has- ta que la metralla enemiga, le destrozó las piernas y hubo de ser recogido y conducido á la enfermería; allí auxiliado por el padre cape- EN SANTIAGO DE CUBA 1 77 Uán veía llegar sus últimos instantes con la admirable tranquilidad del hombre más animo- so, llorando la pérdida de su buque, y cuando las sombras de la muerte se cernían sobre su cabeza, reuniendo sus últimas y extenuadas fuerzas preguntó á su auxiliador espiritual: — Padre, ¿cree usted que he cumplido con mi deber? « * Otro hecho de extraordinario valor es el realizado por el condestable Or jales, de la dotación del Vijfcaj^a, que sorprendido el día anterior al del combate en estado de no com- pleto discernimiento, fué duramente reprendi- do por su comandante, quién al ordenarle que se retirara, le dijo: —Mañana salimos á luchar y abrigo la 12 178 LA ESCUADRA ESPAÑOLA ' m i I. — I.. I . II «I w I . I I I esperanza de que sabrá usted lavar esta gra- vísima falta. Tenía aquel su puesto en la batería donde una granada enemiga cayó sin hacer explosión; el peligro era inminente, si reventaba ésta, para cuantos en sus proximidades se hallaban. Orjales sin vacilar un momento se lanza sobre ella, la coje marchando en buáca de su coman- dante cuya atención llama repetidas veces y sosteniendo entre sus brazos el proyectil y cuando tuvo la seguridad de ser visto por aquél, la arrojó al mar exclamando: —Ya la lavé, mi comandante. Otros muchísimos hechos tuvieron lugar, de cuyos protagonistas no recuerdo el nombre, pero tengo la seguridad de que con el tiempo serán dados á conocer por testigos presencia- les para que sean esculpidos como se debe en el libro de la historia y antes de terminar esta narración para pasar á relatar otros hechos no dejaré de rendir el merecido tributo de admi- ración y respeto hacia aquel Condestable ape- llidado Zaragoza, que sintiéndose morir su- plicaba un pedazo de la bandera de la Patria para envolver su destrozado vientre. / EN SANTIAGO DE CUBA 179 De índole distinta, son los dos hechos que voy á relatar, que por ser ejecutados en pre- sencia del enemigo, con posterioridad al com- bate, influyeron no poco en la admiración que aquel sintió siempre por los vencidos. Al darse por el señor Villaamü la orden de abandonar el Furor y en el momento de arro- jarse al agua para ganar la costa el alférez de navio don José Noval, de la dotación de este buque, fué alcanzado por la hélice que aun funcionaba cortándole á cercén el pie derecho, poco más arriba del tobillo. Con increíble tran- quilidad afirmó el chaleco salva- vidas que lle- vaba puesto y siguió nadando, pudiendo, gra- cias á los auxilios que le prestó un marinero, quedar en tierra. La abundantísima hemorragia que se pre- 1 8o LA ESCUADRA ESPAÑOLA sentó en la íremenda herida, logró contenerla con un compresor improvisado de una correa y algunos trozos de su camisa que arrancó, y en esta situación, en medio de los más horri- bles sufrimientos tuvo que pernjaneqer hasta la caída de la tarde en que después de una por- ción de peripecias' que no son del caso men- cionar, pudo ser recogido por los americanos. Conducido al Indianay fué llevado inmedia- tamente á la mesa de operaciones para pro- ceder á la amputación perfecta de lo que tan irregularmente había hecho la hélice; rodeado dfi oficialidad yante numerosos marineros que se apiñaban curiosos en una gran escotilla que caía encima de la enfermería, se procedió á la operación quirúrgica, empezando por la ad- ministración del cloroformo. Pocos momentos después, se comprendió que este anestésico, podía llegar á producir un desenlace funesto, por la extremada debilidad y excitación del enfermo y entonces hubo que suspenderle. Difícil es describir lo que pasaría en aquella poderosa alma, encerrada en el cuerpo de un joven de 20 años, cuando al volver á la vida y sentir la dura sierra penetrar en sus huesos esclamaba: EN SANTIAGO DE CUBA l8l — ¿Qué me están haciendo? Y viendo los numerosos espectadores que tenía delante, reunió todas sus debilitadas fuer- zas y desde aquel momento ni la más ligera queja acusóv los horribles dolores producidos por la operación. Terminada ésta y al coser el muñón de la parte operada se vio que el hueso quedaba largo, por lo que hubo necesidad de proceder á nuevo corte que resistió con la misma ente- reza y valor que el primero; el nombre de este oficial fué elogiado en la prensa americana, citándolo como uno de los ejemplos de mayor sufrimiento y valentía conocidos. El médico don Nicolás Gómez Tornell, de la dotación del Vií{caya, tenía á su cargo la ' enfermería alta de combate, á donde fué con- 1 82 LA ESCUADRA ESPAÑOLA ducido el ya citado oficial don Luis Fajardo. La amistad que unía á ambos y la admira- ción que Fajardo sentía por los conocimientos profesionales de su amigo, hicieron que le re- comendase con encarecimiento que la amputa- ción á que necesariamente tenía que ser some- tido, fuese él quien la ejecutase. Pocos instantes después una granada que estalló en la enfermería, hirió gravemente á nuestro doctor, que no por eso dejó de seguir prestando sus servicios á los heridos en medio de la lucha. Recogidos por un bote del lowüy á la termi- nación d<^l combate, pasaron ambos oficiales á bordo de dicho buque en donde los médicos americanos condujeron á Fajardo á la enfer- mería para prestarle los auxilios necesarios. Gómez Tornell, los siguió, y fiel á la promesa hecha, sin demostración alguna que pudiera advertir á nadie de la penetrante herida que atravesaba su brazo derecho y á falta del co- nocimiento del idioma, fué tomando de manos de sus compañeros de profesión los instrumen- tos necesarios é insensiblemente se hizo dueño de la operación por aquellos empezada. EN SANTIAGO DE CUBA 1 83 Comprendiéndolo así los médicos del buque se retiraron para acudir en auxilio de otros muchos heridos que habían sido conducidos á bordo y cuyo estado reclamaba también cui- dados especiales, dejando solo á nuestro doc- tor que con U ayuda de un practicante, tam- bién del Vi!{cayay y que pudo prestarle el alférez de navio señor Sobrini, continuó su trabajo. ' Los intensos dolores que en su herido brazo sentía el doctor, aumentaban con los esfuerzos necesarios á que tenían que ser sometidos sus desgarrados miembros; la hinchazón aumen- taba por momentos, las fuerzas faltaban, pero sin embargo, aquella mano casi abotagada rasgaba con el bisturí, cortaba con la sierra y ejecutaba todos los detalles de la delicada ope- ración con igual destreza, con el mismo aplo- mo, con que lo hiciera en uno de isus mejores días. Cuando terminó la amputación del brazo de su amigo, los sufrimientos del suyo eran ho- rrorosos y entonces fué cuando al presentarse á los médicos americanos pudieron estos apre- ciar la importancia de la herida quedando ad- 184 LA ESCUADRA ESPAÑOLA mirados de que en tal estado le fuera posible á Gómez Tornell ejecutar trabajo alguno; y es que, como en el caso qué cito, no hay sufri- miento que no ahoguen el valor y la resigna- ción cuando uno y otra se inspiran en la más alta idea del deber y la amistad.^ EPILOGO Cortesanía americana, — Regreso á la PATRIA. — Historia de una sortija. No podía pasar inadvertida para los ameri- canos la inmensa superioridad de sus fuerzas respecto de las nuestras en una lucha tan des- igual como inútil, ni ocultárseles lo que en cuanto á disciplina y abnegación representaba nuestra imprudente salida, así como dejar de impresionar el ánimo de aquellos, el espec- táculo aterrador producido por sus proyectiles en nuestros buques, cuyos destruidos restos l86 LA ESCUADRA ESPAÑOLA ponían de manifiesto su debilidad; no era po- sible que despertara en ellos todas las alegrías de la victoria la contemplación de un enemigo al que no fué factible hallar .en el combate ni la más pequeña compensación de su derrota y así, reconocidas y unidas todas estas obser- vaciones, hicieron nacer en el corazón de nuestros vencedores tal espíritu de admiración y respeto hacia los vencidos que desde un principio dieron muestras de una generosidad é hidalguía con losprisioneros, comoquizás no se registren ijguales en la historia de las guerras. En todos los barcos á donde fueron conduci- das nuestra oficialidad y marinería, se supri- mieron los vítores y manifestaciones de júbilo que pudieran herirnos en nuestra honda amar- gura, haciéndonos objeto de las más entusias- tas felicitaciones por nuestro comportamiento en la acción y desprendiéndose con sin igual generosidad no solamente de aquellos artícu- los, propiedad del Estado, que nos fueron ne- cesarios, sino también de los de su particular posesión que á porfía se esforzaban en darnos. Nuestro almirante fué recibido con todos los honores que á su gerarquía correspondían, y EN SANTIAGO DE CUBA 1 87 al comandante del Vi^caya^ señor Eulate, le hicieron conservar sus armas de las que el comandante del lowa^ buque al que fué con- ducido, no quiso despojarle para que las con- servase como trofeo de su brillante defensa, y á las que dijo no tener derecho, porque nues- tro crucero no se había rendido sólo á su buque sino á cuatro acorazados. A estas pruebas de exquisita delicadeza que en general se daban á todos, hay que agregar el gran cariño, el infinito amor con que fueron auxiliados los heridos á quienes prestaron ex- tremada atención y en cuyo trato dejaron sen- tir toda la nobleza con que adornarse puede un pueblo generoso. Yo recuerdo, — y perdonen mis oyentes que personalice algo, — que cuando fui recogido y llevado al Glowcester^ donde se me hizo una cura provisional por carecerse de elementos, para hacerla completa y por exigir mi gravísi- mo estado el más absoluto reposo, mandó el médico á uno de los marineros americanos que permaneciera á mi lado para impedirme todo movimiento. Aquel hombre que momentos antes tiraría 1 88 LA ESCUADRA ESPAÑOLA de la piola de un cañón para enviarnos la muerte envuelta en un pedazo de acero, cuan- do en las horas de irritantes dolores, mis ex- tenuadas fuerzas reclamaban el auxilio de las suyas, fuertes y vigorosas, al acercar á mis abrasados labios alguna taza de caldo ó un vaso de agua con brandy, procuraba con los solícitos cuidados de un hermano cariñoso ali- viar en lo posible las terribles augustias de aquellos momentos. En sus entrecortadas palabras adiviné, en más de una ocasión á través de los vendajes que cubrían mis ojos, lágrimas en los suyos, lágrimas verdaderas, representación elevadísi- ma de la compasión que aquel enemigo victo- rioso sentía por nuestra desgracia. En la tarde del 3 fuimos divididos los pi|i- sioneros en tres grupos: uno compuesto d^ nuestro almirante, general segundo jefe y ofi- EN SANTIAGO DE CUBA 1 89 cialidad á bordo ,del San Luis y otro formado del grueso de la marinería y algunos oficiales en el Harward y el grupo de heridos graves en los buques hospitales. Yo formé parte de una quincena que fuimos conducidos al Olivet y allí tuve la suerte de encontrar y ser asistido por el doctor Gómez de la Torre, medicó cubano agregado á la Cruz roja americana, á cuya hábil operación y exquisitos cuidados^ puedo decir que debo la vida. En este buque permanecimos cinco días pa- sados los cuales nos transbordaron al Solace^ buque hospital, montado con verdadero lujo y extraordinaria suntuosidad que después de una feliz travesía, durante la cual fuimos objeto de todo género de atenciones, tanto por parte de los médicos encargados de nuestra curación, como por parte de la oficialidad del barco, nos dejó en Norfolk, en cuyo soberbio hospital naval quedamos definitivamente instalados y á donde desde un principio llegaron tanto las muestras de simpatía y respeto del pueblo americano, como aquellas que encerraban el deseo de su gobierno de hacer nuestra prisión lo más Uevadera'posible. 1 90 LA ESCUADRA ESPAÑOLA Las mismas mujeres norteamericanas, que á la severidad del hombre para las luchas de la vida, unen la más exquisita delicadeza para la caridad y el amor, dejaron sentir los consuelos de estas inestimables propiedades del alma y así á las veinticuatro horas de nuestra estan- cia en el hospital entregaron ropas para todos los heridos; constantemente recibíamos flores que alegraban njuestras habitaciones y sabro- sos platos preparados con el esmero y cuidado de una madre cariñosa y los jueves, por regla general, organizaban conciertos en el salón de de música, con el cual se hacían cortas algu- nas horas de nuestro cautiverio. Dos médicos eminentes de la marina ameri- cana, doctor Cay y doctor Huntington, se en- cargaron de nuestra curación, en la que mos- traron el más grande interés, digno del mayor elogio, cumpliendo además el áagrado deber de ser para nosotros amigos y consuelo en medio de tanto horror y tanta desgracia. El cuidado de los enfermos durante el día estaba á cargo de las nurses. especie de practi- cantes cuyos conocimientos y habilidad eran en extremo notables. EN SANTIAGO DE CÜ3A IQI No quedaba reducida la misión de estas da- mas á la materialidad de una cura antisépti- ca; eran compañeras inseparables, verdaderas hermanas llenas de amorosa atracción hacia sus pacientes, llevando á tal extremo el cumpli- miento de su deber, que en nad'a podían echar- se de menos las más solícitas atenciones del propio hogar. Durante la noche y gracias á una deferencia del gobierno americano, por la cual se que^ brantaba el reglamento del hospital que lo prohibía terminantemente, velaron nuestro do- lor las hermanas de la Caridad, cuyos servi- cios y consuelos jamás podremos olvidar cuan- tos allí permanecimos, y para demostrar á que punto llegó el interés puesto por esta santa institución en nuestro obsequio, citaré el caso de que en la inmensa extensión del territorio de los Estados Unidos se buscó y trajo á nuestro lado la única persona de la Orden que, nacida de padres españoles, hablaba nuestro idioma. 192 LA ESCUADRA ESPAÑOLA En los primeros días de permanencia en el Hospital, llegaron hasta nosotros los ecos de nuestra mala fortuna al abandonar el puerto de Santiago de Cuba para salir á una segura destrucción en las circunstancias de mayor inoportunidad. El general Shafter que mandaba en jefe las fuerzas expedicionarias americanas, después de las luchas del día i,^ de Julio que le hicieron dueño de las posiciones del Caney y San Juan, á costa de numerosas pérdidas en sus tropas, no pudo durante la dura jornada del día 2, avanzar ni un solo paso. El decidido propósito de nuestros soldados de defender, el terreno pal- mo á palmo y el clima insano de Cuba, cuyos efectos empezaban á dejarse sentir en nuestros adversarios, de tal modo abatieron el ánimo de Shafter, que el día 3 por la mañana, antes de la salida de nuestros buques, telegrafiaba á su Gobierno en el sentido de retirarse de las posiciones ocupadas en espera de refuerzos EN ^NTIAOO DE CUBA I9J con que poder emprender operaciones decisi- vas contra Santiago. Al mismo tiempo, y esto da idea del aniqui* lamiento moral del general en jefe, pedia á Sampson que forzase el puerto con su escua- dra, operación que creía le sería fácil conse- guir con menos victimas que las que á él pro- porcionaba el avance sobre el recinto. Á la primera de dichas proposiciones opuso el veto el ministro de la Guerra americano, en- careciendo se conservasen las posiciones con- quistadas y á la segunda contestó Sampson que le era imposible penetrar en el puerto mientras no se levantaran las defensas subma- rinas, pero no obstante, si su deseo era que forzase el puerto, se prepararía á hacerlo. Tal era la situación de ánimo de nuestros contrarios en el momento en que, obedeciendo una orden fatal, los barcos españoles abando- naban el puerto. {Quién sabe si en aquel decai- miento y vacilaciones de Shafter, influyó no poco el temor de encontrar en el recinto de la población las defensas que la marina pudo y pensó proporcíonarl Quizás la realización de este proyecto hu- 18 194 ^^ ESCUADRA ESPAÑOLA biera hecho que cambiasen las circunstanciad, y aún el criterio de aquellos que eran parti- darios y siguen defendiendo la descabellada idea, causa de nuestra destrucción. Era evidente que «el dios Éxito de las cam- pañas se declaraba siempre en favor de nues- tros enemigos. En Annápolis, en la Academia Naval á don- de se condujo á nuestro almirante y el grueso de la oficialidad, fueron objeto unos y otros de todo género de atenciones, tatito de parte de la oficialidad americana como de la pobla- ción, que en todos casos prodigó pruebas de la mayor bondad y simpatía por nosotros, y el gobierno de los Estados Unidos, dando una nota de extremada cortesía, nombró Super- EN SANTIAGO DE CUBA igS intendente de la Academia al contralmirante Nac-Nair, con objeto de que Cervera no estu- viese á las órdenes de un oficial de menor ca- tegoría. En Portsmouth quedaron instaladas la ofi- cialialidad y marinería conducidas á bordo del Harwardy buque en el que tuvo lugar un in- cidente tan enojoso como desgraciado, que costó la vida á seis de nuestros marineros, siendo heridos catorce de los mismos (i). En dicho punto el bienestar y las consideraciones no fueron las mismas que en Annápolis y Norfolk, notándose rozamientos con nuestros enemigos que pusieron de manifiesto el deseo de alguien de hacer sentir á los prisioneros todo el peso de su desgracia, no llenando así las aspiraciones de las altas esferas guberna- mentales, que en todo caso probaron ser la de convertir nuestro cautiverio en una agradable estancia. En la visita que, previa la autorización del Gobierno, hizo el almirante Cervera al punto de referencia pudo apreciar todas las deficien- (1) VéMo lo oearrído al final da esta obra, aegúo la doeaman- taeión oíleial dal almirante Oarvara* 196 LA ESCUADRA ESPAÑOLA mnUi M U IM W ■ 'wr*» > I».. ■ — ■- mm " ■■■■ I-i !■ ■■- ■ r - mm i ■¡■■■i 111 cías en la instalación de sus subordinados, especialmente en las que afectaban al decoro de nuestra oficialidad, y puestas estas obser- vaciones en conocimiento del jefe del arsenal C. A. Carpenter, dio este señor las oportunas órdenes para que fueran mejorados los aloja- mientos, y hasta creo que cesaron las tirante- ces tan mortificantes para quien no podía tener el derecho de protestar. * * * El 3 1 de agosto nos concedió el Gobierno americano la libertad incondicional, y desde este momento empezaron las gestiones para nuestro regresó á España, contratándose al efecto en Nueva York el vapor City of Rotne, en el que todos habíamos de ser conducidos. EN SANTIAGO DE CUBA IQJ -— —, ..X- ... ^ . . ■-*. . ii,.i , ,ii El transporte de los heridos desde el hospi- tal de Norfolk al punto de salida se hizo con toda comodidad y economía gracias á los des- interesados servicios prestados por el señor Arthur C. Humphreys, vicecónsul nuestro hasta que estalló la guerra, y que fué para nosotros, durante la estancia en el hospital, más que servicial amigo hermano cariñoso. Desde Annápolis marcharon también á Nue- va York nuestro almirante y oficialidad, sien- do objeto por todas partes donde pasaron, de las mayores pruebas de simpatía, que en oca- siones llegaron á traducirse en manifestaciones imponentes.' Desde Nueva York se dirigió el City of Rome á Portsmouth, en cuyo puerto recogi- mos el resto de nuestros compañeros, verifi- cándose el embarque pronta y felizmente, merced á los muy eficaces auxilios prestados por las autoridades americanas, y al mediar el día 12 emprendíamos el regreso á España después de ser objeto de una cariñosa despe- dida. ^ Antes de terminar esta mal hilvanada narra- ción de tan larga y triste serie de infortunios, 198 LA ESCUADRA ESPAÑOLA quiero consignar un hecho que me ocurrió y que pone de maniñesto la envidiable actividad de los norteamericanos y el buen deseo que mostraron siempre por servirnos en todo. Cuando fui recogido por el bote del Glow^ cestery que vino á bordo del Furor á la termi- nación del combate, el oficial americano que lo comandaba recogió de mi mano una sortija que llevaba en ella, sin duda para evitar algún abuso de los que en las guerras son frecuentes. Deseoso yo de conservar esta alhaja por ser un recuerdo de familia, hice presente al direc- tor del hospital, doctor Clevorne, mis preten- siones días antes de nuestra salida de este establecimiento y sin más detalles que los expuestos, pues ni pude ver al oficial ni saber cuál era su graduación, empezó sus gestiones cuyos resultados fueron una carta recibida en Nueva York, en la cual se me decía que la sortija caminaba en mi busca. Como el tiempo que permanecimos en este puerto y el de Portsmouth fué muy corto, no hubo posibilidad de que^ en ninguno de ellos llegara á mi poder; pero & mi regreso á la madre patria recibí una cajita lacrada por la EM Sl\NTIAQO DE CUBA IQ9 '■■" '' \ ... I — ■ ■ I. ■ I .1- III I - I . Embajada francesa, conteniendo la sortija tal y como se hallaba cuando la recogió el oficial americano, con las suciedades del fogonazo que la quemó y las rojas manchas de sangre con que mis heridas la tiñeron. Una carta de mi salvador la acompañaba en que me felici- taba cordialmente por mi curación y en que me deseaba todo género de felicidades para mi y de prosperidad para mi nación. El 20 de septiembre, después de un felicísi- mo viaje y con el contento consiguiente al volver á pisar la amada patria, llegamos á Santander, donde nuestro recibimiento fué la nota elevada con que un pueblo culto y gene- roso pudo harmonizar el dolor de la derrota y el respeto hacia los irresponsables de ella. En Madrid, donde el Gobierno reside, se tomaron todo género de precauciones, hacién- 200 I^A ESCUADRA EMANÓLA dose un inútil alarde de fuerza, como si se tratase de evitar algún desorden, alguna agre- sión quizá, demostrándose así por una vez más el desconocimiento total que nuestros gobernantes tienen de las condiciones del pue- blo cuyos destinos rigen, y en especial de los sentimientos de hidalguía y delicadeza que siempre adornaron á la heroica Villa en que tuve la honra de nacer. DOCUMENTO QUE SE CITA «Excmo. Sr.: Como persona más caracteri- zada de los prisioneros recogidos por el cruce- ro auxiliar de los Estados Unidos Harward^ tengo el honor de dar cuenta á V. E. de todo lo sucedido desde el momento en que me se- pararon de V. E. en la playa.— Una vez en tierra toda la gente que quedaba del Infanta María Teresa, incluso los heridos^ nos dirigi- mos hacia el interior de la manigua^ en donde encontramos un sitio despejado donde estar al resguardo de las explosiones del buque, y en el que podríamos establecer un campamento si hubiéramos de pernoctar. — Á las tres de la tarde próximamente apareció un teniente de 202 LA ESCUADRA ESPAÑOLA . f navio de la Marina americana, acompañado de una pequeña fuerza armada de marinería y con víveres en abundancia para más de un día, el cual nos anunció, después de preguntar con gran insistencia si habíamos sido maltratados por los insurrectos, que quedábamos bajo la protección de su bandera hasta el siguiente día que vendría á recogernos un buque grande. Dicho buque, que resultó ser el Harward, llegó aquella misma tarde y envió sus botes á recogernos, haciéndose el embarque con algu- na dificultad á causa de la mar que ya rompía bastante. Estando en la operación del embar- co, llegaron unos 25o hombres del Oquendo^ que habían estado detenidos en el campamen- to del cabecilla insurrectp Cebrero, los cuales también fueron recogidos por el Harward. Llegados á este buque á las nueve de la no<^ che, se proveyó á cada oficial de una muda de faen^* y zapatos y se nos señaló alojamiento en la cámara de primera clase, dándonos la orden de que debíamos permanecer en los alojamien- tos desde las diez de la noche hasta las seis de la mañana, sin que pudiéramos durante el día comunicar con las clases y marinería qu^ EN SANTIAGO DE CUBA 203 habían sido colocados á popa en la cubierta superior. Los heridos fueron curados aquella noche en la cubierta del buque por los médi- cos del mismo, ayudados ppr los del Oquendo, Guinea y Parra, y transbordados en la mañana del siguiente día 4 al buque-hospital Solace. Á pesar de haberlo gestionado con ahinco , no fué posible conseguir que separasen las clases de la marinería, continuando todos reunidos, acorralados se puede decir, á popa, y vigilados por soldados voluntarios del Massachusets.— En este día 4 se hizo la lista de todo el perso- nal prisionero, la cual, con las alteraciones ocurridas hasta el día del desembarco en Port- mouth N. H., tengo el honor de incluir á Vue- cencia. — Á las dos de la mañana del día 5, es- tando en mi camarote, fui llamado á la cámara del comandante del buque, Captain S. Cotton. — Este señor, en presencia del segundo co- mandante, me manifestó su pesar por los gra- ves acontecimientos que habían ocurrido á bordo hacía una hora y que dieron por resul- tado la muerte, á mano airada , de algunos prisioneros. Según las averiguaciones hechas por el comandante y que me comunicó, lo 204 ^A ESCUADRA ESPAÑOLA sucedido fué lo siguiente: Un prisionero, á las once y treinta minutos de aquella noche^ tras- pasó haoia proa los limites que tenían señala- dos por medio de unos cabos tendidos de babor á estribor. El centinela le ordenó que retrocediera, y mostrando el prisionero resis- tencia á hacerlo le hizo fuego. Al ruido se des- pertaron los 600 hombres que, repito, estaban amontonados á popa y se levantaron con la natural excitación; la guardia, que estaba so- bre las armas, les ordenó que se sentaran y como no obedecieran les hizo una descarga que produjo 5 muertos y unos 14 heridos, dando también lugar á que mucha gente se tirara al agua. Estos últimos fueron recogidos por los botes del buque. Después de haber terminado de hablar él comandante, le hice presente lo que deplpraba el hecho; que, desde luego, podía asegurar que nuestra gente era incapaz de haber dado lugar á que se la hicie- ra fuego; que la desobediencia al centinela pri- mero y á la guardia después, sería debida al desconocimiento del idioma y que si la guar- dia en vez de ser de voluntarios hubiese sido del ejército regular, seguramente no hubiera EN SANTIAGO DE CUBA 205 ocurrido nada. Como durante el tiempo que permanecimos en el Haryvard no se nos per- mitió comunicar con nuestra gente, no he po- dido enterarme por ella de lo ocurrido aquella noche. Solamente pude hablar un momento con el Contramaestre de víveres del Teresa^ y éste me dijo que la gente se había levantado asustada creyendo que lo que había era fuego á bordo. Como todos los testigos se encuen- tran en Portsmóuth, creo que no sería difícil averiguar con exactitud lo ocurrido que re- sultará, sin duda alguna, un atropello, á juz- gar por las demostraciones de sentimiento por lo ocurrido, que me hizo alguno de los oficia- les del buque. — Los heridos fueron curados por nuestros médicos y transbordados al si- guiente día á un buque-hospital, excepto uno que falleció aquella misma noche. — Al medio día del 5 fueron arrojados al agua los cadáve- res de los 6 infelices fusilados la noche ante- rior. Al acto asistieron formadas las brigadas del buque con sus oficiales á la cabeza, toda nuestra gente formada y la guardia militar del buque, que presentó las armas durante la ce- remonia é hizo tres descargas al caer al agua 206 LA ESCUADRA ESPAÑOLA los cadáveres. Estos estaban cubiertos con la bandera española y recibieron nuestras oracio^ nes y la bendición del Capellán del Teresa^ antes de dárseles sepultura.— Hasta el día 7 no se pudo conseguir que empezaran á separar las clases de la marinería, siendo instaladas aquéllas en la cámara de tere-era clase y los cabos de mar en los sollados de emigrantes con la facultad de subir á cubierta á popa, A todos se les dio una muda de ropa interior, jabón y una toballa. — Desde la noche en que nos recogieron hasta el día, 8 estuvimos nave- gando entre Altares y Punta Cabrera. El día 8, á medio día, fondeamos en Playa del Este y se empezó á hacer carbón. Por la^ tarde em- barcaron con^o prisioneros 4 oficiales y 200 hombres del Cristóbal Colón y desembarcaron los voluntarios del Massachusets, que fueron reemplazados por 40 hombres de Infantería de Marina.— Á las cuatro de la tarde del día 10 salimos para Portsmouth, en cuyo puerto fon- deamos á las siete y treinta minutos de la ma- ñana del día i5. En este viaje empezaron á presentarse muchos casos de fiebre en nuestra gente con fatal desenlace en algunos de ellos. EN SANTIAGO DE CUBA 20^ que fallecieron en las fechas que V. E. puede dignarse ver en la relación que se acompaña; á las nueve de la rnañana del día i6 desembar- caron para el Arsenal todas las clases y ma- rinería con el teniente de navio don Adolfo Calandria, excepto 55 enfermos-que quedaron á bordo en observación y que desembarcaron el día 18 con los médicos Guinea y Lallemand. Á las cinco y treinta minutos de este día, sali- mos á la mar y fondeamos en este puerto de Annapolis á las cinco de la tarde del día de ayer. Antes de terminar, me creo en el deber de hacer presente á V. E. las muchas aten- ciones y diferencias que con nosotros tuvo el comandante del Harwardy capitán de navio señor Cotton, que trató de hacer nuestra es- tancia en su buque lo menos penosa posible. — Es todo cuanto tengo el honor de poner en conocimiento de V. E. en cumplimiento de mi deber. Dios guarde á V. E. muchos años.— Annapolis, Naval Academy 21 de Julio ^ de 1898.— Jiuan B. A^navy teniente de navio de primera clase.— Es copia.— Cer vera. FIN ÍNDICE Prólogo 5 En un café 13 Cartas añejas del autor. 27 En marcha 45 Ansiedad y zozobra 53 En Santiago de Cuba 71 Junta de jefes 85 Precauciones, ataque inesperado, lluvia de pro- yectiles é . . . . 97 Se estrecha el bloqueo 103 Discusión de proyectos.— Acuerdo preliminar entre Cervera y Linares 107 Un proyectil del Vesuvíus , —Llegüáñ, de un convoy 111 Proyectos de voladura.— Ordenes en contrario. -—Llegada de refuerzos.— Sin víveres. ... 117 Combate encarnizado en las lomas de San Juan: órdenes y preparativos para la salida de la escuadra 125 Relato de Sampson; imposibilidad de una salida nocturna; ineficacia ae un cambio de puerto . 139 Combate naval en Santiago de Cuba: últimas palabras de Villaamil 149 Raza de héroes 173 Epilogo.— Cortesanía americana.— Regreso á la patria.— Historiado una sortija 185 Documento que se cita 201 A "^ ^ :A -1- .1 . 1 *y * *■ -•'»•*,„ 4 } ■ ; : ^ X" -^^^ * í^tv HARVARD LAW LIBRARY FROM THE LIBRARY OF RAMÓN DE DALMAU Y DE OLIVART MARQUÉS DE OLIVART Received December 31, 191 1 I -**-* <^^r ■ _■ r\ i